El CIS no perdona. El último sondeo de intención de voto hecho público por el CIS sigue confirmando la tendencia al alza del PSOE. Por si acaso, en esta ocasión, la plana mayor del Partido Popular no ha salido en tromba a criticar los resultados de la principal encuesta electoral de España. Resulta evidente que la política moderada y socialdemócrata de Pedro Sánchez va calando cada vez más en la sociedad española. La actitud en ocasiones chulesca y matonil de Pablo Casado y de Albert Rivera no solo no convence a los indecisos, sino que espanta a los propios votantes. La tan cacareada nueva política no termina de hacer mella en algunos partidos y, sobre todo, en algunos responsables de estos partidos. Aquellos que entiendan que la sociedad española, de mano de los jóvenes, es mucho más tolerante de lo que parece y por tanto de lo que fue en el pasado, encontrarán el hilo conductor del que tirar para convertirse en partido de referencia. Y esa tolerancia no solo se encuentra en los cambios que se están produciendo en orden a la igualdad de género, el respeto por las minorías o la concienciación de la necesidad de una Europa solidaria garante de los Derechos Humanos, sino también en la necesidad de una política conciliadora que refleje los valores éticos y morales del siglo XXI. ¿Ha cometido errores el Gobierno de Pedro Sánchez? Por supuesto. Pero al lado de PP y Ciudadanos sale reforzado por la inconsistencia de sus líderes y la ausencia de políticas serias y creíbles.

Siniestra. De toda la cúpula de Vox destaca la figura de Rocío Monasterio. Así como sus principales compañeros de partido -me refiero a Espinosa de los Monteros y Santiago Abascal- son más directos en sus opiniones y en desarrollar su ideario político y por tanto más previsibles, la frialdad con la que explica algunas de las ideas de Vox nos recuerda a otros tiempos pasados. Tiene la cualidad Rocío Monasterio de decir cualquier frase que atente a la ética y a la moral de los demócratas sin perder la sonrisa en ningún momento. Da igual lo que diga. Su sempiterna sonrisa da una pátina de aparente dulzura y fragilidad a todo lo que diga. Recuerda a una institutriz de una de esas películas de miedo en la que desde el primer minuto sabes que esconde algo turbio debajo de un hablar pausado y de un rostro pétreo que apenas se mueve al hablar. Sin embargo, Espinosa de los Monteros recuerda a Antonio Resines (lo siento, Antonio) tanto por el tono de voz como por su actitud, como si en cualquier momento fuera a decir «que no, que es coña» después de haber soltado la última perla sobre la homosexualidad, la inmigración o el derecho de las mujeres sobre su propio cuerpo.

No les queda otra. Detrás de la exigencia de que Pablo Iglesias forme parte del Consejo de Ministros para apoyar la investidura de Pedro Sánchez se encuentra un último intento por evitar la caída de Unidas Podemos en la irrelevancia electoral. La aparición de este partido fue una magnífica noticia para la izquierda española ya que consiguió romper la deriva de abstención en la que estaba inmersa. Antes de la aparición del partido liderado por Iglesias decenas de miles de jóvenes de izquierdas se abstenían elección tras elección por no querer votar a un PSOE con una organización interna y unas formas que necesitaban un cambio no generacional pero sí de estructura. Tampoco votaban a la entonces Izquierda Unida que había quedado muy desprestigiada por el apoyo de Julio Anguita a Aznar para hacer la pinza al PSOE de Felipe González. Ambas cosas trajeron la consecuencia de sucesivas mayorías absolutas de la derecha tanto en el Gobierno de la nación como en la mayoría de comunidades autónomas. Pero por mucho que lo intente la suerte de Podemos está echada. La duda es saber hasta dónde retrocederá y si su capital de votos y escaños servirá para apuntalar gobiernos de izquierda que frenen la tendencia ultra conservadora que parece querer adueñarse de Europa y que arrastra hacia la derecha a partidos con hasta ahora corte liberal.

Apropiación indebida. Hay que reconocer a la derecha española el acierto de haber sabido apropiarse de ideas y símbolos que no le corresponden. O por lo menos de aquellos en los que no tuvieron un papel relevante en su consecución. Fueron muy reacios a la Constitución Española y al cambio que supuso para la sociedad postfranquista el advenimiento de la democracia a España. No debe sorprender esto ya que el fundador del Partido Popular - Manuel Fraga- tuvo en los últimos años de la dictadura un papel relevante en cuanto a la defensa de la legalidad franquista. También fueron contrarios a la implantación del sistema de autonomías que tanta riqueza ha generado a los españoles. Y, sin embargo, se han autoasignado el papel de ilustres defensores de la patria enarbolando una bandera constitucional que trataron de evitar que no perdiese el águila franquista y el de guardianes de la integridad de España como si solo la derecha y la extrema derecha tuvieran patente de corso para expulsar de nuestro territorio a inmigrantes ilegales siendo algo que ocurre todos los días con la simple aplicación de la Ley de Extranjería.