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Antonio Sempere

Profesores o vigilantes

Alumnos en un colegio.

Arranca otro curso en Secundaria. Para muchos profesores interinos, otra tortura. Un amigo que llegaba exhausto al final del curso pasado me contaba los motivos del desánimo. Esta vez le había correspondido un instituto de Alicante. De todos los grupos asignados, impartir la asignatura, lo que se dice dar clase, solamente pudo hacerlo en uno de ellos. En el resto se limitó a estar. A poner orden, hasta donde se podía.

Me contó algunas de las últimas trifulcas primaverales que provocaron la expulsión de algún alumno. En un alboroto entre clase y clase un grupo de ellos lanzaron desde un segundo piso un cubo de basura a la calle. Después, en el interrogatorio, nadie había sido.

En los claustros, mi amigo escuchó de boca del equipo directivo indicar al profesorado que no olvidasen que la prioridad no era enseñar, sino mantener el orden.

A todo esto, y esto no me lo cuenta mi amigo, lo afirmo yo, la burocracia administrativa ha aumentado en los últimos años exponencialmente a la par que ha ido disminuyendo la capacidad de lectura y escritura del alumnado, que es por donde comienza todo.

Veo a los docentes azorados, con los calores de primeros de julio, pendientes de reuniones, muchísimo trabajo telemático que concluir, y me digo: para qué tanta pantomima, con el panorama real que hay en tantísimos centros. A quién se pretende engañar. Y puestos a lanzar preguntas: por qué en la concertada sí se puede dar clase.

Convencí a mi amigo que la calidad de vida está por encima del dinero, y de momento ha neutralizado su posición en la lista. Por lo que este curso no se va a incorporar a ningún centro. Será mucho más feliz.

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