Esta tarde, domingo, 23 de junio, se celebra la procesión del Corpus Christi, y como viene sucediendo desde el establecimiento de los ayuntamientos democráticos, en 1979, es en este acto público religioso donde los recién nombrados concejales y alcalde se presentan y se hacen ver ante el pueblo en la presidencia de la función religiosa que recorre las céntricas calles Torrevieja. En otras épocas, una ordenanza municipal imponía sanciones a quienes no acudieran al Corpus o llegaran tarde a la función religiosa o a la procesión. Además, de estar establecida la obligación de celebrar el cabildo un ágape tras acabar el cortejo. Las sanciones también recaían en aquellos vecinos que, al paso de la Custodia, no se arrodillaran.

Así ocurrió en 1863, el día de la víspera de la festividad el cabildo se reunió, acordando la asistencia de todos a la misa y posterior procesión como era costumbre. Al día siguiente, 4 de junio, Torrevieja celebró el Día del Corpus en honor al Santísimo Sacramento Eucarístico. Llegada la hora concertada para reunirse la Corporación e ir al templo, oír misa y presidir la procesión, se presentaron el alcalde y varios concejales en las salas consistoriales. En vano esperaron la primera autoridad y los suyos al resto de regidores opositores políticos: Miguel González, Francisco Marí, José Hernández, Javier Oliver e Idelfonso Cortés, ya que todos ellos se habían reunido en la casa del primero, cerca de la sala capitular. No pudiendo esperar por más tiempo y coincidiendo todos en que aquellos concejales no iban a asistir a la función religiosa, el alcalde dio la orden para que los allí reunidos se dirigieran al templo. Al poco de haber tomado asiento en los bancos, vieron con sorpresa que los regidores restantes ocuparon sus puestos formando una segunda corporación.

Terminado el acto, se retiraron del templo sin esperar lo hiciese la presidencia y sin acompañar en la procesión, se marcharon de nuevo a casa del concejal Miguel González; ofendiendo la dignidad del alcalde y del resto de la Corporación, haciendo públicamente pavoneo de «no respetar el decoro y prestigio de que debe estar rodeada la municipalidad». Estos no fueron los primeros actos con que los referidos concejales habían faltado gravemente al respeto y dignidad de la corporación y del alcalde. El 27 de enero de ese mismo año les había sido impuesto por el gobernador provincial cien reales de multa a cada uno de aquellos 'ediles rebeldes' por motivos parecidos.

Volviendo a aquel día del Corpus y siguiendo una costumbre social, terminada la procesión, el Ayuntamiento invitaba a un refresco a los portadores del palio y demás autoridades. El alcalde había encargado al regidor de festividades, Javier Oliver que hiciese, dentro de su profesión como confitero, una tortada, algunos pasteles y refrescos con todo lo necesario para que el refrigerio fuese servido en la Casa Consistorial, tras la función pública. Entre los convidados se encontraba el capitán de Carabineros, el comandante del Resguardo de Sales, el oficial inspector de la Administración de Sales, el oficial primero de la Administración de Sales, el administrador de Aduanas, el interventor de la Aduana, el notario, el comerciante Luis Ibáñez, el cura párroco y demás clero de Torrevieja. Todos, unidos a la Corporación se presentaron en el sitio designado y lo encontraron, con gran sorpresa, a oscuras y sin haber nada dispuesto.

Visto esto, el alcalde mandó al portero de la Casa Consistorial que fuese a la casa del concejal de fiestas y confitero Javier Oliver, mandándole decir que inmediatamente llevara velas para encender luces y remitiese la tortada y bandejas de pasteles que tenía encargados y que ya debían de haber estado dispuestos en razón de estar todos reunidos en el Ayuntamiento.

Con gran extrañeza contestó Oliver al portero que no tenía velas -siendo cerero-, ni tortada, ni dulces, ni nada dispuesto -siendo confitero-. En tal situación, el alcalde le mandó llamar inmediatamente para amonestarle por el desaire y falta de cumplimiento y, en presencia de todos los presentes, Oliver volvió a manifestar en público, respondiendo al alcalde que no tenía absolutamente nada por lo que, y como satisfacción ante los presentes, puso en completo ridículo a la autoridad y a la Corporación, causado un gran desaire a los convidados que representaban a las personas más dignas e importantes de la población. Imagínense cual debió ser la situación de la primera autoridad y de la Corporación en presencia del resto de personalidades, siendo imposible proporcionar nada, por no haber más confitero en Torrevieja que el citado concejal Javier Oliver, y por ello sólo le fue posible al alcalde reunir unos bizcochos y algunos helados para cumplir como pudo. A la misma hora de esto sucedía, en casa del concejal Miguel González, reunidos los otros ediles y algunos amigos de ellos, estuvieron refrescándose con la misma tortada, dulces y refrescos que había preparado para la corporación y sus convidados.

Terminar diciendo que, por estos años, entre 1861 y 1866, ingresaron en la Hermandad del Santísimo Sacramento 38 nuevos miembros, entre ellos el ascendiente de Eduardo Dolón Sánchez, actual alcalde de Torrevieja, el cortador y carnicero Eduardo Dolón Balaguer, de padre ilicitano y afincado en Torrevieja, en la calle Chapalangarra, hoy llamada Blasco Ibáñez, hasta su muerte, a la edad de cincuenta años, en 1889. Seguramente fue testigo presencial de estos hechos «municipales».