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Francisco García

La batalla de Madrid

En pleno confinamiento, los ejércitos de Sánchez y su Ministerio de Propaganda reeditaron, del revés, la “batalla de Madrid”. La guerra vírica del coronavirus sirvió de excusa al Gobierno legalmente constituido, apostado en los nidos de ametralladora de Moncloa como si el puente de mando del Gabinete fuera el Cerro de Garabitas, para atacar las debilitadas defensas del enemigo político parapetado en el Cuartel de la Montaña de la comunidad autónoma más poderosa, la plaza fuerte que los socialistas ansían recuperar como en tiempos de las checas, de Tierno y Barranco. Desde el pasado siglo hasta hoy, rojos y azules se han disputado, en las urnas o a las bravas, la primacía sobre la principal población del país, centro político, estratégico y económico de primera magnitud. Tras la tregua veraniega y el avance de las legiones víricas hacia los cuarteles del otoño madrileño, la batalla se recrudece: Sánchez manda por delante al mariscal Simón, indisimulado agente doble, para obligar a un paso en falso a la presidenta de los Madriles, a la que se le vuelven a llenar los hospitales de caídos en combate por enfrentar el covid19 a pecho descubierto. Madrid es, a día de hoy, la región más afectada y puede que también la que registra mayor número de fallecidos. La más fácil de atacar, por tanto. Lo próximo: sacar a pasear por la Castellana a la “columna Durruti”. Por mucho que Díaz Ayuso se haya ganado a pulso el destierro, por ineficaz y autista, este sutil modo de asedio quizá responda a una conveniencia política: el advenimiento de una moción de censura para desbancar al PP de su feudo principal. Para que ese empeño fructifique, el PSOE va a tener que arrimarse aún un poco más a Arrimadas. Pero esa es otra guerra, emboscada o escaramuza.

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