Opinión

Juan Carlos Padilla Estrada

Referentes

Una enfermera toma una muestra a un paciente con sospecha de padecer covid

Una enfermera toma una muestra a un paciente con sospecha de padecer covid / Javier Etxezarreta

Acabo de recibir un vídeo remitido por un amigo que me pide mi opinión profesional acerca de su contenido. Yo soy médico neumólogo y veo muchos pacientes cada día, muchos de ellos afectados por COVID-19, tanto en fase aguda como con secuelas.

En el vídeo que menciono un sujeto que dice ser “científico, padre y abuelo”, diserta sobre los efectos de las vacunas anti COVID sobre los niños. El venerable anciano comienza diciendo que las vacunas de ARN se insertan en el genoma del niño de forma irreversible y continúa enumerando las catástrofes que suceden en su organismo: secuelas sobre su cerebro, cicatrices cardiacas, alteración irreversible del sistema inmunitario para acabar con una sentencia apocalíptica: toda su descendencia quedará marcada indeleblemente.

Ante afirmaciones de este tipo solo puede alguien que tenga una mínima instrucción médica sonreír. Porque la alternativa es mucho peor: los médicos somos unos monstruos que vacunamos a nuestros propios hijos a sabiendas de que nuestra descendencia va a quedar irremisiblemente deteriorada. O lo que casi es peor, somos tan estúpidos que no nos damos cuenta de algo tan obvio.

Internet: una maravillosa herramienta que pone al alcance de cualquiera, conocimientos casi infinitos.

Pero a la vez un método de propagación de bulos, falsedades, insultos emitidos desde el anonimato, teorías conspiratorias y dislates varios.

En Internet puedes leer que la estela de los aviones está formada por gases tóxicos que nuestras autoridades nos obsequian, con intenciones exterminatorias, naturalmente. Puedes comprar emisiones gaseosas rectales de una individua que parece haber hecho fortuna con semejante ordinariez.

En Internet puede seguir al momento la trayectoria de la estación espacial europea, colaborar con la NASA para la búsqueda de vida extraterrestre o las trayectorias de los cometas, pero al mismo tiempo consultar las teorías de individuos que siguen asegurando que la tierra es plana o que cuando te inyectas la vacuna del COVID atraes las cucharas y los tenedores. Todo ello nos lleva a una reflexión obvia: la necesidad de escoger cuidadosamente los referentes, las fuentes de información. Porque no es casualidad que en la época de Internet la sociedad esté polarizada, que se hayan puesto de moda las noticias falsas y que estas tengan una repercusión mucho mayor que la realidad. Los expertos ─serios─ aseguran que las falsas informaciones están detrás del Brexit inglés y de algunas sorprendentes decisiones, tomadas democráticamente. En la crisis ucraniana se está barajando el concepto de “guerra virtual”, ataques de piratas informáticos a estructuras de país, si no tan letales como los misiles quizá más tóxicos en términos de desestructuración de un país.

No es casualidad tampoco que los populismos emerjan como las setas en otoño y sea mucho más rentable emitir un exabrupto en la red que conformarse con una verdad rutinaria. Si queremos que nuestra sociedad progrese en base al avance científico y lo haga sin los sobresaltos de los amigos del escándalo, procuremos elegir bien nuestros referentes y desechar toda aquella farfolla de quien ni tiene formación ni vergüenza para airear sus propias limitaciones.

¿Usted iría a que le curara una infección pulmonar Miguel Bosé? ¿Entonces por qué alguien confía en él cuando emite opiniones acerca de asuntos para los que está en absoluto cualificado?

PD: He hecho una sencilla búsqueda por internet, en páginas serias. Allí se detalla la biografía del sujeto del video de las vacunas infantiles. Y eso ayuda sobremanera a comprender mejor sus sandeces.

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