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Manuel Alcaraz

La plaza y el palacio

Manuel Alcaraz

Reconstruir no es repetir errores

Alicante y Elche superan los 29 grados y baten su récord de calor en enero

Alicante necesita un libro con su historia en el periodo democrático o, mejor, desde 1960. Un espejo, una historia de verdad, no una suma de anécdotas. Es un ciclo amplio, el del desarrollismo, el neodesarrollismo y, al menos, tres grandes crisis. Con luces y sombras, pero con una tenebrosa tendencia a: 1) Indefinición de un modelo económico sólido y resiliente, en favor de negocios que otorgan beneficios inmediatos. 2) Construcción de una identidad propia que excluye a muchos, se centra en algunas élites y no integra sucesos que permitan interpretarnos desde la modernidad. Así: la epidérmica celebración festiva como paradigma de la victoria de lo efímero; la exaltación de las bonanzas climáticas; el victimismo ante Valencia, que nos debilita en el esquema autonómico, el transferir al “otro” muchas de nuestras incompetencias -con independencia de la realidad del centralismo-; la reivindicación de la capitalidad provincial sin que de ello se deduzca un esfuerzo de apertura -algo patético en el caso de la relación con Elx-: se ha preferido ser la capital de una franja territorial que va de Calp y Benidorm a Torrevieja, con recursos estimables pero incapaz, por sí sola, de promover cambios y de sostener al conjunto ante las crisis. 3) Crecimiento de una dualidad urbana insolidaria y que quiebra la cohesión. 4) Incapacidad de integrar plenamente en la trama de la vida urbana las mejores novedades: UA, Euipo, Casa Mediterráneo. 5) Indefinición urbanística que vuelve a la ciudad ilegible, aleja su dibujo de las necesidades sociales o económicas y permite la destrucción de capital simbólico, sean monumentos o la fachada litoral, mientras no integra la problemática medioambiental en los grandes debates. 6) Establecimiento de élites poco interesadas en organizar liderazgos imaginativos, cultos, reconocibles y abiertos a sectores que provienen de nuevas realidades económicas. Élites con proyectos económicos conservadores, a menudo parasitarios, y sin interés por la regeneración política. Lo que se refleja en un Ayuntamiento burocrático, sin protagonismo en grandes definiciones, sin aliento estratégico.

El diagnóstico no es benévolo. Pero es que ahora las circunstancias arrojan nueva luz sobre este panorama, sobre el paradigma dominante y obliga a una reflexión muy sencilla: lo que hemos dado en llamar “reconstrucción”, en manos de los beneficiarios de esta historia, significará, esencialmente, regresar al pasado. Su discurso se reduce a lo justo para que algunos negocios puedan recuperarse y sobrevivir, mientras las capas populares seguirán sin entrar en el ascensor social; y se da por descontado que hay que mantenerse en el espléndido aislamiento del pedigüeño. Mi tesis es sencilla: no sólo sería un despilfarro confundir reconstrucción con eso, es que, además, es imposible. Intentar prolongar los errores acumulados nos llevarán al despilfarro, a la pobreza y a la suma de desencuentros. Son errores que, en algunos casos, se han visto dramáticamente subrayados en la pandemia, sobre todo por el modelo de turismo y comercio que tenemos, que nos hace muy dependientes de unas condiciones que en el pasado consideramos inamovibles y que hoy descubrimos inestables, movedizas.

Por ello me permito sugerir algunas líneas de acción:

-Hay que evitar a toda costa que a la dualidad económico-territorial subyacente se sume otra: la de una base laboral sin cualificación, débil y sujeta a los mínimos cambios de ciclo frente a nuevos oficios de beneficiados por la reconstrucción y el apoyo a sectores emergentes. Eso pasa por promover la cualificación, reducir la dependencia de determinada hostelería y pequeñísimo comercio, integrar la digitalización en los procesos ciudadanos y favorecerla como alternativa de modernización, hacer un esfuerzo por integrar en la vida ciudadana a nuevas clases medias internacionalizadas -Distrito Digital, UA, Euipo…-.

-Revisar la relación de la ciudad con la economía de servicios reducidos. Alicante no puede ser dependiente de las determinaciones de las poblaciones del auténtico turismo de masas: ha de definir un modelo turístico autónomo, aunque no renuncie a sus rentas de oportunidad geográfica. Pero debe hacerlo sin hipotecar, en nombre del turismo, las decisiones en materia urbanística o cultural. Todo turismo urbano es un turismo de experiencia que quiere gozar de una ciudad real y no de un decorado para turistas. Establecer programas dotados de flexibilidad sobre la vida ciudadana en torno a ejes vivenciales puede ser la única alternativa. La cultura emerge como un motor de identidad y generación de riqueza. Pero ha de ser una cultura poliforme, no apegada a los gustos de las mayorías municipales, en manos de profesionales y buscando sus nichos en los competitivos mercados existentes. Y servir para la atracción de profesionales y emprendedores a Alicante. No pueden concebirse los instrumentos culturales como un archipiélago, sino como una red, con nodos-líderes en los que se revela el compromiso público en esta materia.

-La modernización comercial, pequeño-industrial y de otra clase de servicios, esencialmente descentralizados, debe contemplarse de una manera integral, como parte de los desarrollos urbanos, de la sostenibilidad de los barrios, de la emergencia de nuevas centralidades y de la implicación de la ciudadanía en su realidad más inmediata. Las subvenciones a fondo perdido, la dádiva del poder político a empresas -a veces de pura subsistencia- no van a ser posibles. Los mecanismos actuales de participación y transparencia tampoco: están obsoletos, son incompletos, no liberan datos y favorecen los microclientelismos. La viabilidad de las empresas, el mantenimiento de los puestos de trabajo, la incorporación de nuevas realidades verdes y digitales, requiere de nuevas fórmulas. Se trata de traer a la experiencia urbana los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU y su Agenda 2030, de la que aquí, prácticamente, todo se ignora, a diferencia lo que sucede en otras ciudades que la usan como guía en el camino de una nueva modernidad. Y de esos ODS cabe empezar por el último, el que postula que no hay cambios perdurables sin la conformación de Alianzas. Hacer depender las ayudas e inversiones en capital humano y social de la integración en Alianzas, promovidas por los poderes públicos en diálogo con entidades empresariales, sindicales, profesionales y cívicas va a ser algo esencial. Quizá como cooperativas de pequeñas empresas de comercio, hostelería y servicios y con la conformación de planes integrales de “territorios socialmente sostenibles”. Se trata, en fin, de imaginar el futuro pensando en el futuro, y no embargados por una nostalgia que, salvo para unos pocos, tampoco merece la pena. 

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