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Juan R. Gil

En orden de combate

Puig rearma al PSOE para convertirlo en el partido de referencia de las clases medias y aspirar a una mayoría suficiente para gobernar sin depender de socios

El presidente de la CEV, Salvador Navarro, y el líder del PSPV, Ximo Puig, se saludan ayer en el congreso de los socialistas valencianos celebrado en Benidorm David Revenga

Vaya por delante que lo que el PSPV-PSOE está celebrando este fin de semana en Benidorm no es un congreso, por más que lo hayan numerado como el 14 de su ya dilatada historia. Un congreso es por sobretodo un acto de introspección, en el que los militantes de un partido revisan las eternas preguntas: ¿quiénes somos? ¿de dónde venimos? ¿a dónde vamos? En un congreso no hay mesas redondas, sino comisiones que discuten propuestas y deciden líneas de actuación. La gestión no se expone: se debate. Y no se aclama: se vota. En un congreso, las intervenciones ante el plenario no las preparan los asesores pensando en las conexiones de televisión, sino los equipos de trabajo (los propios y los contrarios) con la ponencia marco como referencia.

En un congreso se ahorman direcciones de acuerdo a la línea discursiva mayoritaria y se conforman según los pesos y contrapesos de cada sector. Lo que en un congreso no se hace es elegir órganos por sorteo, como los socialistas valencianos han empezado a ensayar en este con ese comité de representación de la militancia que alguien ha inventado sin importarle la contradicción que encierra: si los agraciados en la bonoloto son los que representan a los militantes, ¿entonces a quién representan los miembros de la ejecutiva?

Los socialistas no han celebrado un congreso, sino un evento. Buscaban trasladar liderazgo, unidad y transversalidad, y han conseguido dejar claras las tres cosas en su mensaje

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Lo que reúne al PSPV en Benidorm, pues, es más un evento. Un ejercicio de marketing político programado para enviar a toda hora mensajes al exterior. En concreto, éste giraba sobre tres conceptos, básicos pero efectivos: liderazgo, unidad y transversalidad. Los socialistas valencianos pueden estar satisfechos. Han cubierto de sobra el objetivo. Ximo Puig, y con él su partido, sale del cónclave como los Papas: en estado de gracia.

El del liderazgo era un epígrafe resuelto mucho antes de que la reunión comenzase. Este es el primer congreso, desde que Eduardo Zaplana les sacó del poder en 1995, al que los socialistas acudían con un solo candidato a la secretaría general. Joan Romero, Joan Ignasi Pla o Jorge Alarte tuvieron que enfrentarse a rivales y salieron elegidos por la mínima y con la oposición interna, mucho más dura que los ataques que venían de fuera, garantizada hasta hacer de sus mandatos un sinvivir. Incluso Puig había tenido que medirse hasta este evento con otros candidatos. Ahora ya no se discute su liderazgo, las únicas cábalas que se hacen es acerca de cuándo decidirá retirarse. No había duda alguna respecto a la dirección del partido, como no la hay en cuanto a la candidatura a la presidencia de la Generalitat.

Esa tranquilidad, que vemos como normal porque la preponderancia de la figura del hoy jefe del Consell la ha «normalizado», pero que es excepcional si se repasa la convulsa historia del PSPV, ha sido la argamasa de la unidad que los socialistas han exhibido en el hotel Bali. Los tres secretarios generales que tuvieron que dirigir el partido en la derrota (los citados Romero, Pla y Alarte) y el que lo condujo en los años de vino y rosas de la construcción de la autonomía, Joan Lerma, la han ratificado con su participación en el evento. Y los intentos de llamar la atención de los tildados de «abalistas» no han hecho más que incrementar esa impresión de que el conocido como «ximismo» no tiene hoy por hoy contestación. El propio hecho de que quienes antes se denominaban «sanchistas» hayan pasado, de ir alardeando de brazo armado del presidente del Gobierno, a identificarse como meros seguidores de un ministro caído; que de pretender desplazar a Puig hayan acabado pidiendo algún puesto en su ejecutiva; esa decadencia, digo, subraya aún más el cierre de filas en torno al presidente de la Generalitat que en Benidorm se ha visto. Para eso firmaron la paz hace tiempo Sánchez y Puig, tras llegar a la conclusión de que se necesitaban más de lo que se podían permitir odiarse. Malas noticias para la estrategia de Mazón de minar la figura de Puig: desde que el PP renovó su alternativa, el líder de los socialistas ha salido bendecido en todas las encuestas por su gestión de la pandemia, ha reforzado su proyección nacional abanderando la revuelta de las comunidades más castigadas por la financiación autonómica y ha visto cómo le cortaban la cabeza a la disidencia interna que protagonizaba José Luis Ábalos. Vamos, que le ha ido bien.

El ascenso a la presidencia del partido de Ana Barceló deja claro que es la apuesta para la Alcaldía de Alicante, pero la consellera debería ganarse el puesto y no esperar a ser ungida

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Tampoco es que lo que está ocurriendo sea una magnífica noticia para los socialistas, aunque a la mayoría en estos momentos les parezca fantástica. Depender tanto como el PSPV depende hoy de una persona no es una buena receta de futuro. De hecho, si no fuera porque cada cierto tiempo se organizan saraos como el que hemos visto en Benidorm, no tendríamos noticias de la existencia del partido. Los periodistas nos hemos acostumbrado a hablar de un ente llamado «Presidencia», asimilando ésta con la dirección del PSPV, lo que no deja de ser una perversión. Pero es que la dirección del PSPV ni existe ni se cuenta con que reaparezca a partir de mañana.

Así que Puig es la ponencia marco. Y para explicitar por dónde quiere llevar al socialismo en la Comunidad Valenciana es para lo que ha hecho este encuentro. La cosa ha quedado clara: los socialistas van a salir a las próximas elecciones a pelear por una mayoría suficiente para gobernar solos, sin las ataduras que suponen la necesidad de los votos de Compromís o de Podemos. Puig quiere volver al esquema clásico, que tantos años de gobierno le dio al PSOE en el pasado. Por un lado, el bloque de la derecha, conformado por el PP y Vox. Por otro, el de la izquierda más allá de los socialistas, en el que se mueven Compromís, Podemos y otros. Pero por encima de ambos bloques, rompiendo esa dinámica, el PSPV-PSOE, como única opción capaz de responder a las inquietudes de un amplio espectro social, con identidad bastante como para poder seguir identificándose con la izquierda, pero con un discurso suficientemente templado como para atraer a votantes que se sitúan fuera del perímetro de ésta.

Los socialistas intentarán romper la dinámica de bloques: que haya una izquierda a la izquierda del PSOE y una derecha a la derecha del PSOE, pero con el PSOE por encima de eso

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El lema de este congreso iba a ser «Por la mayoría». Puig lo cambió hace un par de semanas para dejar el «Para la mayoría» que al final se ha impreso en los carteles. El cambio no es sólo de preposición. Es de fondo. No se trata únicamente de lograr más votos dentro de un escenario de bloque contra bloque, sino de conseguir la mayoría social; de que el PSPV sea reconocido, no como el partido mayoritario, sino como el partido donde la mayoría se siente representada, que no es lo mismo. Es una estrategia que descentra, en el sentido literal del término, al PP. Y que se beneficia de cualquier estallido que pueda protagonizar a partir de ahora Compromís. O de los cambios de humor de Podemos. Empezada la carrera hacia las próximas elecciones, cuanto más sean capaces los socialistas de diferenciarse de sus socios, mejor piensan que les irá.

De eso iba el evento de este fin de semana. De liderazgo, unidad y transversalidad. El epítome de esto último ha sido el papel reservado en el congreso al presidente de la patronal autonómica. Salvador Navarro nunca será invitado a un congreso de Podemos. Y en los del PP se le reserva sitio entre los asistentes principales. Pero en el del PSPV ha tenido, como dicen los actores, un «papel con frase». Ha intervenido, como lo han hecho los líderes de los sindicatos. Ese es el camino por donde Puig quiere llevar a los socialistas: el de la capilaridad sin complejos. Y sin experimentos: el «ascenso» de Ana Barceló, con una larga militancia a cuestas y una hoja de servicio poblada en los últimos años de los más variados cargos, a la presidencia del partido (de la que sale Juana Serna, que pondrá broche final a una muy digna carrera política al frente de una fundación) deja claro que la consellera de Sanidad es la apuesta para la candidatura al Ayuntamiento de Alicante, después de años de buscar mirlos blancos sin encontrarlos. Convendría que Barceló se lo ganara, y no se limitara a esperar ser ungida. Pero pilla, en todo caso, buen momento: el PSPV sale de Benidorm en orden de combate.

De apariciones y reapariciones

Mónica Oltra

El otro foco de atención política estaba puesto ayer en el acto organizado por Mónica Oltra en València, que reunió a la vicepresidenta del Gobierno, Yolanda Díaz, la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, la portavoz de Más Madrid en la asamblea de aquella comunidad, Mónica García, y la ceutí Fátima Hamed Ossain. «Todo un escaparate de los nuevos liderazgos en la izquierda capitaneados por mujeres», escribía un periódico. La cuestión es que tras el escaparate tiene que haber almacén. Y de eso seguimos sin saber nada, por mucha repercusión que haya tenido el encuentro.

Sonia Castedo

Yolanda Díaz había dicho que a València iba a hablar de un «proyecto de país», pero ningún detalle del mismo ha trascendido, al margen de tópicos y generalidades. Lo que sí se repitió hasta la saciedad fue la necesidad de acabar con los partidos. Es decir, de sustituir la representación por el caudillaje, que por lo que se ve no es una fórmula exclusiva de varones. Acabáramos. El tirón mediático de todas las políticas que protagonizaron el acto es innegable, pero necesitarán mostrar mucho más de lo expuesto hasta ahora si quieren conformar una verdadera alternativa. Explicar qué quieren hacer y cómo van a hacerlo, más allá de agitar a golpe de reportajes.

Yolanda Díaz

En Madrid y en València se hablaba de ellas, pero en Alicante no se hablaba de otra cosa que de la cena con admiradores que la exalcaldesa Sonia Castedo celebró la noche del viernes en Alicante. Es la segunda, desde que la Audiencia Provincial la exculpó de las gravísimas acusaciones que le llevaron a dimitir hace siete años. A la primera, el pasado agosto, fueron unas cincuenta personas. A la de este viernes, unas 400. Da la impresión de que los seguidores de Castedo se van animando y de que ella, llevada por ese ambiente, se va creciendo, así que hace bien en estar preocupado por el movimiento el alcalde Barcala. Castedo es un animal político herido. Ella sabe que en el que fue su partido no tiene recorrido y que concurrir a unas elecciones como independiente es harto difícil en una ciudad de más de 300.000 habitantes. Pero la están jaleando y le gusta. Castedo encarna un populismo distinto al de Vox, y de arañar votos lo haría en los barrios (incluyendo la playa) restándoselos a la ultraderecha, al PP e incluso a algún despistado de Podemos. ¿Sería suficiente para volver a pisar el salón azul? Difícil. Pero, en todo caso, de concurrir sería la izquierda la que estaría de enhorabuena.

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