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LA RIÁ

Mesones, hospederías y pensiones

En el centro de la imagen, en la margen izquierda del río, la Fonda Buena-Vista.

Dentro de las pequeñas historias de nuestra ciudad, vamos a poner atención a los establecimientos dedicados al alojamiento de viajeros, así como algunos de sus propietarios. De hecho, José Ojeda Nieto en su «Guía del visitante del Siglo de Oro», nos diferencia los hostales y los hostales-paradores, siendo los primeros sólo para personas y animales, y los segundos, además de para éstos, también se admitían carros, carretas y galeras. Así mismo, nos relaciona a algunas calles en las que existían como en la de los Hostales, topónimo que se ha mantenido tradicionalmente en nuestro callejero, para identificar a la que hoy es calle Alfonso XIII.

Ya en el siglo XVIII, concretamente el 14 de febrero de 1771, el justicia y regimiento de la Ciudad regulaba los precios con que debían de gobernarse los mesones, sobre lo que debían de cobrar a los huéspedes. Los cuales tenían que abonar dos reales de vellón por el alojamiento, incluyendo luz y cama, jergón, colchón de lana, dos sábanas limpias y una manta. Por otro lado, por la estancia del animal, diferenciando si era caballería mayor o menor, o sea, caballo y mula o asno, respectivamente, e incluyendo «el derecho de estaca» y el pienso, se debía de pagar, según cada caso, 20 o 18 dineros.

En la segunda mitad de ese siglo, uno de mis antepasados, Francisco Galiano Onteniente, bisabuelo de mi abuelo paterno, era mesonero u hospedero y calesero, es decir tal como indica el «Diccionario de Autoridades», tenía como oficio hospedar a los forasteros, dándole a cambio de su dinero lo que necesitasen para sí y sus caballerías.

Aunque se mantendrán los mesones, en el siglo XIX, localizamos otros establecimientos con distintos sinónimos como el «Hospedaje de Pizana», en 1870, ubicado en solares próximos a los que hoy ocupa el Ateneo Cultural Casino Orcelitano, en la calle Arzobispo Loazes, y en 1894, la Fonda Buena-Vista, que es descrita por J. Casañ Alegre, diciendo que sus «balcones sobre el río y puente no podía tener mejor vista, en esto hallé confirmado su título, la vista desde estos balcones, no es buena, sino hermosa y encuadrándosela mejor que Buena Vista, el de Vista hermosa». El viajero apuntaba además, que disponía de buena cama con jergón de muelles y blanca estera y en la pared un espejo sencillo.

En 1908, en la calle de los Hostales encontramos al Gran Hotel España, que ocupaba el mismo edificio que, en 1886, se ubicaba el Casino Orcelitano, del que nos queda su imagen adornado con motivo de la entrada en Orihuela del obispo Juan Maura y Gelabert, el 17 de octubre. En aquel primer año, dicho hotel se anunciaba disponiendo de «buenas habitaciones, excelente mesa, luz y timbre eléctrico», dando servicio de coches a todos los trenes. Años después, en 1920, se hacía referencia a precios módicos y a su ubicación junto al actual Casino. Así mismo, en 1908, localizamos a la Fonda Catalana que regentaba Andrés Legal, ofreciendo «ventajas para los señores viajantes».

En 1924, recordamos a cuatro casas de huéspedes que eran propiedad de Joaquina Alonso Cifuentes en la calle Alfonso XIII, en Calderón de la Barca a Rafaela Gea Torres y Enriqueta Ortega Pérez, y en la Corredera (calle Pintor Agrasot), a Manuel Felices Alonso. Dos años después Carmen Lorenzo de Felices ofrecía «habitaciones higiénicas, y pensiones económicas para huéspedes permanentes y viajeros».

Una década antes, en la calle Calderón de la Barca, número 11, frente al Salón Novedades, Miguel Cárceles, con el reclamo de «H. Comercio», anunciaba su «gran casa de viajeros», a los que ponía a su disposición «curiosidad, esmero y economía en el precio». Este establecimiento debió de ser el Hotel Comercio, que conocimos muchos años después y que, en 1952, ofrecía su restaurante, en el asistimos a alguna celebración familiar.

Todo ello son recuerdos de estos negocios dedicados a alojamientos de viajeros que, desde hacía siglos facilitaron estos servicios. Sólo nos resta ampliar algunos detalles de este último y rememorar al emblemático Hotel Palas que, desde los años veinte, hasta avanzados los años setenta del pasado siglo fue lugar de hospedaje de toreros, artistas, y otros profesionales. Su restaurante y bailes de sociedad fueron lugar de encuentro de varias generaciones de oriolanos. A él dedicaremos nuestro próximo texto de «La riá».

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