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Antonio Gil Olcina

Gota de aire frío y Dana

Resultados de la DANA.

La expresión “gota de aire frío” es la traducción literal del término “Kaltluftropfen”, acuñado por el meteorólogo alemán Richard Scherhag (1907-1970) para designar una depresión marcada en las troposferas media y superior, entre 3 y 10 km de altitud aproximadamente, e inexistente o poco acusada en la inferior. La denominación de “gota” alude a la forma inicial del embolsamiento de aire frío que se desprende y queda aislado del flujo general del oeste, predominante en latitudes medias y altas a esos niveles. Cuando la corriente en chorro (“jet stream”), que articula dicho flujo, circula a más de 150 km/h, su trazado es rectilíneo, zonal, rumbo oeste-este; pero, si la velocidad cae, aquel se ondula y meandriza: esas ondas, a medida que pierde celeridad, crecen y tienden a cambiar su dirección zonal por la meridiana, los valles se hacen vaguadas y reducen su longitud de onda; al punto que cuando la rapidez no llega a 70 km/h, el “jet” se difumina y las isohipsas que configuran la vaguada pueden entrar en contacto lateral y estrangularse, originando un embolsamiento de aire frío o depresión en altitud, es decir, una baja desprendida de la circulación general, una depresión aislada en niveles altos, conocida hoy por el acrónimo DANA; sin embargo, recordemos y subrayemos, porque es esencial, que para hablar simultáneamente de “gota de aire frío” en sentido estricto, el de la “Kaltluftropfen” genuina y prístina de Scherhag, es requisito necesario que en superficie no haya rotación ciclónica o, al menos, que este no sea viva.

Aun sin desconocer precisiones subsiguientes y afianzamiento posterior de la teoría, a finales de los treinta Scherhag describió la “Kaltluftropfen”; empero, hasta que en España la locución “gota de aire frío” o, abreviadamente, “gota fría” fuera del dominio público transcurriría casi medio siglo: la década de los ochentas y, además, el concepto llegó desnaturalizado, desvirtuado, confundido con una sinonimia abusiva, errónea e improcedente, la que equipara “gota fría” con aguacero copioso e intenso; y, sencillamente, esto no es cierto: ni todas las “gotas frías” ocasionan esos hidrometeoros, ni, por ejemplo, todos los diluvios mediterráneos tienen, forzosamente, por causa esa perturbación. Por todo ello, resulta, más que oportuna, obligada la diacronía, siquiera sea muy sucinta, de la difusión de la expresión “gota fría” en nuestra nación, hasta incorporarse, alejada de su acepción originaria, al lenguaje común. Como se ha indicado, este proceloso viaje duró cincuenta años, en tiempos bien difíciles: baste recordar la coyuntura bélica y, a continuación, el aislamiento internacional. En este contexto, es de rememorar, por significativo, que en la última de las tesis doctorales sobre climatología regional de España dirigidas por el Profesor H. Lautensach, la de P. Kunow (“Clima de Valencia y Baleares”, 1950), no hay mención alguna de la “gota fría”. Muy a finales de esta década y comienzos de los sesentas, se rastrean algunas referencias en círculos muy restringidos. Dos lustros después una “gota fría” con todos los agravantes originaba las descomunales llenas de los ríos-rambla Almanzora y Guadalentín, más la rambla granadina de Albuñol; y, peor aún, la mortífera salida de la rambla de Nogalte, con 80 víctimas en Puerto Lumbreras. Tras el luctuoso suceso (19 de octubre de 1973), la “gota de aire frío” tuvo carta de naturaleza generalizada entre meteorólogos y climatólogos españoles. Pero tardaría aún tres lustros en difundirse, plenamente, entre el gran público, lo hizo en la década de los ochentas, pródiga en riadas; sin duda, por ello, con la susodicha y generalizada sinonimia inexacta de aguacero copioso e intenso. Es de subrayar que más de la mitad de las “gotas frías” no causan en la España peninsular precipitaciones de importancia; a veces, ni débiles, o sea, faltan por completo.

Ante esta radical alteración del concepto primigenio, se adoptaron, por los especialistas, dos posiciones diferentes: restablecer el significado originario o reemplazar la expresión por otra de mayor amplitud, menos limitada, más asequible al gran público. A tenor de la primera opción. M.C. Llasat (1987) consideró que, para hablar de “gota fría” en sentido propio, era preciso que la situación atmosférica resultara acorde con la definición de Scherhag, exigiendo además, para una verificación más segura, el requisito adicional de una isohipsa relativa o isolínea cerrada en el mapa de altura o espesor 1000/500 hPa. A diferencia, AEMET prefirió sustituir el concepto de “gota de aire frío” por el más amplio de Depresión Aislada en Niveles Altos (DANA), acrónimo, de inmediato lexicalizado, que también rendía homenaje al desaparecido meteorólogo Francisco García Dana; que, en el Instituto Nacional de Meteorología, había desarrollado investigaciones de gran interés sobre diluvios mediterráneos, como la titulada “Situaciones atmosféricas causantes de lluvias torrenciales durante los días 19 al 21 de octubre de 1982 en el Levante español” (1982). En verdad, parece conveniente y de estricta justicia, para obviar además cualquier controversia futura, conocer formalmente, con nombre y apellidos, la paternidad del acrónimo; salvo si el deseo o propósito ha sido y es, desde el comienzo, otro.

“Gota fría” singularmente lluviosa de 19 de octubre de 1973, DANA alimentada en superficie por levante que, en el flanco meridional de un gran anticiclón de bloqueo, conducía aire muy húmedo e inestable de procedencia mediterránea

Sobre la relación existente entre los conceptos “Gota de aire frío” y DANA, parece oportuno hacer las precisiones siguientes: 1) Ambos no son sinónimos ni expresiones equivalentes: DANA es concepto de mayor extensión y menor comprensión que “Gota fría”; de otro modo, todas las “Gotas frías” son DANAs; no viceversa, todas las DANAs no son “Gotas frías”, no lo son las que muestran una depresión acentuada en superficie. El acrónimo DANAs designa un gran conjunto de situaciones atmosféricas cuyo denominador común es la presencia universal y necesaria de dicha depresión en altitud o área cerrada de baja presión desprendida del flujo del oeste. El referido conjunto está integrado por subconjuntos, cuyos elementos poseen todos el indicado rasgo general; pero los de cada subconjunto tienen además otro distintivo, una determinada peculiaridad: en el caso de las “gotas frías”, la inexistencia de una depresión o baja marcada en superficie. Así pues, las “Gotas de aire frío”, en su acepción originaria, constituyen uno de los subconjuntos del gran conjunto de las DANAs. 2) En cambio, sin ningún tipo de reserva, sinónimos de DANA resultan “Embolsamiento de aire frío en altitud”, “Depresión fría en altitud” o “Baja desprendida en altitud”. 3) El acrónimo DANA se ha incorporado muy rápidamente al habla cotidiana; por su brevedad, sonoridad y, sobre todo, la amplitud de concepto, es particularmente idóneo como instrumento de comunicación, ya que apenas conlleva margen de error. En este sentido, todo invita a pensar que reemplazará, con ventaja y rapidez, en los medios de comunicación a la equívoca, con frecuencia, “Gota fría”; tan proclive, por las razones apuntadas, a la transnominación o metonimia.

Precaución necesaria e indispensable, para no repetir error, es tener bien presente que el acrónimo DANA significa, sin más, Depresión Aislada en Niveles Altos; aunque inestabilice la atmósfera y lo propicie, tampoco es sinónimo de aguacero copioso e intenso: una DANA sin alimentación hídrica carece de eficacia pluviométrica. Conviene no olvidar que, en última instancia, el gran responsable de los esporádicos diluvios mediterráneos es el propio mar, que proporciona al aire en contacto, a través del vapor de agua, la energía y humedad necesarias; conducidas y aportadas a las “gigantescas nubes puestas en pie”, colosales cumulonimbos rematados en yunque o píleo, por vientos marítimos; en nuestras costas, de componente este, primordialmente levantes y gregales. Las fortísimas lluvias del 5 de los corrientes en la Ribera del Júcar (300-400 mm, en menos de 24 horas) son muestra prototípica e inmejorable de la aludida causalidad final del Mediterráneo en estos exorbitantes aguaceros: ajeno por entero al dispositivo de “gota fría”, el episodio fue desencadenado por el sistema frontal asociado a una borrasca atlántica; sin embargo, la premisa sine qua non y condición esencial ha sido la práctica saturación del aire sobre las, más que tibias, aún cálidas aguas marinas; adquiriendo aquel así una elevada humedad específica, que lo hizo sumamente inestable, propicio al ascenso y, con el reintegro de buena parte de la formidable carga higrométrica acopiada en tan activo e intenso proceso de evaporación, también propenso al desgarro del firmamento y apertura de “las cataratas del cielo”.

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