El conocido como plan Bolonia supuso un cambio de paradigma en la planificación de los estudios de las universidades. Muchas de las expectativas creadas ante su implantación, entre las que cabe mencionar las reformas curriculares y la instauración de nuevas metodologías docentes (evaluación continua y enseñanza práctica), que convertía al alumnado en el centro del proceso de aprendizaje en detrimento de las clases magistrales, se han visto truncadas por la falta de financiación crónica que impide llevar a cabo esos cambios más allá de una implantación formal. Disminuir la relación discente/docente para mejorar los sistemas de aprendizaje y reducir el fracaso escolar de nuestro sistema de enseñanza como recoge el informe PISA requiere, como es lógico, un aumento de financiación, pero también actuaciones orientadas al rejuvenecimiento de plantillas y reducción de la precariedad laboral del profesorado. Por otro lado, todos los procesos asociados a la implementación de los estudios (grado, master y doctorado) y su planificación en el Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), donde la calidad es uno de los ejes centrales de esta reforma, han aumentado significativamente su burocracia (desde el procedimiento de creación y verificación de un título hasta su reacreditación), lo que puede llegar a colapsar a la universidad y lastra la toma de decisiones ágiles, que son necesarias para adaptarlos a una sociedad en cambio constante, donde los principios de sostenibilidad (en los que se insertarían los objetivos de desarrollo sostenible de la Agenda 2030) y diversidad, inclusión, accesibilidad y empleabilidad son irrenunciables y de obligado cumplimiento. Con todo, este proceso ha supuesto un cambio de percepción de la sociedad y del alumnado acerca de los estudios universitarios. Los grados constituyen el área central de los estudios universitarios y su oferta debe dotar a sus estudiantes de conocimientos, destrezas y competencias que los prepare para entornos versátiles y multidisciplinares. En unos entornos laborales cambiantes como corrobora un reciente informe publicado por la OCDE (Observatorio del empleo 2019) que señala que cerca del 22% del empleo en España puede desaparecer en los próximos años debido a la automatización y más de un 30 % puede sufrir cambios significativos, la apuesta formativa para los próximos años tiene que sustentarse en estrategias que faculten a nuestro alumnado para enfrentarse a los retos de una sociedad cambiante entre las que la formación continua, la multidisciplinariedad, la transversalidad y la internacionalización de nuestros estudios (grados, master y doctorado) resultan prioritarias. Para ello, es preciso trabajar en la mejora de la oferta formativa actual y su adecuación a las nuevas necesidades de la sociedad, apostando por la implantación de nuevos grados con demanda social y laboral que completen la actual oferta de la Universidad de Alicante, aumentando los dobles grados, que permitan al alumnado diversificar su formación y aumentar sus posibilidades laborales una vez acabado su periodo formativo en la Universidad.

La internacionalización es un reto que debe afrontar la Universidad de Alicante. Tenemos que aumentar significativamente los acuerdos con universidades extranjeras de prestigio para que nuestros estudiantes puedan obtener un doble grado con ellas, siguiendo el modelo del doble grado recientemente implantado con la Northwestern State University (EE UU) para el grado en Administración y Dirección de Empresas o con la Universidad de Bamberg (Alemania) para los grados de Lenguas y Traducción e Interpretación. Ambos son ejemplos de las acciones a potenciar en los próximos años.