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El presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez.Ricardo Rubio / Europa Press

Consejo versus bofetada

Hablando un día de la situación política tan enredada que percibimos del Parlamento, prensa y medios de comunicación, me comentó un amigo: “Mira, la cosa está en que un consejo tiene más recorrido y es más eficaz que un bofetón, porque un bofetón lo puede dar cualquiera y un consejo solo lo puede ofrecer una persona culta, inteligente y reflexiva. La diferencia es palmaria. El segundo, el que abofetea, solo pretende vencer momentáneamente, domeñar, acribillar si es posible, y al primero, el que da el consejo, le lleva el deseo de convencer con la palabra y las razones, actitud que contiene un recorrido más largo, más productivo, más pacificador, más cercano a las soluciones...“

Y al hilo de esta reflexión de mi amigo vine a recordar otro comentario  que viene al caso del profesor Nieto que tituló a este estado de cosas “La brutalidad de la política”. Consistía en la posibilidad de desplomar y aniquilar a un personaje en el gobierno –u otro puesto importante- mediante la sutil estrategia de crear un arquetipo por medio del sarcasmo, el insulto, el desprecio, el golpe bajo y ardides de tal laya que mostrado así a la población enardecida aparece como un ser “despreciable”, lo que provocaría su hundimiento dentro de esa sociedad en la que vive. Es la eficacia del bofetón con todo lo que lleva de humillante para el que lo recibe. Un desprecio así difícilmente se puede limpiar si no media un duelo como hace siglos. Y hoy el duelo a espada, gracias a Dios, ya no está de moda. Pensando en ello, me vino a la mente también la Eva del Paraíso quien al comerse la manzana prohibida quedó estigmatizada y convertida en la causante de todos los males del hombre. O Pandora, o Caín, o tantos otros... Esa es la grandísima fuerza que posee el mito. Así pues, si al vencedor que gobierna, al hombre que triunfa, al que consigue golpes de suerte se les quiere hundir, no hay más que llamarles “tontilocos”, “ineptos”, “pérfidos causante de todos los males” “felones” y lindezas de tal laya, y así el ser a quien va dirigido el linchamiento caerá en la desgracia y le dejará el camino expedito al maltratador para llegar a la cumbre del poder, que es el objetivo que persigue. Esto es algo que hemos vivido, y probablemente lo sigamos viviendo, aunque lo correcto sería tratar de solventar nuestros desacuerdos no como enemigos sino como meros contrincantes; las guerras con mala saña debieran estar ya puestas a un lado y no siendo así, como es así que no lo están, la manera de “matar” sin sangre y sin tener que ir a la cárcel es la del ataque al honor, que cala mucho entre el auditorio inculto y es infalible siendo como es una estrategia tan vieja como el mismísimo Génesis...  

Y el publico en general, que somos los que esperamos del buen juicio de sus señorías que usen nobles estrategias, nos quedamos, al ver los resultados, no entendiendo qué diablos pasa por las cabezas de aquellos a quienes hemos dado nuestro voto. ¿Será verdad que los gobernantes desean el bien de los ciudadanos a los que gobiernan o, como parece, lo que quieren es hacer que sus posaderas descansen en el ansiado trono que les transmite honor, gloria -aunque sea efímera- y, cómo no, dinero?

Todo el mundo de a pie se conduele y no se puede creer que mientras nuestros políticos en el Parlamento discuten si son galgos o podencos, o sencillamente se insultan, nosotros, el pueblo, no deja de trabajar y desearíamos que los ciudadanos actuales, empezando por los políticos, fueran como Pericles, que salió de su dilatado gobierno con el mismo dinero con el que entró dejándonos, además, una constitución que aún usamos, y un ejemplo de buen gobierno con ese halo de honradez que hoy, parece ser, se ha echado en el olvido.

Por último, no olviden señores parlamentarios, que existen axiomas muy antiguo pero que aún no han pasado de moda y que dice estas sabias palabras: “Llegadas las elecciones generales, quien gana gobierna y quien pierde, ayuda”, porque “se supone” que todos desean el bien del pueblo -al menos eso dicen- y para el que ha de gobernar, “todos, sin distinción de colorines pasan a ser sus ciudadanos”. Mas lo que se percibe entre los que no ganaron y hasta que lleguen las próximas elecciones, no es precisamente concordia y ayuda como cabría esperar sino rencor, sarcasmo, rabia, insultos, burlas y todo aquello que, con suerte, hará caer al contrario, que ganó. Eso es lo que se percibe cuando la gente de la calle resuella por la herida y hace partícipe de su malestar a sus conciudadanos de a pie. Pero mientras, muchos “vencedores” que suelen usar de estas artimañas posarán, al fin, sus egregias posaderas en los confortables sillones llamados poltronas y entonces guárdenos Dios. En fin, como dicen los taurinos, que Él reparta suerte...   

P.D. Por cierto, mucha gente desea dar las gracias a los científicos, a los policías, a los políticos honrados y razonables, a los médicos y sanitarios en general, a los maestros y profesores que no han dejado de asistir a clase y a todos los que se han esforzado por que este periodo del virus no haya sido aún peor.                    

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