Cuando un amigo deja esta vida, y más si ha sido un cargo público para el que has trabajado, uno no sabe nunca si redactar su obituario como periodista o como amigo. Pero cuando un político decide contratarte como asesor tras años de desayunarse sapos y de destripar en cada información secretos de partido, confidencias vacuas, al fin y al cabo, que dinamitan irremisiblemente pactos y acuerdos de trascendencia apenas de interés más que para las siglas, pero que los cargos orgánicos consideran secretos de Estado, vaya usted a saber por qué; cuando trabajas codo con codo con uno de ellos, decía, llega un momento en que comienzas a conocer a la persona en la misma medida que su perfil político va difuminándose hasta convertirse en un elemento circunstancial, profesional, meramente accesorio. Un producto destinado al horario laboral que intentas envolver lo mejor posible para presentarlo como un referente serio ante la ciudadanía. Lo que queda después de eso es una gran amistad. Entonces, llega ese momento en que, dictada su hora, no sabes si vas a escribir del político o del amigo.

Agustín Navarro (Benidorm, 1961-2021) hacía caso a sus asesores por encima de la media habitual y era un profesional disciplinado, tanto en política como en sus relaciones personales. De los muertos siempre se dice que eran buenas personas y en este caso no habrá un ciudadano o ciudadana de Benidorm o un militante del PSPV-PSOE que pueda refutarlo.

Su entrada en política fue casi traumática. Funcionario municipal, tras un periodo como secretario personal del exalcalde Manuel Catalán entre 1987 y 1991, el partido le puso en la lista electoral de Benidorm que derrotó a la derecha reunificada de Eduardo Zaplana y Vicente Pérez Devesa. Navarro, concejal de Fiestas con apenas 30 años, representaba al ala más joven del socialismo de la ciudad turística. Meses después de aquella victoria, la misma moción de censura que cimentó la carrera de Zaplana cercenó la de Agustín Navarro, y he ahí el trauma, condenado como el PSOE a pasar dos décadas en la oposición y a protagonizar las guerras internas que suceden a la pérdida del poder. Navarro pasó casi una década en el maquis, frente a un PP bien agrupado, dedicándose él y José María Pajín al fuego cruzado de la balacera fratricida habitual en que se enfangan los partidos cuando no manejan presupuestos públicos y tratan de sobrevivir con el plazo extenuante de no pensar más que en la mañana siguiente.

Por azares de la vida y tras mucho vadear sobre el alambre en el arte de la supervivencia, regresó a la primera línea por el camino idéntico que le condujo a atrincherarse en la retaguardia 18 años antes, con una moción de censura en sentido inverso al que le cortó las alas en 1991. Con el abandono de filas de un edil del Partido Popular, en octubre de 2009 se convirtió en alcalde de su pueblo. «Gostinet, el del Campo, el que jugaba als carrers Sant Geroni i Pescadors de xicotet, el fill de Tonico, el del L'Illa y Maria Dolores, el nét de la Valora» alcanzó al fin su sueño.

La Gran Recesión de 2008 no le ayudó en la gestión. Gobernó como pudo: con los ayuntamientos maniatados por la deuda, sin apenas posibilidad de inversión, más con gestos que con fastos, volcado hacia políticas sociales, barrio a barrio y casa por casa, imposibilitado para el oropel y las luces de neón que por lo común deslumbran al electorado. A pesar de estas dificultades, con un primer equipo de gobierno muy político y bien engrasado tras años en el banquillo de los suplentes, fue alcalde hasta 2015. En seis años saneó la hacienda local, mantuvo a Benidorm a la cabeza del ránking turístico nacional, desatascó algunas inversiones públicas y privadas, racionalizó el urbanismo (tampoco le quedaba otra posibilidad en un escenario en que apenas había inversiones inmobiliarias en las áreas costeras españolas), adecentó la escena urbana, logró esquivar las andanadas de la oposición, que trataba de ponerle bajo sospecha, y consiguió modernizar la imagen kitsch de la ciudad a base de encaminarla hacia un turismo más joven. Así lo hizo al arrebatarle a Alicante el Low Festival hasta convertirlo en un evento de referencia nacional. La rabiosa inquietud de la juventud combinada con la madurez y la tradición. Sentó en su despacho a Loquillo, pero también a Raphael.

Ya sin mociones de censura y casi al toque de campana, ganó por menos de 200 votos las elecciones de 2011, y aunque gobernó en minoría con apoyo de los liberales de Gema Amor, completó sin contratiempos su mandato hasta 2015. En ese último año, perdió contra Toni Pérez y encontró acomodo en la Diputación. «Quién me iba a decir a mí, hijo de padres humildes, que iba a ser alcalde de esta maravillosa ciudad, Benidorm. La aspiración más grande en política para alguien que ama a su pueblo es ser su alcalde», aseveró en una carta publicada en INFORMACIÓN el pasado agosto cuando el cáncer ya le devoraba.

En esos años, un compañero de partido de largo recorrido, Ximo Puig, entonces diputado raso en Madrid, tomó impulso desde Benidorm como lanzadera a la Presidencia de la Generalitat al tratarse del mayor municipio con administración del PSOE (el PP también había logrado Elche). Con una Comunidad Valenciana poblada de ayuntamientos populares, el único lugar donde dirigentes nacionales del partido se hallaban lejos de territorio comanche era el despacho de Alcaldía de Agustín Navarro.

Con la mano izquierda se dedicaba a sus votantes y al PSPV, y con la derecha a la patronal y al poble, al Likud, como rebautizó a ese segmento del centro derecha local con pedigrí benidormero que no entrega su voto a cualquier precio. Su devoción por la patrona, la Virgen del Sufragio, y sus atenciones a los vecinos del casco antiguo le granjearon no pocas críticas internas. «No sé si van a votarme, pero no van a tener motivos para hablar mal de un socialista», aducía.

Y en esa asertividad en la que sus rivales creyeron encontrar su talón de Aquiles, Agustín Navarro potenció su principal virtud: nunca decía no. Le costó algún disgusto y no poca chanza. Quería agradar, ser querido, complacer a sus gobernados aunque ello le procurara el distanciamiento y el recelo de sus compañeros de partido. Sin embargo, lo que bien le valía para gobernar carecía de resultados en el PSPV, que le relevó como diputado provincial sin mucho miramiento. Ya saben: amigos, enemigos y compañeros de partido. Por este orden. Al final fue el actual alcalde de Benidorm, Toni Pérez, del PP, el más comprensivo a la hora de combinar su puesto de funcionario en el Ayuntamiento con la grave enfermedad que padecía.

Amante padre (Pablo, Elena y Didac) y abuelo (Óscar), ha sido Olga el gran amor de su vida, la persona en quien más confiaba, la que le marcaba las líneas rojas entre la política y la vida, la que siempre ha estado a su lado y la que, al contrario de lo que él se aplicaba, le decía «no» cuando había que decírselo. Olga ha sido la persona que le ha llevado en volandas hasta el final sin perder nunca la esperanza.

«En los casi 60 años que he tenido la suerte de vivir, lo que he hecho en ese tiempo y lo feliz que he sido, que sigo siendo y que lo seré hasta el final», contaba en agosto. «Estoy tranquilo y preparado», dejó escrito, siempre optimista, medio lleno el vaso, tratando de convencernos de que tal o cual medicamento podía retrasar lo inevitable, insuflando ánimos a su familia y amigos más que dedicándolos a sí mismo, como si pudiera esquivar ese último aliento con el manual de instrucciones que empleó como alcalde y como ciudadano de a pie, reafirmándose en el sí a la vida y luego ya veremos, positivo siempre. Su adiós ha sido eso, un resistirse a marcharse aunque sin obviar lo inevitable, un «estoy preparado porque esta es la alforja que me llevo, llena de cariño, de respeto, de ánimo, de felicidad, de buenos recuerdos, de amistad. No cabe en esa alforja el rencor».

Incluso a la muerte, a la que uno debe de negarse siempre -tal es de esperar- Agustín ha sido incapaz de decirle que no cuando en teoría tocaba. Y no le dijo ni que sí ni que no. Solo siete palabras para pasar indemne al otro lado, no fuera qué. Negro sobre blanco las dejó. «Desde la serenidad, estoy preparado para irme». Mira por dónde, así ha sido.