Ruperto Chapí no cuenta con ningún número monográfico de la revista ‘Canelobre’. Para comprender el alcance de esta ausencia en su contexto hay que conocer la relevancia del músico alicantino y el de la revista del Instituto Juan Gil-Albert, que pronto cumplirá los cuarenta años de existencia.
Qué duda cabe que son los que están, pero que no están todos los que son. Está feo citar nombres. Pero del mismo modo que cuando un piensa en el mundo de la cultura alicantina le vienen a la mente los de Miguel Hernández, Eusebio Sempere, Carlos Arniches, Óscar Esplá o Azorín, y todos han sido analizados como merecían en ‘Canelobre’, llama la atención que en tantísimas etapas por las que ha atravesado la revista, indistintamente de que en la Diputación mandase el PSOE o el PP, el nombre de Chapí no mereciese esa prioridad. Insisto, en casi cuarenta años.
El personaje es incontestable. Ergo, las subjetividades, existen. Y las discriminaciones positivas. Allá donde hay personas, hay criterios (geográficos, ideológicos) que mueven acciones, y en una provincia tan desvertebrada como la alicantina todavía más.
Seamos realistas. La Casa Bardín es endogámica. Como cuando las instalaciones del Gil-Albert estaban en los sótanos de la Diputación. ¿Qué eco puede tener o dejar de tener lo que allí ocurra cuando a la masa acrítica de la ciudad le da lo mismo ochenta que ciento, y sólo los presuntos implicados en cada una de las acciones se interesan por ellas?
Intenté aportar nuevos puntos de vista a la Institución. Abrir vetas todavía inéditas. Desterrando todo lo que oliera a vetusto. Pero en los procesos de selección topamos con conceptos igualitarios, como el de paridad, que son los que fuerzan el resultado final.
