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Opinión

Actividad esencial y espacio estratégico

En principio, parece que no debiera resultar aventurada, por excesiva, la suposición que una sociedad avanzada del tercer milenio dispusiese de norma o guía de actuación para afrontar una pandemia viral ignota; y hacerlo con actitud precautoria de temeridades e imprevisiones letales, aprovisionamiento precavido de material sanitario de protección y control, estadísticas fidedignas, sin descuidos ni imprudencias en el seguimiento, es decir, con la mayor, aunque limitada por ahora, capacidad de respuesta posible. También cabría esperar que dicho método -habitual e indebidamente llamado, transnominación por medio, protocolo -es fruto de planteamiento científico riguroso, reflexión profunda, meditación serena, debate sosegado, revisión y perfeccionamiento sistemáticos; de manera que, por ello, podría resultar bien útil. Con este instrumento, al decretarse un confinamiento casi total de la población, salvo las actividades consideradas esenciales; la identificación de estas, y hasta su ponderación precisa, no plantearía, a expertos y especialistas caracterizados, particular dificultad. Sin embargo, este no es el asunto que se suscita aquí; incluso si faltara, por desgracia, la susodicha pauta o regla, hay actividades cuyo carácter indispensable, en cualquier cataclismo, nadie, seriamente, cuestiona o discute. Es el caso, por ejemplo, de las distintas ocupaciones para consecución y distribución de alimentos; con la actividad agrícola, para nosotros, muy en primer término.

Es cierto que nuestro panorama agrario es muy vario, tanto o más que los paisajes de esta naturaleza. Así, hay contraste amplio y marcado entre cerealicultura extensiva y horticultura intensiva; básicas, no obstante, por sus producciones, una y otra. Esta última modalidad reviste singular entidad en la Región climática del Sureste Ibérico, hasta convertirla en espacio estratégico de primer orden para el suministro de hortalizas y frutos frescos a los mercados de España, resto de la Unión Europea y Reino Unido. Así pues, un supuesto cese de la actividad agrícola en el susomentado ámbito ocasionaría, más allá de carestía, desabastecimiento de alimentos básicos. Se trata, sin el menor asomo de duda, de una actividad esencial, practicada en una tierra, a pesar de todo, muy agradecida («solum gratum»), ubérrima: la Región climática del Sureste Ibérico. Anticipemos que no es, ni nunca ha sido, una división histórica, política o administrativa; sí, en cambio, una realidad física, incluso geográfica por la relación hombre-medio, articulada en torno a lo que es aquí, en palabras de Jean Brunhes, «el bien por excelencia, el agua» problema aún por resolver. En primera aproximación, la Región climática del Sureste Ibérico es una fachada mediterránea apoyada en las montañas, una franja costera y prelitoral tendida cuatrocientos kilómetros entre la alicantina Sierra de Bernia y su contrafuerte marítimo del Morro de Toix y el granadino cabo Sacratif, entre 38º 44' y 36º 00' N; su rasgo primordial es la aridez, por más que la definición precise también otros umbrales climáticos. Necesariamente además, porque la referida región es una especie de Jano bifronte, solo que de rostros dispares y valoración opuesta: pluviométrico, uno; lumínico y térmico, el otro.

La faz pluviométrica es seca y desigual: con media anual que no excede 375 mm, las precipitaciones son parvas, y los días en que se producen también: en el mejor de los casos, no pasan de medio centenar; se registran, en síntesis, precipitaciones reducidas y, con frecuencia, intensas, fruto de contados aguaceros, algunos torrenciales y de extraordinaria violencia. Este régimen, extremadamente irregular, conjuga duras y prolongadas sequías con esporádicos diluvios; subrayemos asimismo la fuerte incidencia de las primeras, con períodos de retorno medio inferiores a la década y proporción relativamente alta de episodios duraderos. A la hora del balance hídrico, junto a la escasez de lluvia, cuenta también, mucho, una evapotranspiración potencial (no menos de 800 mm) que, como mínimo, duplica con creces la altura media de aquella. Corolario obligado son déficit hídrico y aridez.

A diferencia de la esbozada, la otra cara es luminosa y relativamente cálida. Sin necesidad de incurrir en la exageración retórica de Costa, quien, refiriéndose a tierras surestinas, afirmara: «pasan años sin que se vea una sola nube»; no deja de ser cierto que la nubosidad anual media (4,5-5,0 octas) es débil, pocos días cubiertos y abundancia de cielos despejados. En contraste y correspondencia con esa exigua nubosidad, las horas de sol al año son casi 3.000 (Alicante, 2.895); más de 1.100 en el semestre astronómico de otoño-invierno y el mínimo mensual, en diciembre, no baja de 150, o sea, durante la práctica totalidad del año, una capacidad de fotosíntesis muy elevada. Para auspiciar la feracidad de estas tierras acompaña, encima, el régimen térmico: ninguna de las temperaturas mensuales medias desciende de 8ºC y la anual no lo hace de 16º; valor este que resulta de inviernos benignos, suaves (enero, 11-13ºC en el litoral) y veranos calurosos (julio-agosto > 25ºC), la amplitud térmica no pasa de 18ºC, queda entre 14 y 16ºC. Con estas características lumínicas y térmicas, si la lluvia se presenta oportunamente o el riego la suple, las cosechas pueden ser extraordinarias, fabulosas en ocasiones; pero, sin agua, son mezquinas o se malogran por completo. De ahí la imperiosa búsqueda de aquella, la necesidad del riego.

A despecho de multitud de referencias históricas que encarecían la excepcional fertilidad de estos campos resecos, y de su impar ejecutoria hidráulica, fueron marginados por el Plan Gasset (1902). Frente a este error, puro extravío, Manuel Lorenzo Pardo (1933) concluyó: «... la zona verdaderamente apta para el regadío es la mediterránea? en ella se conservan los usos más antiguos, las tradiciones más vivas, las instituciones de riego más firmes, las prácticas más sabias, la mayor y más generalizada experiencia». Esta descripción conviene de forma prototípica a la Región climática del Sureste Ibérico; medio físico, a un tiempo. hostil y pletórico de potencial vegetativo. Actualizado este, mutado aquel en próvido, huerta extensa y diversa, de amplia proyección nacional e internacional. Con todo, el futuro de este singular espacio estratégico queda ampliamente supeditado a decisiones en las que priven interés general, horizontes amplios y políticas de Estado. Cuando esta mortífera virosis que nos aflige, sea, al fin, doblegada y vencida; convendría, por obligada gratitud y elemental prudencia, tenerlo bien presente.

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