A todo esto, qué fue de los haitianos que fueron castigados el 14 de agosto por aquel terremoto con una fuerza superior a 7 según la escala de Richter. Nos contaron que fue al Oeste de la capital Puerto Príncipe, en una zona que ya había sido castigada por el seísmo de 2010. Que al menos había dañado a 136.000 edificios, que había causado más de 2.200 fallecidos y otros tantos desaparecidos y que se abrían vías de solidaridad.

Pero un día después, el 15 de agosto, los talibanes entraron Kabul, y ahí se acabó la historia de Haití. Afganistán se convirtió en protagonista de la información, hasta el punto de obligar a romper las vacaciones de más de un periodista titular, que quiso regresar a la redacción a narrar en primera persona lo que estaba sucediendo.

En principio, hasta el 11 de septiembre, con lo que contenía la fecha de carga simbólica al celebrarse el vigésimo aniversario de lo que se consideró el arranque verdadero del siglo XXI, no hubo en la agenda mundial nada más relevante que lo que ocurría en Afganistán.

Hemos de reconocer que los usos y costumbres de los medios de comunicación son, cuanto menos, discutibles. Por qué algo es la noticia que manda, sepultando a todas las demás, y cuándo esa noticia debe extinguirse de los sumarios y las escaletas, daría para varios debates.

Para nosotros septiembre de 2021 será recordado como el mes de la erupción del volcán de La Palma. Ha tenido que ser Andreu Buenafuente, alguien ajeno al sector periodístico, quien haya felicitado públicamente a la televisión canaria por haberse negado a facilitar imágenes de los afectados por la catástrofe. Y yo me pregunto: qué fue de Haití.