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Antonio Gil Olcina

Museo del agua

Figura Museo del Agua

En 1933 afirmaba Manuel Lorenzo Pardo que la zona más apta para riego, por sus condiciones climáticas y la pericia de sus agricultores ("Allí se conservan los usos más antiguos, las tradiciones más vivas, las instituciones de riego más firmes, las prácticas más sabias, la mayor y más generalizada experiencia"), era la mediterránea. A ningún regadío tradicional de la referida vertiente se ajustaban y convenían tanto estas aseveraciones como al más extenso de todos, la Huerta del Bajo Segura, Vega Baja o, históricamente, Huerta de Orihuela (23.000 ha antes del mordisco urbano). Parafraseando a Herodoto, cabe afirmar que la Vega Baja es un "don del Segura", Staber de los griegos, Thader de los romanos, Taderus de los hispanolatinos, Wad-al-Ayad (Río Blanco) de los musulmanes o, castellanizado, Alana, Benéfico en el quinientos. Entre los ríos alóctonos españoles, el Segura ha conocido la intervención humana más amplia e intensa: ha sido acondicionado, rectificado y regulado, con modificación de lechos, cuenca y régimen fluvial. A los efectos que ahora interesan -recordar el excepcional museo vivo del agua que constituye la Vega Baja- dos actuaciones destacan sobremanera: destorcimiento del curso y segregación del Vinalopó.

En cuando a la primera, es de notar que el lecho aparente u ordinario del Segura ha sido objeto de enderezamiento mediante una alongadísima cirugía fluvial de corta de meandros, desde el Rincón de los Cobos a Guardamar, culminado, encauzamiento incluido, en las postrimerías del segundo milenio; cuatrocientos años después que Juanelo Turriano (1577), nombre españolizado del célebre ingeniero cremonés al servicio de la monarquía española Giannello della Torre, propusiera la "redención de vueltas" para favorecer el desagüe de las riadas y prevenir desbordamientos. Con las últimas supresiones de meandros, la longitud del curso entre la Contraparada y Guardamar se ha reducido de 75 a 53 km, al tiempo que los segmentos de álveo o "colleras de buey", rincones y sotos aledaños liberados ascienden a 70 hectáreas. En el último cuarto del siglo XVIII (Cavanilles, 1795) se produciría la mutilación de la cuenca del Segura, por amputación de la del Vinalopó (2.340 km2), que hasta entonces había conducido parte de sus llenas fangosas al lecho mayor del Segura. Como atestigua la cartografía histórica, la conexión del río-rambla por antonomasia ("wad-arrambla") de los musulmanes) con el llano de inundación citado perduró hasta que se hizo bien patente la necesidad de evitar los serios perjuicios que sus esporádicas crecidas ocasionaban en los nuevos espacios saneados; entonces, se impuso la separación y desviación de aquel por el Azarbe de Arriba o de las Cebadas a la Albufera de Elche.

En el transcurso de siglos, la derivación de aguas fluyentes, para, en la medida posible, asegurar, acrecentar y diversificar cosechas, ha permitido, con la expansión del regadío, la bonificación del aguazal y la transformación del llano de inundación en vega; si bien con las inquietantes y temibles amenazas de sequías e inundaciones, riesgos enfrentados con actuaciones varias. Además de viejos azudes rehechos, ruedas de corriente restauradas o descuidadas y boqueras abandonadas; dichas realizaciones, con singulares iniciativas en las centurias precedentes, pero referidas básicamente al siglo XX, incluyen pantanos en los afluentes, hiperembalses en el Segura, presas de laminación de avenidas, trasvases, estaciones de bombeo, rectificación y canalización de la corriente. Es de notar que, sin solución de continuidad en la Depresión Prelitoral, la Vereda del Reino, frontera política, enteramente artificial, no ha sido, empero, irrelevante ni carente de consecuencias, al marcar la adscripción a dos reinos distintos, con leyes e instituciones diferentes. Subrayemos lo que supusieron en el proceso multisecular de desecación y reducción a cultivo del lecho de inundación el Fuero Alfonsino, norma genuinamente valenciana, clave de la fragmentación del término general de Orihuela, y el establecimiento enfitéutico ("fadiga" en la Vega Baja), forma jurídica habitual de asentamiento de colonos en los señoríos alfonsinos entre 1329 y 1707, empleada asimismo por Belluga (1743) en el Coto de las Pías Fundaciones y el duque de Arcos y marqués de Elche en Carrizales o Bassa Llarguera (1746), instituciones ambas inexistentes en la Vega Media. De resaltar es asimismo el papel desempeñado en la aplicación de ambas por el patriciado oriolano, nobiliario y eclesiástico. La conversión del espacio palustre del Bajo Segura en vega compendia una de las diacronías más esforzadas y atrayentes de la historia agraria española.

La necesaria y obligada implantación en la planicie aluvial, llano de planitud casi perfecta y sin apenas declive, del doble sistema circulatorio de aguas vivas y muertas supuso un desafío excepcional, que pasaba por la adaptación al microrrelieve, preponderancia de cauces rectilíneos y encabalgamientos ajustadísimos. Llamadas en la Vega Baja, por contraposición a las aguas claras, vivas o perennes, muertas las drenadas por la red de avenamientos; les conviene la denominación de resucitadas cuando son utilizadas de nuevo y, en este sentido, reviven para riego. Es preciso encarecer la extraordinaria importancia de las aguas resucitadas en el riego de la Huerta del Bajo Segura: al margen de las eventuales de avenida o turbias, las claras o vivas que acceden a la Vega Baja por el río, conocerán, cuando menos, tres ciclos; avenadas o muertas tras el primero, revivirán para el segundo, y así sucesivamente. En efecto, el vasto y grandioso edificio hidráulico de la histórica Huerta de Orihuela está integrado por la reiteración del módulo riego-drenaje-riego; con el regreso a la red de distribución, por una u otra vía, de los retornos que reúnen los conductos de avenamiento (escorredores, azarbetas o landronas, azarbes o meranchos, azarbes mayores, azarbones en algún caso). Advirtamos por otra parte, que, en el mejor de los casos, de los ocho azarbes que jalonan el Bajo Segura, tan indispensables y conflictivos a un tiempo -el de Alfeitamí en especial-, solo en el primero, el de las Norias, cabe hablar de aguas vivas en sentido más o menos estricto; puesto que antes del segundo, el de los Huertos, desemboca en el Segura el Azarbe del Mancomunado, o sea, también el propio río resucita agua para riego. Recordemos asimismo que azarbes mayores (Abanilla, Mayayo, del Señor) asumen la doble función de drenaje y riego; otros, como el de Millanares, por ejemplo, alimentan conducciones de aguas resucitadas: la denominada Acequia del Mudamiento, en este caso. El antiguo coto de las Pías Fundaciones (>4.000 ha) está regado, en su casi totalidad, con aguas resucitadas, es decir, reutilizadas. No olvidemos tampoco la elevación y trasvase de aguas muertas a la segregada cuenca del Vinalopó (Nuevos Riegos El Progreso, Riegos de Levante-Margen Izquierda).

De los indicados azudes nacen las acequias madres o mayores, de las que toman las arrobas y de estas los brazales, para alimentar hijuelas y regaderas, que conducen el agua a los portillos. Para salvar diferencias de altura y extender el riego a esos espacios, se han utilizado, desde época romana, aunque sus grandes difusores fueron los musulmanes, las ruedas de corriente o norias, conocidas asimismo por aceñas, azacayas, azudas, ñoras o zúas. Encarezcamos un instrumento tan emblemático del esfuerzo campesino para el riego, hoy desaparecido, como la rueda de pie, ceñil o bombillo, llamado también, por emplazarse habitualmente en este conducto de agua muerta, azarbeta. Menudearon estos sencillos artefactos en la Vega Baja hasta mediado el siglo XX; a diferencia de las ruedas de corriente, las de pie o bombillos eran accionadas por el pedaleo del campesino para elevar hasta su parcela, un máximo de 2 m, el agua muerta de la azarbeta. En desuso han caído también los tablachos antirretomo, los airosos gallardos o los trastajadores.

Abandonados y desorganizados hoy, los riegos de turbias perduraron en el Bajo Segura hasta el segundo tercio del siglo XX; a través de boqueras dispersaron las llenas de las ramblas en beneficio de una cerealicultura que podía así recibir suplementos hídricos para la siembra y granado de la espiga. El Derramador de Jacarilla, la partida ilicitana de Derramadores y, sobre todo, el Paredón de Benferri proporcionan ejemplos prototípicos. El aprovechamiento de turbias venía regulado por el derecho consuetudinario, fundamento asimismo de las ordenanzas que reglamentan el uso de aguas vivas, muertas o resucitadas; aseguran y hacen cumplir la normativa los Juzgados Privativos de Aguas, nueve en total; incluido el de Orihuela, a cuya imagen y semejanza se constituyeron los demás. Es de resaltar que el Juzgado Privativo de Aguas de Orihuela, por su antigüedad (1275), sin desconocer su raigambre musulmana, trayectoria multisecular e importancia no cede en relevancia histórica, antes bien al contrario, a ningún tribunal de aguas en España, máxime si se recuerda que el Juez Sobrecequiero ha presidido, históricamente, el Heredamiento Universal de la Vega Baja del Segura (Junta de la Vega, hoy) y ejecutado sus acuerdos.

En más de una ocasión, y con la mejor de las intenciones, se ha considerado la conveniencia de instalar un Museo del Agua de la Huerta del Bajo Segura. Sin embargo, lo cierto es que el museo, vivo e insuperable, lo ha legado el esfuerzo y sacrificio de muchas generaciones que han reducido a cultivo y transformado el aguazal en vega. Para enseñarlo y explicarlo, bastan, en principio, una Guía de la Huerta bien estructurada, itinerarios idóneos y visitas guiadas. Se pondría así en valor uno de los más relevantes, sino el mayor, de los activos culturales e históricos que atesora una comarca sin par. A este objeto obedece la Guía e Itinerarios de la Huerta del Bajo Segura auspiciada por la "Cátedra Arzobispo Loazes" de la Universidad de Alicante.

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