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Francisco Esquivel

El armazón está tocado

El reencuentro con los lugares en los que se ha plantado una ausencia incardinada ha hecho que a esos espíritus sensibles que andan sueltos les cueste un mundo poner el reloj en hora

Hace ya uno, dos, tres, cuatro, cinco... meses que se nos vino encima el frenazo en seco y, puesto que ni siquiera era imaginable, nos quedamos absortos ante el temor albergado. La sacudida fue de impresión. El que más y el que menos se sintió zarandeado por bajas cercanas o íntimas, perdiéndose demasiadas botas en el maldito itinerario sin poder despertarse uno contento ni de lejos por continuar con las suyas puestas. El reencuentro con los lugares en los que se ha plantado una ausencia incardinada ha hecho que a esos espíritus sensibles que andan sueltos les cueste un mundo poner el reloj en hora. El esmero con en el que fueron tejiéndose las relaciones hasta disfrutar de sorbos compartidos con sabor a gloria bendita están compuestas a día de hoy de pedazos rotos. Y, de ese modo, no es fácil reconciliarse.

Permanecemos en un túnel del que se desconoce su dimensión. No es que antes esto fuera jauja ni que en muchas ocasiones no anduviésemos tocados física, emocional y espiritualmente. Aquí no se libran de las heridas ni quienes las provocan y tampoco aquellos que tienen el dinero por castigo. Es bien sabido que, cuanto mayor se hace uno, más cargada lleva la mochila de conflictos por desentrañar. Pero en esta ocasión no hemos hecho nada para merecerlo y nos encontramos sumidos en una oscuridad de la que solo barruntamos que bien, lo que se dice bien, no se va a salir. Resulta impreciso, pero suficiente para que el desconcierto provocado sea de consideración.

Una buena parte de nosotros se halla a miles de kilómetros de donde le gustaría estar. Mentalmente me refiero. Y hace lo que puede por dejar de darle vueltas a lo mismo. Por atisbar la salida y volver a colocar en pie el calendario en el que las fechas se escurren sin saber muy bien a qué estación pertenecen. Nos encantaría pensar que lo que nos asusta y lo que nos emociona e inspira a menudo van de la mano, pero lo que estamos es muy perdidos en la carretera por la que circulamos. Nada menos que una arteria, la interior.

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