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Manuel Alcaraz

El bipartidismo judicial

Fachada del Tribunal Constitucional.

Es imposible, para nadie que se sienta parte de la ciudadanía, pensar en el nombramiento de Enrique Arnaldo como magistrado del Tribunal Constitucional y no sentir vergüenza. Propia y ajena. Propia porque cabe la pregunta tradicional: ¿cómo hemos podido llegar a esto? Y ajena: ¿cómo es capaz de postularse?, ¿cómo es capaz de proponerle el PP?, ¿y de votarle el PSOE? Su currículo está siendo ampliamente difundido estos días y me libera de insistir en él. Pero, más allá de matices, ofrece un retrato de jurista victorioso, dispuesto a pasar por encima de todo, en nombre, quizá, de la presunción de inocencia y del derecho a la defensa. Pero, sobre todo, en nombre del derecho a enriquecerse y del derecho a militar sin militar, a favorecer con sus saberes, que seguramente son amplios, a las agencias reproductoras de ideología extremo-conservadora una y otra vez. ¿Y es que no tiene esos derechos?, se me dirá.

Los tiene, sobre todo si aceptáramos que la coloración política depende exclusivamente de la posesión de un carnet. Para algunos, no tener el carnet es la mejor fórmula para poder hacer carrera política. Sobre todo, si eres juez, fiscal o estás incrustado en los muy poderosos circuitos jurídicos de algunos despachos madrileños, a veces con extensiones universitarias. Un jurista no militante, que defienda en juicios por corrupción, que tengan en su agenda los teléfonos de los jefes del lugar y al que inviten reiteradamente a las tenidas de alguna fundación, dispone de mucho más poder que el 99% de los cargos de ese partido. El PP ha hecho un arte de esto, de esta apropiación indebida de la Constitución y de la malversación de la prohibición de militancia de algunos juristas.

Pero, en fin, resignémonos: tiene esos derechos. Lo que no tiene es legitimidad de origen para ser miembro del TC. Porque esa legitimidad no se obtiene exclusivamente de reunir la mayoría requerida. Un magistrado del TC no es un “representante”. El que la Constitución establezca mayorías cualificadas, trae su razón de ser de procurar que haya acuerdos, buscando un consenso que sirva a la independencia de la institución. Por lo tanto, no es sinónimo, sino todo lo contrario, de establecer mecanismos de minorías y mayorías, más o menos rígidas, que quiebran la confianza ciudadana y corroen la funcionalidad misma del Tribunal como garante de la Constitución. La Constitución no puede interpretarse como un despojo capturado por la mayoría triunfante. E, insisto, el caso de Arnaldo es tan descarado que anula cualquier capacidad de levantar el velo de sospecha que ahoga al TC.

Pero dejemos las cosas claras: el argumento, que se condensa en este candidato del oportunismo derechista, sirve para el mecanismo mismo que, otra vez, han seguido PSOE -no sabemos si con la complicidad de un Unidas Podemos dispuesto a estar antes que a ser- y el PP. El TC vuelve a semejarse a los Parlamentos de la Restauración: un ente regulado por las férreas, aunque no escritas, leyes del turnismo a partir de un encasillado de caciques, aunque estos sean Ministros, Presidentes del Gobierno o líderes de la oposición.

Porque si Arnaldo causa escándalo en su exhibicionismo descarado, es el bloque, los cuatro elegidos, lo que amenaza con agravar la situación del TC. Por supuesto, sin menoscabo de algunas relevantes virtudes jurídicas de cada una de las personas propuestas. Pero lo peligroso es que perpetúan el modelo. Con un par de agravantes.

En primer lugar, porque todos los propuestos han sido vocales del CGPJ, con lo que cargarán con los vicios que allí se aprenden, desde que se convirtió en cocina de todos los ungüentos y sortilegios por los que lo político se transmuta en jurídico. Me refiero a unos vicios objetivos. Haber sido del CGPJ no invalida para ser del TC, pero, en la casualidad de su elección, se revela dónde ponen los partidos su fe: en los educados en una lógica marcada por las tensiones esencialmente políticas. Por eso el desequilibrio que provocan en el TC será peligroso. Y, además, se sobrerrepresenta la carrera judicial.

En segundo lugar, porque, como se ha señalado, es muy posible que cada uno de ellos pueda ser impugnado a la hora de enjuiciar algunos recursos, debido, precisamente, a sus nítidas vinculaciones ideológico-políticas. Quizá haya abuso en ello, ya veremos, pero lo que es evidente es que se está mostrando a algunos un camino perfecto para desestructurar un poco más la credibilidad del órgano.

No soy ingenuo, y entiendo que el PSOE necesitaba de manera apremiante ofrecer una imagen de capacidad negociadora y conciliadora. No critico al PSOE por haber aceptado que, tras tanto insulto a la razón jurídica, permita que se perpetúe un TC con mayoría conservadora. Le critico que haya entrado al juego con alegría, sin explicar la renuencia con la que acude al pacto, sin haber intentado buscar para sus candidatos perfiles menos politizados.

Leo un artículo de prensa de Camus, en 1945, en el que se subleva contra la idea de que el pesimismo conduzca a la claudicación. Me viene bien, porque mi natural escéptico, pero, en el fondo, optimista, se emborrona con estas cosas. He vivido esto como la llegada de heraldos que pregonan el regreso del bipartidismo, con el que tan felices fueron PP y PSOE, PSOE y PP, mientras dejaban que por debajo de su felicidad fueran creciendo las larvas de la podredumbre del sistema, entregándose sinuosa, silentemente, al control de élites que podían intercambiarlos para asegurar sus fuentes de poder. Y diríase que nada han aprendido, que no alcanzan a imaginar otras fórmulas de integración, de movilización de conciencias. Aunque, hay que reconocerlo, desde otras fuerzas críticas con el bipartidismo no siempre se ayuda, con la algarabía que forma un discurso hecho de parcialidades y del que se excluye una perspectiva de Estado. Pero es que, ahora, este trailer de peores cosas, cuenta con la ultraderecha como buitre en acecho y con una sociedad más fragmentada. Camus concluía que el pesimismo podía ser peligroso pero que, quizá, más lo fuera un optimismo sin bases sólidas. Y que la única solución posible era conjeturar otro sistema de valores. También, añado, en las formas de gestionar la estructura institucional. Al PP ya le va bien así: ni siquiera lo disimula. Que el PSOE lo tenga en cuenta en su próxima fiesta, digo Congreso.

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