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Fernando Ull

Nos hemos cargado el turismo

Una calle de Benidorm David Revenga

Cuando, en los primeros días de lo que se llamó en su momento nueva normalidad, el Gobierno expuso la necesidad de que los españoles siguiéramos unas normas de comportamiento imprescindibles para que, hasta que estuviese lista una vacuna capaz de frenar la pandemia del covid-19, el riesgo de nuevas infecciones fuera el menor posible, se hablaba sobre la posibilidad de que con el comienzo del otoño se pudiesen reproducir rebrotes de enfermos por coronavirus una vez que las altas temperaturas del verano dieran paso a un clima con temperaturas más suaves. Sin embargo, pocos días después de que se terminase el estado de alarma y de que los españoles recuperasen la libertad de movimientos, el número de infectados por día comenzó a crecer de forma paulatina sin que hayamos sido capaces no ya de hacer bajar la curva de infectados sino ni siquiera impedir que deje de crecer a un ritmo que nos sitúa en lo peor del confinamiento.

La principal consecuencia de esta inesperada aparición de rebrotes ha sido que el turismo, tal y como lo conocíamos hasta el mes de marzo, ha desaparecido por un largo periodo. No se puede saber con exactitud cuánto tiempo permanecerá España con una ausencia casi total de viajeros extranjeros, pero la consecuencia inevitable ha sido el hundimiento del sector turístico del que tantas familias españolas dependen. En este sector básico de nuestra economía hay que incluir no sólo a hoteles y restaurantes sino también a los pisos turísticos, proveedores, comercios y supermercados de zonas turísticas, aerolíneas y un sinfín de empresas que de una manera u otra dependían de los ingresos de viajeros que venían a algo muy sencillo y al mismo tiempo muy complejo: gastar dinero para divertirse y descansar.

A pesar de que todos conocemos la importancia que para nuestra sociedad tienen los ingresos provenientes del turismo, casi desde el mismo día que se pudo disfrutar de una vida normal después de los largos y duros días del confinamiento, buena parte de los españoles hicieron lo contrario de lo que las autoridades sanitarias advirtieron como necesario para que hasta que la vacuna sea una realidad el número de infectados y de fallecidos sea el menor posible. Normas básicas y fáciles de cumplir que, sin embargo, fueron despreciadas por la mayoría, constatándose que los españoles necesitamos un policía en cada calle, la amenaza de una multa o un helicóptero volando sobre nuestras cabezas con un foco iluminando las calles para que entendamos la obligatoriedad de cumplir las leyes.

Las terrazas de bares y cafeterías se llenaron de personas que no convivían entre sí, hablando y comiendo a escasos centímetros. Las discotecas y pubs se llenaron de irresponsables que no sólo no usaban mascarilla sino que se encerraban en sótanos sin apenas ventilación. Se celebraron comidas de empresas a diario y por la calle la gente se abrazaba sin hacer caso a la necesidad de mantener una distancia interpersonal de metro y medio. Por no hablar de los botellones que se veían cada dos por tres en cualquier ciudad española por la noche.

El doctor Fernando Simón, al que muchos descalifican desde la más absoluta ignorancia, afirmó hace algunas semanas que lo único que teníamos que hacer los españoles para evitar nuevos rebrotes de covid-19 era cambiar nuestras costumbres durante un año. «¿Qué es un año en nuestras vidas?», se preguntaba delante de las cámaras. Y esta pregunta ha sido el verdadero punto de inflexión que ha conllevado la desaparición del turismo en España durante al menos dos años. Primero, la vacuna tiene que ser una realidad. Después, aplicarse de manera generalizada en España y en el resto de países europeos y a continuación que el número de infectados sea una anécdota en España. Pasados unos meses, y después de que nuestro país vuelva a generar confianza a los tour operadores y a los extranjeros que viajan por su cuenta se volverá a recuperar poco a poco los niveles del año 2019, cercanos a los 84 millones de visitantes.

¿Tan difícil era modificar nuestras costumbres durante un año? ¿Había que cenar cada fin de semana en una casa diferente y con personas distintas? ¿Era necesario hacer botellones todos los fines de semana? ¿Tan difícil era usar mascarilla, no ir a misa durante un tiempo, no celebrar ridículas victorias futbolísticas o bailar escuchando horribles aullidos? Pues al parecer sí.

Imagino que todas las personas que han incumplido de manera sistemática las advertencias sanitarias para evitar contagios no tienen ninguna vinculación laboral con nada que tenga que ver con el turismo o el ocio. Tampoco sus familiares. Sólo así puede comprenderse, dejando al margen lo egoísta de su actitud, la cadena de despropósitos que buena parte de los españoles han llevado a cabo de manera sistemática y que ha terminado con la principal fuente de riqueza de España durante un tiempo difícil de predecir.

Cabe recordar que China no sólo controló la pandemia en dos meses sino que la ha hecho desaparecer. Sus ciudadanos ya no necesitan llevar mascarillas ni en la ciudad de Wuhan, origen de la pandemia.

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