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Francisco José Benito

La cuarta vía

F. J. Benito

La solución es la vacuna, pero el fracaso actual es de todos

Si no queremos acabar encerrados en casa de nuevo y hundirnos definitivamente, hay que guardar las normas, pero quienes han de velar por su cumplimiento deben ser más firmes

Policías locales controlan el botellón en el casco antiguo de Alicante TONY SEVILLA

El hecho de que el turismo de la Costa Blanca viva en una auténtica montaña rusa que provoca que un día, al menos de este recién cerrado julio, un mismo hotel cuelgue el cartel de completo -bueno, del 100% no porque tienen sus limitaciones autoimpuestas de aforo por el covid para ser todavía más garantistas de lo que se les exige- y al siguiente se le queden la mitad de las habitaciones vacías, complica dar una previsión ajustada de lo que puede suceder en este agosto que hoy estrenamos. Aunque debería ser el mes por excelencia para el turismo, las señales son raras. El covid y las medidas impuestas para tratar de controlar la extensión de la ya tristemente célebre variante Delta auguran lo peor e, incluso, la semana pasada algún hotelero barruntaba ya tener que cerrar, siguiendo el camino de los compañeros que no han llegado ni siquiera a abrir este verano.

Pero, como la esperanza es lo último que se pierde, soy de los que piensa que a final de mes el balance no será tan malo. De hecho, pese a las críticas generalizadas de la hostelería por el golpe a la actividad, sigue resultando complicado encontrar mesa para comer o cenar un fin de semana en cualquier municipio costero de la provincia… o en pleno centro de Alcoy. Alguna caja se hace. Lo que sí ha quedado cristalino en los últimos días es que a los gestores de la crisis del covid, ésta les ha terminado superando. Fallaron en la prevención y han terminado tirando por la calle del medio sin calibrar el impacto del tiro. Vamos, que no es lo mismo anunciar un toque de queda (a muchos y muchas se les llena la retina de tanquetas) en Benidorm que en Soria para la primera quincena de agosto, el periodo de vacaciones clásico de la mayoría de los españoles. Durante toda la primavera, con los mejores datos de incidencia de España, fuimos la comunidad autónoma con más restricciones para, según Ximo Puig, salvar el verano. Pues lo estamos viviendo igual que el resto, a veces hasta peor, y eso que seguimos haciendo «esfuerzos» que otros no hacen. Que se lo digan al dueño de una heladería que tiene que cerrar media hora antes en estas semanas en las que hace la caja de todo el año si ese detalle es importante o no. Y que miren a los heladeros de otras autonomías si también están forzados a «esforzarse».

El efecto disuasorio del toque de queda es una realidad, a juzgar por la evolución de las reservas o la desesperación de hoteleros y hosteleros. Puig, aconsejado por los inflexibles sanitarios, no ha medido con certeza las consecuencias, por supuesto, pero en el fracaso de la contención del covid, las culpas hay que repartirlas entre todos. El primer responsable es el covid, el propio virus, pero el foco ahora debe centrarse en lo que ya empieza ser una máxima en esta crisis, la irresponsabilidad de jóvenes, y no tan jóvenes, a la hora de cumplir las medidas de precaución para combatir el covid, sumada a la incongruencia de las medidas y la variable vara de medir su cumplimiento.

De nada sirve implantar medidas mientras se mira hacia otro lado en temas como el tardeo, se dé donde se dé

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Este es un virus que ha demostrado que mata, que deja secuelas miserables como que haya pacientes a los que están enseñando de nuevo a caminar tras meses en coma en una UCI, y que contagia, incluso, hasta a personas ya vacunadas. Pues bien, pese a que todos conocemos casos cercanos, los botellones incontrolados se siguen celebrando sin que los ayuntamientos hayan logrado erradicarlos, lo que también es un fracaso. Por cierto, los botellones están prohibidos de siempre y, además, cuando ha interesado se han impedido, como en ciertas ediciones de la Santa Faz. Las fiestas en las casas particulares no cesan y, por otro lado, tampoco existe ningún tipo de control en muchas zonas de ocio clásicas donde la fiesta arranca a las 15 horas bajo el nombre de tardeo y la mascarilla es un recuerdo una hora después, con baile incluido por mucha prohibición que exista desde el mes de mayo. El problema va más allá del cerco al ocio nocturno, pues en algunos de estos mismos pubs, no todos, los responsables y los clientes se toman las cosas igual de poco en serio a media tarde que de madrugada. Y eso está pasando a diario mientras los ayuntamientos, entre ellos el belicoso Alicante, miran hacia otro lado. Parece más fácil para los mandos policiales, y menos conflictivo, enviar a los agentes a llamar la atención a las octogenarias que en la playa se pasan un poquito más de la raya imaginaria marcada por los célebres palos, que plantarse en ese pub que todos conocemos un domingo a las 17 horas y poner multas.

Por supuesto que la única vacuna frente al covid es la propia vacuna, y que estoy seguro que si el Consell hubiera recibido más dosis las habría suministrado, aunque el ritmo y la estrategia no sea igual que en otras comunidades. A las puertas de agosto, los expertos que asesoran al presidente podrían haber jugado meor con las edades e inocular a los más jóvenes, hoy en el ojo del huracán. Un colectivo en el que hay de todo, desde el chaval o la chavala que se cree inmune y piensa, craso error, que el covid es cosa de abuelos, a los responsables, que sacrifican fiestas, que guardan distancias, y que sin renunciar a disfrutar del verano se ponen la mascarilla, qué menos.

El toque de queda a partir de la 1 de la madrugada va dirigido directamente contra los botellones, sostienen los que han tomado la decisión. ¿Y quién controla las quedadas para hincharse a alcohol a las 20 horas? Lo que está claro es que en estos 18 meses de pandemia se ha demostrado que no hemos aprendido nada. Si no queremos acabar encerrados en casa de nuevo, lo que terminaría de hundirnos, hay que guardar las normas, pero los que tienen que velar porque se cumplan deben mostrarse más firmes y consecuentes. Multas y sanciones imaginativas.

Estoy convencido de que si alguno de los que se mofan de las medidas de control vieran a un amigo mío, que podría ser su padre pues tiene 58 años, con el andador tras años de montañero, se lo pensaría. Aunque suene mal. Mano dura y pedagogía, la famosa enseñanza en valores que algunos y algunas recibimos en la EGB y de nuestros padres. Y por cierto: largarse dos noches a Ibiza mientras clamas contra las medidas adoptadas por el Consell mientras tu municipio es un desmadre, siendo tú quien debe velar, con todos sus compañeros, por su aplicación, tampoco parece un ejemplo de lo más oportuno.

Arrancamos agosto, el mes clave para las vacaciones con los ánimos del sector turístico por los suelos. Esperemos que la montaña rusa en la que se ha convertido el turismo nos devuelva algo parecido a lo que debe ser agosto. Un mes con turistas, con británicos, con franceses, con madrileños, con vascos… y, de paso, un mes de contención de la pandemia porque seguimos vacunando con rapidez. Por supuesto que nos será el de 2019 pero la esperanza es lo último que se pierde y, recordémoslo siempre, Alicante vive de los servicios, por lo que nuestro plan frente al covid no puede ser el mismo que el de la provincia de Ciudad Real. Y parafraseando a Francesc Colomer, secretario autonómico de Turismo, más allá de este mes también habrá vida para el sector si se hacen las cosas bien.

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