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José A. García del Castillo

LA PLUMA Y EL DIVÁN

José A. García del Castillo

Amor de madre

Archivo - Mujer embarazada en una imagen de archivo

En cierta ocasión un ginecólogo se encontraba practicando una ecografía a una embarazada primeriza, que se sentía pletórica de dicha. Junto a ella estaba el futuro padre de la criatura, que impasible, pero tremendamente emocionado en su interior, observaba en silencio el transcurrir de los acontecimientos.

En la pantalla aparecían unas imágenes de un feto de unas veintiocho semanas, que según el facultativo tenía un desarrollo normal y no apreciaba ningún indicador de anomalía, lo que generó un tremendo alivio y una profunda sensación de alegría en la futura madre.

Cuando el médico finalizó la exploración quiso regalar a la pareja las primeras fotografías de su futuro hijo y escribió en ellas el nombre completo de la madre omitiendo el del padre a propósito, con la excusa, entre chistosa y ofensiva, de que él estaba completamente seguro de la identidad de la madre, pero no tanto de la del padre.

Es indiscutible que el vínculo que se genera entre la madre y los hijos es muy especial. Aquí la biología tiene mucho que decir dado que otorga a las madres el privilegio insustituible de ser las verdaderas protagonistas de la conservación de la especie. Hoy en día, después del amplio y espectacular desarrollo de la medicina en materia de fecundación relega la figura del hombre a muy poco, incluso a nada.

Está claro que del vínculo biológico madre-hijo se desarrolla el emocional, generándose la más potente de las uniones articuladas por el amor. El amor entre madre e hijos es el máximo exponente de este sentimiento, además de ser el primer eslabón en la construcción de la convivencia familiar.

Cuando este amor se quiebra suele ser por la parte más débil y con toda seguridad produce un efecto dominó en toda la familia. Sabemos positivamente que desde antiguo el matriarcado ha sido el mantenedor de grandes civilizaciones y en nuestros días ocupa en un velado segundo plano, tras una cortina de humo generada por el hombre, que no se siente capaz de competir.

En el amor de madre no hay discriminación de civilizaciones, ni de culturas, ni de religiones, ni de ideologías. En la aldea global todo el mundo respira ese sentimiento de amor cuando piensa en la persona que aceptó ser la máxima expresión de la vida. El varón comprende y acepta, con rebelde sumisión, el papel que le toca jugar, pero lucha por esa hegemonía que la biología le usurpa y le impide saber en primera persona lo que significa amor de madre. La auténtica lección de amor se escribe en femenino.

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