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Juan Carlos Padilla Estrada

Las crónicas de Don Florentino

Juan Carlos Padilla Estrada

De respeto propio y ajeno

Biden y Sánchez, esta semana en su famoso paseo. | EFE DanielMcEvoy

¿Sorprende que el Presidente de EEUU dedique 29 segundos al Presidente del gobierno español?

No, lamentablemente no.

Porque un país que no se respeta a sí mismo, como es el español, difícilmente puede generar respeto en otros.

Cuando viajas a otros países emociona ver el respeto a sus símbolos, el orgullo que se siente ante el ondear de una bandera o el himno sonando al atardecer. Emociona ver a todo un país detrás de sus soldados, de sus deportistas e incluso de sus dirigentes. Y que el pronunciar el nombre de eso que les aglutina les genere un sentimiento de orgullo y pertenencia.

Incluso, en los prolegómenos de los partidos internacionales, algunos envidiamos a esos equipos que cantan su himno a voz en grito mirando al cielo.

¿Cómo en España?

En modo alguno. Aquí algunos estamos hartos de que silbar al himno y al rey sea la pauta habitual de ciertos y amplios colectivos… Y nada pase. De que los nacionalistas de variada índole nos hayan ganado la batalla de la imagen exterior y nos estén ganando la legal, transmitiendo la sensación de que vivimos en un país de opereta, donde los pobres independentistas son machacados por los opresores centralistas. Que seamos el país del mundo más descentralizado, en el que los derechos civiles se respetan con muchas veces excesiva escrupulosidad es irrelevante. ¿Saben ustedes que hace solo unos días un sujeto abofeteó al primer ministro francés y ya está en la cárcel? En España se puede insultar al Rey, incinerar su imagen, pitar al himno, quemar la bandera… sin mayor problema. Puede haber grupos políticos que defienden la destrucción de España en el Congreso de España. Hay miembros de un gobierno –el único de Europa que da cobijo a un grupo comunista en el siglo XXI- que defienden fuera de nuestras fronteras que ese país no es una democracia plena… ¡y están en su gobierno! Pero si hasta son capaces de presentar enmiendas contra sus propios presupuestos…

Un gobierno que tras decir que los independentistas catalanes iban a cumplir hasta el último de los días de la sentencia en prisión, ahora está preparando con ellos un indulto que genera en el independentismo el argumento de que “los españoles están intentado lavar sus conciencias”, argumento que compra un buen número de ciudadanos de aquí y de fuera, influenciados por un relato independentista no adecuadamente contrarrestado. El que el tal indulto sea condición necesaria para que esos grupos, sin interés alguno en la gobernabilidad del país, sigan apoyando al gobierno del señor Sánchez es irrelevante, naturalmente.

Pero volvamos a los símbolos: España es el país que menos los respeta, me atrevería a decir que el único que no lo hace. Y eso quizá se ligue con la “ocurrencia” del señor Zapatero, que un mal día parió aquello de la ley de la memoria histórica. Miren ustedes, los españoles hicimos un generoso esfuerzo de reconciliación en la Transición, dejando en el olvido las afrentas de uno y otro lado. Y nos fue bien, hasta fuimos un ejemplo en muchos países del mundo para estimular algunos puntos y aparte. Hace ahora 90 años de la proclamación de la II República y 85 del inicio de la guerra civil. ¡Ocho décadas! ¿Merece la pena estar ahora dándole vueltas a si De la Cierva apoyó la sublevación o no? ¿Planteando si quitamos el nombre a la plaza de Calvo Sotelo porque fue marginalmente golpista?

Un país ha de saber cuándo recordar y cuándo olvidar. Y todos los grandes países han hecho esfuerzos por dejar atrás pasados que no les enorgullecen. Es cierto que nuestros símbolos sufrieron una cierta apropiación durante el franquismo, y quizá por ello hubiera convenido hacer un cambio para adecuarlos a la nueva época democrática. Pero nunca es tarde: todo con tal de que los españoles nos identifiquemos, de una vez, con nuestros propios símbolos, que son, al fin y al cabo, la síntesis de toda una nación.

Pero claro, si aún no sabemos si somos una nación de naciones, una comunidad de vecinos a lo grande o un refrito de visigodos y almogávares… ¿Cómo podemos aspirar a que el señor Biden dedique a nuestro Presidente más de medio minuto en un pasillo?

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