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José A. García del Castillo

La pluma y el diván

José A. García del Castillo

Sociedad silenciada

Según dicen los expertos, los humanos somos la tercera fuente de producción de ruido y en toda la historia de la humanidad, nada ni nadie había conseguido silenciarnos. Un virus descontrolado del que no sabemos prácticamente nada, y del que se especula si ha sido diseñado por la naturaleza o por mentes perturbadas, ha conseguido el milagro. El silencio comenzó en China en el mes de enero y se fue extendiendo a todo el planeta en cuestión de muy pocos meses.

La verdad es que estamos acostumbrados a los ruidos y hasta podríamos asegurar que nos gustan. El silencio normalmente nos abruma, llevándonos a la falsa creencia de que algo no funciona bien. Son muchos los que reconocen que no pueden estar en casa sin una fuente de sonido activada, ya sea la televisión, la música o el griterío de los hijos mientras juegan.

España, como casi siempre, sobresale en negativo. Según la Organización Mundial de la Salud somos el segundo país del mundo más ruidoso después de Japón. En nuestro país, las ciudades más escandalosas son Madrid, Barcelona y Sevilla, por ese orden. Somos un pueblo al que le gusta la fiesta, la algarabía y el bullicio. Cualquier excusa es buena para montar un sarao y eso lo pagamos con decibelios de más.

En tiempos de pandemia nos encontramos en horas muy bajas. Estamos siendo silenciados sin ningún pudor y se está provocando una reacción adversa asociada al silencio severo y no deseado. La sociedad está enfermando de tristeza por mero aturdimiento inverso.

Llevar las mascarillas nos protege del coronavirus, pero nos enferma el alma. No somos capaces de reconocernos, de hablar con los demás con naturalidad, porque además tenemos que hacerlo a distancia y siempre con el miedo de ser contagiados o contagiar, porque desconocemos quién es positivo y quien no lo es, por falta de pruebas masivas.

La siguiente vuelta de rosca es la evidencia de los aerosoles que, para colmo de males, no nos permite ni cantar. Tenemos que aprender ahora a ser mudos detrás de los tapabocas, para ser aún más responsables con las posibles consecuencias, lo que hace que estemos más despersonalizados.

Vivimos el momento de mayor vulnerabilidad social y personal de nuestra historia, donde cada decisión cuenta para el presente, pero sobre todo para el futuro. Cada vez son más los que piensan que no debe de existir ningún motivo para perder los derechos fundamentales, porque ese es el primer paso para desmontar la estructura democrática de una sociedad.

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