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Hasta luego, Rafa

Dos imágenes de Rafael Martínez-Campillo con Adolfo Suárez. En la primera escuchan a Gerardo Muñoz, en la segunda, junto a un cartel del entonces jovencísimo candidato al Congreso de los Diputados por Alicante.

Perdóname por haber tardado un poco en escribirte estas líneas, pero me está costando recuperarme. Cuando me enteré por nuestro común amigo Juan que habías muerto, solo acerté a decírselo a Puri y a telefonear a Manolo. Luego tuve que sentarme, aturdido, y así estuve durante mucho rato. Ya sabes, la típica metáfora del mazazo. Y eso que, aunque muy dolorosa, no fue una noticia completamente inesperada.

Mi móvil me confirmó que la última vez que hablamos fue el 6 de enero, a las 19:46. La conversación duró 4 minutos. Muy poco para lo que acostumbrábamos a hablar. Nos despedimos porque dos o tres días después volvías a ir a Barcelona con Piluca. El lunes siguiente por fin iban a hacerte el tratamiento que llevabais preparando desde hacía unas semanas. Un tratamiento que volvería a rescatarte de las garras de esa maldita enfermedad que te venía acosando desde hacía un tiempo y que ya te tuvo acorralado, pero de la que pudiste librarte. Aunque ahora amenazaba con volver, si la habías vencido una vez, ¿por qué no ibas a hacerlo otra vez? Pero ese cansancio que sentías últimamente no era una especie de anemia, como pensábamos, sino una terrible y traidora infección.

Como otras veces que te ingresaron, quedamos en que nos comunicaríamos por guasap y que nos llamaríamos cuando te encontraras con ánimo. No volvimos a hacerlo. Los primeros mensajes me los contestaste rápidamente, desprendiendo optimismo, como siempre. Pero luego dejaste de hacerlo, aunque los leías. Después ni siquiera eso. Recuerdo que en el último te pregunté si podía llamarte. No lo hice. Joder, Rafa, demasiado bien sabía que a ti te costaba muchísimo decir que no. Según pasaron los días la preocupación se trocó en alarma. Llamé a Manolo para preguntarle por ti, pero como sabía lo mismo que yo, quedamos en que llamaría a Piluca. No fueron buenas noticias las que le dio. Había esperanzas, pero…

Ya que no pudimos despedirnos definitivamente, pensé en escribirte, pero he tardado en decidirme porque, entretanto, ha habido otras personas que lo han hecho públicamente y mucho mejor de lo que yo podría hacerlo. Tanto Federico como Juan te conocieron muy bien y han explicado perfectamente cómo eras. Así que, dudé. Pero como dicen los psiquiatras y psicólogos que es bueno manifestar los sentimientos, puse mis manos en el teclado con el deseo de despedirme. Una vez hecho, ¿era imprescindible hacerlo público? Seguramente no, pero al fin me convenció el deseo de decirle a los oriolanos y a todos los alicantinos que tenemos una deuda pendiente contigo desde hace años. No solo me adhiero a la propuesta de Federico de que se recuerde tu nombre cuando el palacete del marqués de Rafal pase a ser propiedad pública, sino que se sepa que, si algún día la Vega Baja, esa tierra tan conocida y amada por ti, llega a contar con un Parque Cultural, será gracias a ti.

No podremos quedar a comer a final de este mes como teníamos previsto, a tu regreso de Barcelona, pero serán muchas las veces en que te recordaremos y te echaremos de menos. Hasta luego, amigo.

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