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Francisco José Benito

La Cuarta Vía

F. J. Benito

Un turista llamado Vladimir torpedea la recuperación de la Costa Blanca con su baño de sangre

La invasión de Ucrania amenaza con provocar un nuevo cataclismo económico en el turismo, cuyo sector provincial no puede seguir aguantando tras la ruina de dos años de crisis por el covid

Una familia de turistas rusos se abraza en el aeropuerto de Alicante-Elche tras llegar de Moscú dos días antes del cierre del espacio aéreo Áxel Álvarez

Uno de los turistas rusos que se ha dejado ver (no hay imágenes, pero sí constancia de ello) en los últimos años por la Costa Blanca es, ni más ni menos, que Vladimir Putin. Ese diabólico presidente de Rusia, que con su invasión de Ucrania ha puesto al mundo al borde una crisis humanitaria, política, social y económica de consecuencias impredecibles. De entrada, por ejemplo, el sector turístico provincial que solo hace solo una semana empezaba por fin a ver la luz al final del túnel tras la recesión provocada por otro virus, el covid, ha visto, de golpe, cómo se ralentizaba el ritmo de las reservas para el próximo verano y constata que sus costes se incrementan un 20% tras dos años tirando de fondo de armario económico. El miedo es libre y como el turismo es la antítesis de la guerra, el horizonte vuelve a teñirse de negro.

Si no fuera por la que ha armado, sería incluso una anécdota simpática recordar hoy que Putin conoce bien la Costa Blanca y, sobre todo, la zona de Alfaz del Pi y Altea, donde hay gente que le vio en 2014, en plena invasión de la península de Crimea, que tiene narices, y en 2019, en una lujosa urbanización de la localidad de la Marina. Años antes, a principios de siglo, también se dijo que el ahora hombre más despreciado y odiado del planeta había impulsado la construcción de un apartotel en Torrevieja para la cúpula militar rusa. No hay rastro, no hay imágenes, pero en alguna clínica de esas que en un mes te quitan 20 años pueden dar fe de que Vladimir Putin forma parte de esos miles de turistas rusos con alto poder adquisitivo que eligen la Costa Blanca para descansar, cargar pilas para el duro invierno moscovita y, sobre todo, para pasar desapercibidos en puntos como la Coveta Fumá de El Campello o esos chalets inaccesibles de la Marina Alta.

Pues bien, todo eso que tanto le gusta al presidente ruso, tomarse unas vacaciones, puede saltar por los aires si Europa, América… o sus propios compatriotas no frenan la barbarie que se ha cometido en Ucrania. Y entre los damnificados, aunque con muertos y refugiados ucranianos buscando una salida para nada más y nada menos que sus vidas, pueda sonar hasta mal, está el sector turístico de la Costa Blanca (300.000 familias), que trata ahora de salir adelante tras dos años de paros, cajas vacías y trabajadores en ERTE. La inestabilidad europea y mundial por la guerra elevará, de entrada, los precios del petróleo hasta unos límites en los que será hasta complicado hasta viajar. Y, además, ya sabemos que contra el miedo y el sentimiento de inseguridad pocas vacunas se pueden inventar. Las aerolíneas tendrán que ajustar, por ejemplo, en sus cuentas de resultados esta partida que representa alrededor de un tercio del total de sus gastos y todas están endeudadas al máximo tras dos años de covid.

Viene bien recordar los datos. La crisis económica derivada de la pandemia ha provocado que el sector turístico provincial acumule, desde marzo de 2020, unas pérdidas de 12.000 millones de euros, lo que representa la pérdida del 70% de la actividad. Una reducción de negocio turístico que tiene un importante impacto directo en el PIB de la provincia. De los 12.800 millones que venía aportando el turismo a los 35.000 millones del PIB provincial, el año pasado aportó solo 3.600, una pérdida de 9.200 millones, lo que hará caer el Producto Interior Bruto de la provincia hasta los 25.800 millones de euros, o lo que es lo mismo, un 26% menos. Hay hoteles que no han vuelto a abrir desde octubre de 2019 porque al cierre por temporada le siguió la crisis del covid y la clausura general, de la que no pudieron salir ni el pasado verano. Estamos hablando de más de 1.000 días de persianas bajadas.

Unos 5.000 trabajadores, tanto de hoteles como de restaurantes, agencias de viajes, bares y cafeterías, siguen en ERTE. Y es que, de momento, las cifras siguen siendo catastróficas. 4.000 han cerrado sus puertas en la provincia y otra cifra similar confiesa serios problemas para sobrevivir. De la planta de 14.300 bares, cafeterías y restaurantes, el 30%, unos 4.300 establecimientos, no han vuelto a abrir desde el primer confinamiento.

La actividad inmobiliaria cayó un 30% en los últimos doce meses habiéndose vendido 6.800 viviendas menos. Y con el aeropuerto sin conexiones aéreas al resto de Europa es imposible cerrar ventas. Como lo sucedido el pasado fin de semana, con la cancelación de vuelos a Rusia, los promotores se han quedado sin rusos y ucranianos.

Los hoteles cerrados, muchos asfixiados por la pandemia en forma de falta de turistas, afrontan unos costes fijos por cada establecimiento cerrado temporalmente de entre 35.000 euros (establecimientos amortizados) y de 150.000 euros en el caso de aquellos con préstamos pendientes, más grandes o sujetos al pago de un alquiler. Una media de 100.000 euros mensuales por establecimiento que, pese al cierre, siguen generando gastos. Cifras que explican la magnitud de la crisis económica derivada del covid, mucho más fuerte para este sector que la que provocó la explosión de la burbuja inmobiliaria en 2007. El turismo fue entonces una tabla de salvación para la economía provincial, pues no hubo ni un cierre hotelero. Pero nadie contaba ahora con la posibilidad de una guerra justo cuando el covid daba una ¿tregua?

Postdata: Erich Hartman (1922-1993), considerado todavía hoy como el mejor piloto de caza de la historia y, por lo tanto, el más letal y temido de todos los que participaron en la Segunda Guerra Mundial, combatió a las órdenes de Hitler siempre en el frente oriental y llegó a ser conocido por sus adversarios rusos como «el diablo negro». Derribó decenas de aviones, pero también dejó una frase que estos días ha inundado las redes. “La guerra es un lugar donde jóvenes que ni se odian ni se conocen se matan por el capricho de unos viejos, que se odian, pero no mueren”. En esta ocasión sólo hay un viejo al que señalar: Vladimir Putin, su afán de conquista y sus neuras. Pues más que una guerra, esto ha sido una invasión. Carlos del Amor, periodista de RTVE nos conmovió el viernes con uno de sus buenos reportajes mostrándonos la crudeza que supone para los padres ucranianos separarse de sus hijos. Lo resumió con un frase brutal: "En una guerra se puede morir de muchas maneras". Paremos esta barbarie y, desgracidamente, una guerra en marcha no se para tocando la lira como sostiene la ministra Ione Belarra, por cierto, la del caos del Imserso.

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