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Óscar R. Buznego

Sueño y realidad de Pedro Sánchez

El jefe del Ejecutivo se empeña en pintar un panorama que los hechos no tardan en desmentir con la misma rotundidad

Pedro Sánchez

Pedro Sánchez pone empeño en pintar un panorama que los hechos no tardan en desmentir con la misma rotundidad. Ha vuelto a ocurrir esta semana. El pasado miércoles hizo la presentación solemne del plan elaborado por el Gobierno para ejecutar en unión con la sociedad española durante esta década. En sus palabras, el objetivo es impulsar una segunda modernización de España, tras la llevada a cabo por los primeros gobiernos de la democracia, movilizando todas las energías nacionales. El propósito que anima el plan no se reduce a recuperar la economía de la recesión provocada por la pandemia, sino que estriba en aprovechar la ocasión y la ayuda europea para acometer una transformación histórica del país. El presidente del Gobierno se mostró convencido de que repetiremos el éxito colectivo de las generaciones anteriores, porque disponemos de todo lo necesario y, en último término, él no duda de que, si España quiere, nada podrá impedir que lo consiga. 

Tratando de ser persuasivo con su propuesta, Pedro Sánchez señaló la diferencia entre la extrema incertidumbre en que se desarrolló el proceso de la Transición y la seguridad que ofrecen la democracia consolidada y el estado de bienestar a la sociedad española en la ventajosa situación actual. No dejó de recordar las cinco elecciones celebradas el año pasado, dos de ellas generales, y el bloqueo que retrasó la formación del Gobierno y a resultas la construcción del país que había imaginado, justo antes de que la pandemia le obligara a modificar el orden de prioridades. Confiado en lograr la aprobación de los Presupuestos, el jefe del Ejecutivo intenta transmitir en cada comparecencia la certeza de que está en condiciones de prolongar la legislatura hasta el final.

Pedro Sánchez.

Ciertamente, la continuidad del Gobierno no está en peligro. La posibilidad de que el PP reúna en el Congreso una mayoría parlamentaria opuesta a la que sostiene a Pedro Sánchez es nula. Y no parece probable una ruptura de la coalición con Podemos ni, menos aún, una rebelión en el PSOE como las que en su día hicieron caer a Margaret Thatcher y Adolfo Suárez. Pero una cosa es que el Gobierno no tenga motivos para temer una maniobra parlamentaria que lo tumbe y otra, bien distinta, que esté garantizada la estabilidad política. 

Del plan de Sánchez no se ha hablado más. Actuaciones judiciales y otros asuntos políticos que se cuecen en Madrid han acaparado la atención de los españoles. En apenas dos días la cogobernanza en la gestión se convirtió en caos y la seguridad jurídica fue dañada. Pero esta vez la principal fuente de inestabilidad es el propio Gobierno, que promueve una agenda de iniciativas legislativas sobre asuntos que solo pueden provocar división en la sociedad, como la memoria democrática, el aborto o la eutanasia. Capítulo aparte merece la reiteración del vicepresidente y líder de Podemos en sus explícitas acusaciones al Rey y a un sector de la justicia, que unidas a las manifestaciones de los portavoces independentistas crean fuertes turbulencias alrededor de dos instituciones básicas que mantenían su entereza. Las palabras con las que Pablo Iglesias ha descartado una victoria electoral del PP en el futuro, insinuando que podría intentar regresar a Moncloa por caminos ilícitos, son gratuitas y, peor todavía, denotan falta de respeto a los electores y una actitud política reñida con la democracia, como lo está también con los jueces que lo investigan y con la prensa crítica. 

Por otra parte, la oposición rechaza una negociación, no da tregua al Gobierno, sobre cuya legitimidad arroja sombras de vez en cuando, y no encuentra el discurso que sintonice con la mayoría silenciosa. La opinión pública internacional ya se plantea rebajar la calificación de la imagen de España. En fin, la actualidad dibuja un cuadro con trazos valleinclanescos que representan la deformidad política que sufre España, nada parecida a la composición armoniosa que Pedro Sánchez proyectó sobre nuestro inmediato futuro. 

Los españoles quieren estabilidad política y que los dirigentes se centren en combatir el virus y recuperar la economía del país. La estabilidad es una condición necesaria para gestionar con eficacia la pandemia y cambiar de manera efectiva las bases de nuestra economía. En estos días estamos viendo a dónde conduce el zarandeo sin cuidado de las instituciones. Lo que cabe preguntarse es si el Gobierno piensa así también y está procurando crear un entorno político estable y resolutivo con los mayores problemas del país, con el mismo afán que pretende asegurar su supervivencia. Mientras Pedro Sánchez hace de nuevo una vaga llamada a la unidad, es claro que al menos una parte del gabinete arde en deseos de abrir un proceso constituyente.

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