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Lorena Gil López

Los abrazos que no cesan... ni las imprudencias

La fotografía 'primer abrazo', del danés Mads Nissen, premio World Press Photo.

Soy muy tocona, de esas personas que necesitan el contacto físico, palpar, sentir, abrazar, rozar, besar. De joven no era así, pero con el paso de los años se ha vuelto algo inherente, así que he llevado muy mal no poder abrazar a mis seres queridos. Y por fin han llegado las vacunas y, con ellas, el pulpo Lorena entra en acción: diez meses llevaba sin abrazar a mi suegro, diez largos meses, y como ya le han puesto las dos dosis admito que no pude aguantar más; el viernes, yo con mi mascarilla, nos fundimos en un largo y emocionante abrazo mientras los dos llorábamos de emoción, por todos esos momentos que hemos pasado sin poder hacerlo cuando tanto lo necesitábamos. Y desde entonces ahí estoy, abrazándole cada día, con mucha precaución, eso sí, mientras mi marido me dice que al final mi suegro me va a cobrar por los abrazos.

Y tras él llegará mi padre, al que acaban de administrar la segunda vacuna y al que me muero de ganas por ver. Mi madre va a tener que esperar porque con 72 años aún no ha recibido el mensaje para vacunarse ni de la primera dosis. Ahí está a todas horas pegada al móvil, pero no suena.

Y mientras yo me dedico a los abrazos que han llegado y a los que quedan por venir, otros han olvidado que el coronavirus sigue ahí, que mata, que deja secuelas graves a muchos de los que se contagian, y se dedican a salir a la calle sin mascarilla, a olvidarse de las medidas de prevención, a ser imprudentes, a ignorar las señales. A todos esos inconscientes les digo que un abrazo a un ser querido, a tu padre, a tu hija, a tu amiga, merece más la pena que ser un irresponsable.

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