La situación excepcional que estamos viviendo ante la crisis del covid-19 nos plantea grandes cuestiones que deberemos resolver cuando volvamos a la «nueva normalidad». Una de estas cuestiones es saber cómo puede afectar esta situación a la salud emocional de niños y adolescentes. Están desarrollándose a gran velocidad diferentes estudios que están analizando el efecto que ha tenido el confinamiento en la salud psicológica de los más pequeños. Uno de los más completos realizados hasta la fecha ha sido liderado por Mireia Orgilés, investigadora de la Universidad Miguel Hernández de Elche. En este estudio, que examinó el impacto psicológico del confinamiento en los niños, se encontró que el 90% de los padres percibían un aumento en los síntomas de falta de concentración, irritabilidad y ansiedad. De este estudio se ha hecho eco incluso el NY Times, dedicándole un artículo esta semana en el que se destaca la importancia de la detección de problemas psicológicos derivados de esta crisis en niños y adolescentes.

En tiempos de pandemia, la población infanto-juvenil es especialmente vulnerable ya que los contextos en los que se desarrollan se ven alterados. Los niños han padecido un aislamiento severo provocado por el confinamiento en el hogar, impidiéndole el acceso al juego al aire libre y a actividades socializadoras con otros niños. El aumento del tiempo en casa en muchos casos ha servido para mejorar y reforzar las relaciones familiares, pero en otros ha supuesto un aumento de las discusiones y de los problemas de disciplina de los niños.

Además de los efectos del aislamiento, muchas familias han podido vivir de manera cercana una hospitalización o muerte a causa del virus. Las medidas de seguridad han impedido realizar los ritos funerarios de una manera normal, impidiendo también la correcta elaboración del duelo que en algunos casos puede generar problemas de tipo emocional, tanto en los adultos como en los niños. También aquellos niños con problemas psicológicos o del aprendizaje previos han visto interrumpidos sus tratamientos en el ámbito sanitario o educativo, pudiendo haber un agravamiento de sus síntomas. Por último, el estrés psicosocial provocado por la situación de incertidumbre, potencial desempleo de sus progenitores o cambios vitales importantes pueden predisponer también al desarrollo de problemas de tipo emocional.

Con todo esto, los centros educativos van a tener un papel importantísimo en este escenario de «nueva normalidad» ya que los docentes van a ser testigos directos del efecto que haya podido tener esta crisis en la salud emocional de los más pequeños. Conocer el funcionamiento anterior del niño permitirá detectar cambios en su manera de relacionarse con los demás, en su rendimiento académico o en sus reacciones emocionales. La resolución 2017/11874 de la Conselleria de Educació ya destaca el importante papel de los profesores y profesoras en la detección de signos que indiquen un posible problema de salud mental en el alumnado, siendo los encargados de notificar a la familia y coordinar la actuación con el niño.

El trabajo que se le viene encima a los colegios es enorme, puesto que tendrán que adaptar todo el currículo a la nueva situación, pudiendo pasar incluso que se pase a una modalidad de educación semi-presencial o en grupos reducidos. Pero no debemos descuidar esa otra labor, que es igual o más importante, de detectar a aquellos niños más vulnerables que han visto dañada su salud mental a causa de esta pandemia. Si no detectamos de manera temprana e intervenimos, estos problemas pueden cronificarse y generar problemas a medio y largo plazo en el niño. Un reto que esta «nueva normalidad» nos pone delante, el cual debemos abordar todos aquellos que trabajamos por el bienestar de los más pequeños.

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