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Juan Carlos Padilla Estrada

Las crónicas de Don Florentino

Juan Carlos Padilla Estrada

La banalidad del populismo

Pablo Hasél, en una foto en la cárcel.

Comencemos rindiendo un homenaje a Hannah Arendt, una filosofa y periodista judía que asistió al juicio a Adolf Eichmann en Jerusalén. Se percató de que aquel hombre de aspecto vulgar no era el monstruo que el ideario popular podía haber imaginado. Desde luego no era inocente, pero su maldad surgía de su mediocridad: era un burócrata dentro de un sistema monstruoso.

Entonces ideó la expresión «banalidad del mal» para resaltar que algunos sujetos actúan dentro del sistema al que pertenecen sin reflexionar sobre sus actos ni preocuparse por sus consecuencias; se trata tan solo de cumplir órdenes, sin espíritu crítico para discutirlas, sean cuales fueren.

Algunas décadas más tarde hemos asistido a unas jornadas de disturbios en toda España a causa de un sujeto llamado Pablo Hasél: se trata de un niño de familia bien que canta -¿canta?- bodrios de letras tan sugerentes como “Merece que explote el coche de Patxi López" o "No me da pena tu tiro en la nuca, pepero. Me da pena el que muere en una patera. No me da pena tu tiro en la nuca, socialisto". Las hay aún más artísticas: "Que alguien clave un piolet en la cabeza de José Bono". Incluso poéticas: "Pena de muerte ya a las Infantas patéticas, por gastarse nuestra pasta en operaciones de estética".

En fin… mejor no continuar.

El tal Hasél es un símbolo de a lo que hemos llegado. Porque hay miles de personas en las calles apedreando escaparates, quemando contenedores y lanzando cócteles a la policía para defender la libertad de este sujeto a decir estas beldades. Quizá recordar a estos manifestantes los límites de la libertad en una sociedad engarzada sería exceder con mucho su capacidad de comprensión. Pero tal vez convenga reparar en el personaje: Es un anti, en sentido amplio: es antisistema, está en contra de la policía, de la monarquía, de la justica, es antifascista, anticapitalista, anti… anti lo que ustedes quieran. Es eso, un anti, porque no es un pro. Este sujeto no está a favor de nada. Realmente no defiende unos ideales, un objetivo: Solo está en contra. Y el problema es que el mundo se está llenado de individuos/as como este Hasél, ya sean de derechas o de izquierdas, si es que tales localizaciones se les pudieran aplicar. Gruñen contra lo que no quieren, sin que se pueda saber lo que desean en realidad. No construyen, solo destruyen, y frecuentemente triunfan en una sociedad que se entrega con facilidad a estos descerebrados.

¿Ejemplos? Muchos. Me viene a la cabeza Trump, Bolsonaro, los artífices del Brexit en el Reino Unido, algún miembro del gobierno de España… Todos están frustrados, todos destruyen, nadie aporta una solución. Y aun así consiguen apoyos, seguidores y votos.

¿Antídotos?

Un horizonte, un objetivo, una utopía. Podrá gustar o no, pero existe un fin que perseguir. De acuerdo que quizá no sea posible, como el nuevo orden comunista que defendieron tantos, la creación de un “hombre nuevo”, la igualdad social y la abolición de la propiedad privada. No resultó, pero había un objetivo, un plan. Como lo había en el anteriormente mitificado José Antonio Primo de Rivera, alguien que perseguía un ideal, discutible, compartible o no, pero una meta al fin.

Pero, amigos, ladrar contra todo sin proponer alternativas, oponerse por sistema y destruir lo levantado por generaciones con esfuerzo y tesón solo es el atajo hacia el fin de esta sociedad que tan horrenda les parece a los populistas.

Pero que a otros nos parece aceptable, mejorable y, sobre todo generosa: porque acoge en su beatífica bondad a aquellos que basan su estrategia de éxito únicamente en destruirla. 

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