De todos es sabido que de la pertinencia a la impertinencia únicamente existe una tenue línea roja las más de las veces imperceptible, a no ser que hablemos de impertinencias patológicas, que también las hay. Son demasiadas las situaciones en las que los exabruptos se adueñan de nuestra vida cotidiana, hasta el punto de no saber muy bien cómo diferenciarlas de una broma. Somos muy tolerantes con los inoportunos, hasta el punto de que no tenemos en cuenta sus salidas de tono la gran mayoría de las veces.

Son muchas las formas que puede tomar la impertinencia, pero todas ellas están en estrecha relación con la interrelación entre las personas. Una de las tipologías más características es la de la persona que no sabe hablar con otra sin estar tocándola en el brazo, la mano, el hombro y, además, rompiendo ese espacio físico invisible que hay entre un interlocutor y otro, aproximándose demasiado y usurpando la comodidad espacial.

Otras tipologías interesantes son las que están marcadas por la conversación unidireccional, como por ejemplo el yo vanidoso, que únicamente sabe hablar de sí mismo y de todo lo que le acontece, por supuesto siempre son maravillas. De ahí pasamos a los que están hundidos y quieren hundirte, todo lo ven negro y si se lo pintas de blanco te lo transforman en gris oscuro con una habilidad mayestática.

Otros impertinentes ilustres son los que lo comparten todo sin ningún pudor. Te cuentan con pelos y señales su vida y milagros deteniéndose en detalles muy íntimos que de alguna forma te avergüenza oírlos. Por último, el competitivo que te hace parecer pequeño a su lado, dado que todo lo que hace lo ejecuta de forma magistral dando a entender que lo que haces tú es una auténtica basura.

Las impertinencias aparecen en contextos variados. Uno muy significativo y evidente es el que generan los periodistas en sus entrevistas, que en ocasiones consiguen incomodar al entrevistado hasta el punto de lograr que meta la pata para gloria del entrevistador. Otro muy incómodo es el que surge en el sector de los servicios. La famosa frase de «el cliente siempre tiene razón» lo explica todo, porque las impertinencias de los clientes pueden llegar a ser superlativas. Generan conflictos, exigen sin contemplaciones, dejan de escuchar, se vuelven irracionales y pesados hasta la saciedad. Como decía, las impertinencias son parte activa de nuestras vidas, pero mi consejo es que no las toleremos alejándonos de sus influjos y vengan de quien vengan.