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Kate Winslet es la protagonista de la última serie de misterio de HBO.

Otra mirada

No suelo ver muchas series por falta de tiempo, pero al leer las opiniones que la recomendaban, me animé. Los artículos aparecían a diario y me llamó la atención que muchos de los comentarios y opiniones se centraran en el aspecto físico de la protagonista. A estas alturas habrán adivinado que hablo de la serie del momento, Mare of Easttown, protagonizada por Kate Winslet. La vi el pasado fin de semana y sentí rabia porque es una serie que plantea temas tan diversos y tan de actualidad como la familia en el sentido de unidad inquebrantable; las maternidades no deseadas en chicas muy jóvenes, las relaciones intergeneracionales -4 generaciones conviven en el hogar de la protagonista-, la solidaridad entre mujeres que llevan vidas precarias, o la insondable pregunta: ¿qué es capaz de hacer una madre por su hijo? Lamentablemente la mayoría de medios han puesto el ojo en y sobre la protagonista, que si aparece gorda, vieja o demasiado natural en la serie. La propia actriz ha dado motivos puesto que ha confesado en una entrevista en The New York Times que se negó a que retocaran su cuerpo en una escena de sexo o que disimularan sus patas de gallo en los carteles y anuncios promocionales de la serie con el fin de que la imagen representara la realidad del personaje. ¡Cómo es posible que la aceptación de tu propio cuerpo llame la atención a estas alturas! ¿Qué cuerpos nos estamos acostumbrando a ver? ¿Qué cuerpo debería tener una mujer de 45 años? No sé si me disgustó porque pertenezco a lo que se denomina, eufemísticamente, la madurez o porque la esclavitud de los estereotipos de género encasilla a las mujeres de cualquier edad, profesión o condición y hasta nosotras mismas podemos caer en la trampa. Ese implacable juicio sobre el físico lo sufrimos a diario las mujeres y es especialmente dañino para las más jóvenes porque abona el terreno a posibles frustraciones, angustias y trastornos alimenticios.

Son muchas las actrices que denuncian las dificultades que encuentran para que les ofrezcan papeles a partir de una cierta edad. Como afirma Argelia Queralt, “las mujeres de mediana edad no gustan a la industria audiovisual”; algunas llegan a caer en la trampa de la eterna juventud y recurren a reiteradas operaciones de estética que, en algunos casos, dejan rostros irreconocibles carentes de expresividad. Esta “imposición estética” afecta más a las mujeres que a los hombres, especialmente en el mundo del audiovisual, el de la gran y la pequeña pantalla. Fíjense, por ejemplo, en las parejas de presentadores de informativos, ellas suelen ser más jóvenes que ellos. Los hombres pueden presentar informativos a cualquier edad o representar papeles en series policíacas sin estar nunca sujetos a ninguna norma. Para ellos, el aspecto más o menos desaliñado, una barba de varios días, poco pelo o algunos kilos de más no les resta glamour o atractivo físico. Les confieso que me senté frente al televisor buscando esa supuesta barriga o esa arruga “de más” que querían eliminar y no vi más que una protagonista de mediana edad, la inspectora Mare Sheehan, que tiene que resolver un asesinato en un pequeño pueblo de Estados Unidos donde todos se conocen, al tiempo que intenta superar la pérdida de un hijo y un divorcio. Sin embargo, cuando se arregla para una cita deja ver la belleza de una mujer que lleva impreso en su cuerpo las marcas de la vida, algo que no todos saben apreciar porque es más profunda y menos efímera. Vi, en definitiva, una mujer real, como tantas otras de su edad, porque las mujeres envejecemos y nuestros cuerpos no tienen que ser perfectos para ser y estar atractivas. El ejemplo de Kate Winslet puede ser el de muchas otras mujeres –actrices o no- que quieren mostrarse como son, desafiando el tiempo y las imposiciones de la edad, negándose a una perfección irreal. Todas deberíamos decir bien alto, en un claro ejercicio de sororidad, que estamos ante una gran actriz, espléndida a sus 45 años, y que ni tiene barriga ni está vieja; sólo talento, ese que no conoce géneros y que mejora con la edad. Esa es la mirada que deberíamos imponer e imponernos. 

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