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Vacunación masiva

Ahora que por fin la vacuna contra el mortífero virus Covid-19 es ya una realidad se constata que los Estados se enfrentan a un doble problema. Por un lado, tener que vacunar a millones de personas en un relativo corto espacio de tiempo, lo que supone un desafío de intendencia sanitaria que implica la intervención de miles de profesionales de la Administración en esta tarea y que durante meses van a tener como principal ocupación una vacunación masiva. Por otra parte, el Gobierno central y las comunidades autónomas se enfrentan a un segundo problema que ha surgido como consecuencia de la desinformación, la ignorancia, la estulticia y los deseos de protagonismo de algunas personas; me refiero a las teorías conspiranoicas y negacionistas que después de haber negado durante meses la propia existencia de la pandemia ahora dudan o niegan de la eficacia de la vacuna.

Sobre el primer aspecto es evidente que nos encontramos ante una situación desconocida en la España moderna. Aunque el sistema sanitario español está preparado para hacer campañas de vacunaciones anuales, como es el el caso de la gripe común, el reto al que nos enfrentamos es mayúsculo. La vacunación está teniendo un ritmo diferente en cada territorio. Sorprende el caso de la comunidad madrileña si se tiene en cuenta que a pesar de que su presidenta, Isabel Díaz Ayuso, se quejó ante los medios de comunicación de una supuesta discriminación en el reparto por parte del Gobierno central de las dosis enviadas a España por la farmacéutica Pfizer, una vez que los responsables madrileños en materia de sanidad han tenido las vacunas a su disposición se han utilizado una parte muy pequeña. Es en estos momentos cuando los expertos en gestión pública deben demostrar lo que saben. El problema surge cuando todo lo que se conoce de sanidad pública es de cómo hacer negocio privatizando hospitales y servicios públicos.

Pero es en el extraño surgimiento de personas contrarias a ser vacunadas donde se sitúa el verdadero riesgo. Este movimiento contrario a la vacuna del Covid-19 por una supuesta irregularidad en su proceso de fabricación comenzó en el mes de mayo cuando señoritos y señoritas del barrio de Salamanca de Madrid salieron a la calle a expandir el virus al grito de libertad. Afortunadamente estas manifestaciones terminaron en cuanto volvieron a abrirse los bares. Pero quedó un rescoldo de ignorancia que unido a la moda del trumpismo ha terminado por germinar en forma de oposición a una vacuna cuya única diferencia con cualquier otra es que se han acelerado los tiempos de su puesta a disposición de la ciudadanía gracias a la colaboración de los Estados con las principales empresas farmacéuticas.

En algún momento de los últimos años se puso de moda en la derecha española oponerse a cualquier cosa que supusiera una regulación de la actividad pública como una forma de contrarrestar la superioridad moral de la izquierda. O al menos eso piensan los sectores más conservadores. Fue el ex presidente José María Aznar el que , cuando leía un cartel en la carretera advirtiendo de la prohibición de beber alcohol antes de conducir, decía aquella frase de quien eres tú para decirme cuántas copas de vino puedo tomarme. Después ocurrió todo lo demás. La mascarilla es un bozal que no deja respirar bien y provoca enfermedades, el cinturón de seguridad en los coches coarta la libertad, se puede fumar donde se quiera y la mejor leche es la cruda.

Con ocasión de esta falsa polémica han aparecido los habituales personajes ávidos de notoriedad. Por un lado tenemos a los youtubers que se dedican a proclamar por internet falsas teorías que, de manera inexplicable, son escuchadas por miles de personas y lo que es todavía más extraño son aceptadas como ciertas. Teorías ridículas y conspiranoicas que advierten que la aparición de esta pandemia es debida a un complot de oscuros poderes que pretenden implantar una dictadura que controle la vida de las personas. Es decir, algo parecido a la novela Un mundo feliz (1932) de Aldous Huxley. Además, como consecuencia de que las vacunas que están comenzando a utilizarse por toda Europa son el producto de un proceso que se ha acelerado gracias al trabajo en equipo de diferentes laboratorios, algunos médicos han alertado sobre posibles peligros de la vacuna contra el covid-19 olvidando que han sido testadas y sometidas a ensayos con voluntarios como cualquier otra vacuna. Un ejemplo de médico escéptico es el mediático doctor Cavadas que se ha paseado por algunos platós de televisión sembrando dudas sobre la seguridad de las nuevas vacunas. Surgen algunas preguntas tras escucharle. ¿Cual sería la alternativa a la vacuna anti coronavirus? ¿Que siguiera muriendo gente? Si como consecuencia de que haya personas que no decidan vacunarse tras haber visto alguna de sus intervenciones en televisión estas personas fallecen al no querer ser vacunadas ¿qué tendría que decir al respecto el doctor Cavadas?

Una vez que se ha constatado que las medidas implantadas por los Estados para evitar contagios no han sido obedecidas por una buena parte de la población la única posibilidad de terminar con este virus es la vacuna. No hay otra.

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