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Imagen de archivo de un control de la Guardia Civil durante el cierre perimetral.

Efectos secundarios

Supe de la existencia de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) en mi primera visita a Cuba. Joven, idealista y pelín mal informada como me embarqué en aquel viaje, la figura del ciudadano responsable que dedica su tiempo a mejorar la sociedad en la que vive por amor al arte (eso pensaba yo entonces) se me antojó como algo tan romántico como exportable a España. ¡Ojalá tuviéramos nosotros personas que por puro altruismo se ocuparan de la atención a los desfavorecidos, del correcto reciclaje de los residuos, de que las calles luzcan limpias y hasta de velar por la salud de sus vecinos! Esa fue la idea de los CDR con la que volví y la que mantuve hasta que tiempo después, con más años, menos idealismo y algo mejor informada, regresé de nuevo a la isla. Y lo hice a casa de unos amigos cubanos donde hasta los chistes sobre Fidel Castro se contaban en voz baja para evitar ser delatado como contrarrevolucionario por alguno de los miembros de esos comités, que en muchos casos eran los propios vecinos.

Lo del chiste no es una licencia literaria. La red de los CDR estaba tan bien tejida que difícil era que se pudiera hacer o decir algo dentro o fuera de casa que no llegara a los oídos del Gobierno. Algo así como la vieja´l visillo de Mota pero con efecto multiplicador y la organización de un ejército.

No me había vuelto a acordar de esta poderosa organización gubernamental cubana hasta que me sorprendió la noticia de la madrileña a la que denunció una vecina por haberse saltado el cierre perimetral para venirse a su segunda residencia en Alicante. ¿Qué es lo siguiente? ¿Organizar patrullas nocturnas para cazar a los que incumplan el toque de queda? ¿Delatar a los enamorados que se retiran las mascarillas para darse un beso furtivo? Y nosotros pensando que los peores efectos secundarios del covid eran los trombos.

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