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Rafael Simón Gil

Mirar para otro lado

La nueva portada de 'Charlie Hebdo'

Por si la pandemia que oprime física, económica, social y sanitariamente a Europa fuera poco castigo (lo de España y sus regiones es un añadido sádico que deben soportar los españolitos que al mundo vienen gracias a la crónica pandemia que padece nuestra casta política), por si fuera poco, digo, resulta que el azote del terrorismo islámico vuelve a golpear las libertades europeas como un martillo mecánico perfectamente sincronizado. Un siniestro “déjà vu” que se ha instalado endémicamente en el mundo libre, democrático, como una lacra apocalíptica de la que no podemos escapar. ¿O sí? El pasado 25 de septiembre eran apuñalados dos periodistas cerca de la antigua sede del semanario satírico Charlie Hebdo, en París. ¿El verdugo? Un paquistaní que llegó a Francia en 2018 como menor extranjero no acompañado. Welcome. Hace unos días era decapitado en el norte de París el profesor de instituto Samuel Paty por creer en la libertad de expresión y la democracia, por transmitir a sus alumnos los valores de Europa. ¿El verdugo? Un ciudadano checheno de religión musulmana cuya familia había obtenido en Francia el estatus de refugiado hacía unos meses. Welcome. El asesino subió a Twitter las fotos de la víctima decapitada. Pero siendo todo esto espeluznante, resulta que el padre de un alumno de Paty había lanzado una furibunda campaña en internet en contra del docente para que fuera castigado. Mientras Samuel Paty entregaba su vida por la libertad, la libertad se entrega rendida a la ceguera, al multiculturalismo impuesto por la gauche divine, la progresía y la Alianza de Civilizaciones. Welcome.

Días más tarde, tres personas eran asesinadas y varias heridas de gravedad mientras se encontraban rezando en la catedral católica de Niza. ¿El verdugo? Un refugiado tunecino que había obtenido de la Cruz Roja un documento después de llegar ilegalmente a la isla italiana de Lampedusa moviéndose con total libertad y sin el menor control; fue la misma libertad que le permitió acabar a golpe de machete con la libertad de quienes le habían acogido. El presidente Macron lo calificó como atentado terrorista islamista. Welcome. Días después, en el centro de Viena, eran asesinadas 4 personas y más de 20 resultaban heridas en varios ataques con armas de fuego. ¿El verdugo? Un hijo de inmigrantes albaneses condenado en Austria por intentar unirse al Estado Islámico. Welcome. Esta semana el profesor de un colegio de Róterdam ha tenido que esconderse tras ser amenazado por tener en clase un dibujo con un yihadista que decapita a un hombre. Lo denunciaron por blasfemia un grupo de sus alumnas musulmanas. Welcome.

¿Casos aislados? ¿Lobos solitarios? No, no se equivoquen. Cuando el presidente francés Macron anunció una campaña en defensa de la libertad de expresión y la democracia para luchar contra el “separatismo islámico” porque “hay comunidades religiosas que viven al margen de la sociedad y de los valores de la República francesa y que buscan crear un orden paralelo con sus propias reglas”, el presidente turco Erdogan -ese demócrata idolatrado por la gauche divine- calentaba la hoguera del odio llamando públicamente a boicotear productos franceses mientras recomendaba a Macron hacerse un “control mental por su obsesión con el islam”. Lo dijo también hace días el exprimer ministro francés Manuel Valls: “el enemigo vive entre nosotros”; “tenemos que erradicar el islamismo de la sociedad francesa”. Y destacó una de las claves que explican el problema: “hay también una determinada izquierda política, periodística, intelectual y sindical, que ha actuado con vileza ante el desafío islamista. Es una forma de complicidad porque ha sido cobarde o ha considerado que atacar al islamismo era atacar al Islam. Nos acusaron de islamofobia, nos trataron de fachas…”. ¿Solo terrorismo? No, no se equivoquen. Hace unas semanas Netflix se vio obligada a suspender el rodaje de una serie turca debido a las presiones del gobierno de Erdogan porque incluía a un personaje gay. ¿Han protestado los grupos LGTB? ¿Los han visto ustedes dos? No, ni los verán, no se equivoquen.

Hace unos años, nuestro flamante Zapatero y el demócrata presidente turco Erdogan, infinitamente más inteligente que ZP, sacaban de la chistera del buenismo multicultural el invento de la Alianza de Civilizaciones, un oxímoron conceptual, ético y estético que hizo ironizar al historiador británico Henry Kamen en su artículo ¿Qué alianza? ¿Qué civilizaciones? “Se supone que la intención no es exportar los decadentes conceptos culturales occidentales, como democracia, derechos de la mujer, libertad de expresión, libertad religiosa y tolerancia sexual. Si Zapatero no tiene intención de profundizar en estos conceptos, ¿entonces intentará profundizar en conceptos como la dictadura, el control de la prensa y la negación de la libertad sexual? ¿Cómo demonios puede existir una alianza si no es posible alcanzar un acuerdo en materias sencillas como, por ejemplo, la libertad de prisioneros políticos o la abolición de la pena de muerte para las esposas infieles?”. Welcome. ¿Quién fue nombrado Alto representante para la Alianza? El catarí Nassir Abdulaziz. Qatar mantiene la pena de muerte por apostasía, la flagelación por relaciones sexuales ilícitas, la cárcel a las mujeres que quedan embarazadas o tienen relaciones sexuales extramatrimoniales. El País publicaba en 2019 la lista de países que castigan las relaciones homosexuales con la pena de muerte. ¿Quieren conocerlos? Arabia Saudí, Irán, Yemen, Sudán, Nigeria, Somalia, Mauritania, Emiratos Árabes Unidos, Catar, Paquistán y Afganistán. ¿Alianza de Civilizaciones? No miren para otro lado. Welcome. A más ver.

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