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Nuestro cordón umbilical al progreso

Pocos somos los que recordamos cómo era vivir en Benidorm o en cualquier población de las dos Marinas cuando no existía la AP-7. Ninguno de nosotros entendería la vida actual sin la costumbre de coger un ticket o escuchar un «beep» encima de tu cabeza en el coche. Pocos saben además que esta autopista que conectaba la costa mediterránea española con Europa fue una recomendación que hizo el Banco Mundial a Franco como actuación necesaria para el progreso de España.

Menos mal que la dictadura, ya entrada en su declive, hizo caso de estas recomendaciones y que, como no podía permitirse el lujo de construir esta cremallera mediterránea con sus propios medios, permitió que fuera la iniciativa privada a través de la concesión la que hiciera realidad la primera vía de transporte moderna en toda España, unos carriles por los que corrían los vientos modernos de Europa para despertar a esta sociedad al progreso.

Esta decisión demostró una valentía en aquel momento, finales de los años 60, que contrasta precisamente con la cobardía y las dudas para ejecutar el Corredor Mediterráneo que hoy reclaman unánimemente miles de empresarios y millones de personas como el transporte del futuro con el atributo de la sostenibilidad. La defensa de lo que era bueno para España parece que tenía más fuerza entonces que hoy en día, cuando se cuestiona todo aquello que no pasa por una centralidad. Se miraba menos de reojo a la periferia que ahora.

La AP-7 ha sido nuestra unión a Europa, nuestro cordón umbilical al desarrollo y que, junto con los aeropuertos, han sido los rompehielos del turismo español durante muchos años.

La AP-7 ha sido la primera y la única infraestructura moderna y rápida que ha pasado por estas tierras. Y es que desde que se inaugura el tramo que conecta toda la costa alicantina entre 1976 y 1979, ningún gobierno más se ha preocupado por el transporte en este «triángulo de las Bermudas» en el que desaparece cualquier interés inversor.

Tengo que recordar, como ya lo he hecho en numerosas ocasiones, que la carretera nacional que cruza de norte a sur la provincia de Alicante es la misma que en los años 60; que el tren que une parcialmente la costa tarda ahora todavía más que hace 40 años y que uno de nuestros turistas británicos tarda menos en hacer un Londres-Alicante por avión que un Alicante-Benidorm en tren; que Benidorm es la tercera ciudad de la España peninsular en pernoctaciones turísticas pero no ha recibido ninguna inversión destacable salvo esta AP-7.

En unas horas desaparecerá el peaje para la única vía de comunicación segura, rápida y moderna de la que disponemos y por la que circulan cada día más de dieciocho mil vehículos. Una vez que las barreras se levanten, estaremos más lejos del progreso y la modernidad. Estaremos más lejos de Europa. Las consecuencias de la liberalización completa de esta infraestructura son de sobra conocidas: más tráfico, y mucho más pesado, menos mantenimiento, deterioro imparable, falta de financiación para asumir mejoras, tiempos de transporte duplicados, pasando además por el colapso diario de la circunvalación de Alicante.

Poco hay que celebrar este día. La tecnología de hoy permite explorar nuevas fórmulas de concesión que no castiguen a la población residente, pero que garanticen su derecho a un transporte moderno. Pero es de nuevo la cobardía y la falta de audacia lo que impera. Mucho más que la seguridad, la tranquilidad y la inversión. Mañana estaremos una hora más lejos de Europa.

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