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Semana y media

Andrés Castaño

Misterios insondables: el fútbol es riesgo; las fallas, no

LunesLAS OTRAS

Numerosa pero nada apabullante la manifestación de ayer en mi pueblo. Hablo de la segunda, que fue estrictamente «de género» a diferencia de la matutina, en la que abundaban pancartas sindicales y lemas asexuados. Me pareció tan certero como ingenioso el de «trabajo tenemos, queremos empleo». La de la tarde fue políticamente aséptica y deliciosamente pacífica, lo cual me tranquilizó tras los episodios de rabia canina que sufrieron algunas feministas en Madrid al descubrir en la manifestación a las muchachas de Ciudadanos. El sarao me resultaba irresistible y bajé a la calle para certificar la abrumadora presencia de veinteañeras moteada por algunos varones, que no sé si expresaban solidaridad o sus disculpas por no tener que sentarse en el aseo. Me recordaban a los blancos de las manifestaciones contra la segregación racial en Estados Unidos. El ambiente de jolgorio ingenuo hacía honor a todos los idealistas que han aspirado a asaltar el cielo con mayor sinceridad de propósito que Pablo Iglesias, otro revolucionario abducido por el coche oficial y el casoplón con piscina. Hace tiempo que el cielo lo compró un «fondo buitre».

MartesABARROTADOS

A pesar de que algunos titulares tienen el aspecto de un contador de decesos, la amenaza del Covid-19 o coronavirus no es que pueda provocar la mortandad de una epidemia medieval, sino que el número de afectados colapse el sistema sanitario. Para evitar el contagio masivo, parece razonable impedir las aglomeraciones y este es el sentido de que las gradas de los estadios exhiban la incomparable monotonía del cemento. Ahora bien, pertenece al género de los misterios insondables por qué las autoridades consideran que un partido de fútbol es una situación de riesgo y en cambio no lo es la «mascletá» de las Fallas. O qué diferencia existe entre que los aficionados agiten los microbios de sus bufandas en el estadio o en un bar. Nunca se es lo suficientemente precavido como para abarcar todos los escenarios, aunque también tendemos a sobreactuar ante la calamidad. Acaparar mascarillas que además proceden de China es uno de esos excesos cómicos que no veía desde la Guerra del Golfo, cuando una estimable muchedumbre creyó que Sadam Hussein ponía en peligro el suministro de yogures y asoló las estanterías.

MiércolesPLACEBO

Soy de los que creen que el fútbol no es más que un juego simplón practicado por veintidós chavales en paños menores, pero a veces es imposible resistirse a la épica y convertir ciento veinte minutos de peloteo bajo un diluvio en una versión con publicidad estática de la batalla de Lepanto. Naturalmente, me refiero al partido de anoche entre el imbatible Liverpool y un grupo de desarrapados con camiseta de colchón de posguerra que responden al agorero apodo de «Aleti». Hay países nacidos para la tragedia como Polonia y estigmas deportivos como simpatizar con un segundón perpetuo adicto a las catástrofes. Ocasionalmente, el náufrago descubre un cocotero en su isla desierta de títulos que ahuyenta el hambre durante al menos quince días, los que tarda en agotarse el cocotero o llegar la próxima eliminatoria. Son momentos fugaces que justifican una vida de peregrinación por infortunios en tiempos de descuento, tandas de penalties con el pulgar hacia abajo y arbitrajes objetables. Cuando anoche el Liverpool consiguió un segundo gol en la prórroga, tuve la sensación de haber visto ese partido demasiadas veces. Entonces me cayó un coco en la cabeza.

JuevesMISIÓN IMPOSIBLE

Las grandes crisis fuerzan el espíritu de servicio del gobernante y de ahí que proliferen los gobiernos de coalición en situaciones de emergencia. Algunos optimistas irreductibles creen que la crisis del coronavirus es una oportunidad para trascender el sectarismo de la política española y reconstruir los puentes indispensables entre partidos. Personalmente, creo que ni siquiera la peste negra alteraría algunos hábitos, como demuestran las primeras escaramuzas entre gobierno central y gobiernos autonómicos a cuenta de planes de choque, dotaciones presupuestarias y responsabilidades por demora. Un indicio de la densidad del guirigay es el cierre del Congreso. Las razones son varios ilustres contagios, entre ellos el del portavoz de Vox tras un acto en Vistalegre que debió desconvocarse por los mismos motivos que la juerga feminista del domingo. Sorprendentemente, que el Congreso suspenda sus sesiones no impide que la oposición exija la comparecencia de Pedro Sánchez para explicar la gestión de la epidemia. Algo completamente inútil, ya que Sánchez omitiría datos y la oposición le juzgaría maliciosamente dijera lo que dijera. Pero sería una hazaña parlamentaria que se celebrase una sesión de control sobre un asunto esencialmente incontrolado en la que los diputados tuvieran que retirarse la mascarilla durante su turno de palabra.

ViernesGENUINO

Habló Sánchez ayer tras el Consejo de Ministros y al menos no leyó el parte clínico de Irene Montero y Carolina Darias, las dos ministras que han contraído Covid-19. Un gobierno en cuarentena era hasta hoy una malévola metáfora, pero ahora también podría ser una descripción fidedigna. Provisto de un remedo de retórica churchilliana («haremos lo que haga falta, donde haga falta y cuando haga falta») y con el habitual despliegue de latiguillos propagandísticos («el Gobierno no para»), Sánchez remoloneó hasta el agotamiento: «no descartó» declarar el estado de alarma, «aconsejó» cancelar las clases en toda España, «recomendó» adaptar las respuestas a la situación, signifique lo que signifique este acertijo, y no admitió que le preguntaran por qué había autorizado las manifestaciones del 8-M. En RTVE podrían haber contestado por él: «El feminismo derrota al coronavirus», fue el titular sintomático de los telediarios. Hablando de síntomas, Renzi pidió que España no perdiera el tiempo como Italia y Sánchez ha demostrado en riguroso directo cómo se pierden veinticuatro horas: hoy ha declarado el estado de alarma.

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