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Antonio Ortuño

Al año que viene me jubilo

Archivo - Foto de archivo de un aula, clase o colegio

Cuando Platón, el gran pensador griego, fundó la primera escuela filosófica todavía tendrían que trascurrir casi cuatrocientos años para que naciese Jesús. La escuela de Atenas se localizaba en los jardines de Academo, un olivar de carácter sagrado en las afueras de la Metrópolis y dedicados a la diosa de la sabiduría Atenea. Fue precisamente el nombre de los jardines lo que dio lugar a que la escuela se conociera como La Academia de Platón. El filósofo escribió todas sus obras en forma de dialogo; charlas donde se planteaban preguntas que introducían dudas en los argumentos contrarios. Las dudas ayudaban a descartar ideas hasta encontrar la verdad. Estas pláticas, con preguntas y contra preguntas, fueron su metodología de enseñanza durante toda su vida. Para llevarlas a cabo, Platón buscaba una buena sombra y aquellos que querían escucharlo se sentaban en semicírculos alrededor de él, dispuestos a dialogar para empaparse de sus conocimientos. Uno de los alumnos más famosos de esta academia fue un joven macedonio, de nombre Aristóteles.

Aristóteles, apodado “El Filósofo”, tras su formación en la Academia platónica y, cuando resolvió un asunto que tenía entre manos, regresó a Atenas. Allí decidió montar su propio centro de enseñanza. Encontró el lugar idóneo en el Liceo, nombre que recibía un gimnasio situado en las cercanías del Templo de Apolo Licio, rodeado de grandes jardines. Aristóteles exponía y dictaba sus clases paseando y deambulando entre jardines y áreas comunes. Este método de enseñanza dio lugar a que pronto su escuela se la conociera como la “peripatética”, que deriva del griego “peripatético” que se traduce como “los que pasean”, “los que caminan”.

Aun con campos de estudios diferentes (Platón volcado en matemáticas y Aristóteles en ciencias naturales) y con metodologías distintas, los dos pensadores tenían en común una cosa, el perfil de sus alumnos. Los asistentes eran mayoritariamente extranjeros y salvo Hipatia, todos hombres. Los estudiantes no abonaban salario alguno a los profesores, solo se tenían que preocupar de su propia manutención y de saciar sus poderosas ansias de saber.

No dejo de preguntarme cómo enseñarían hoy en día los dos grandes filósofos. Cómo se enfrentarían al reto de educar, por ejemplo, durante el próximo curso 2022/23, donde ya se va a desarrollar, en parte, la LOMLOE, la ley Celaá. Los imagino a los dos en septiembre, con el primer claustro, cuando se enteran de que tienen que compartir alumnos y notas en los primeros de la ESO. En su instituto, matemáticas que se impartirá en valenciano y biología comparten ámbito. También tendrán que acomodar sus metodologías de enseñanza, otra vez, para poder llevar a cabo dos de las grandes premisas de esta ley: La primera es que: “la enseñanza debe tener un enfoque competencial. Atrás deben quedar los ejercicios memorísticos y enciclopédicos. Ahora se trata de aplicar el conocimiento de modo real y relacionarlo con su contexto”. El segundo pilar, la segunda premisa nos señala que: “la repetición tiene un carácter -ineficaz y regresivo-. En lugar de obligar al alumnado a repetir se potenciarán los mecanismos de detección temprana, de adaptación y reorganización pedagógica. El alumno solo podrá repetir una vez por curso y un máximo de dos veces durante toda la enseñanza obligatoria”. Acabado el primer claustro, allí se quedaron Platón y Aristóteles dándole vueltas a las premisas y rebanándose los sesos para ver cómo afrontar el próximo curso.

Ya han trascurrido casi tres meses desde el claustro y Platón sigue tratando de adaptar su metodología a los tiempos que corren. Sigue sentándose bajo una morera en el patio del IES y, aunque lleva casi ochenta horas trabajando con la chavalería de primero de la ESO H, aún necesita todos los días más de diez minutos para que sus alumnos se sienten formando un semicírculo a su alrededor. Diez minutos que daba por amortizados, ya que al menos alguno de sus alumnos podría pintar semicírculos, aunque fuese en un campo de fútbol. Una vez que medio consigue colocarlos, trata de seguir con sus clases: “Operaciones combinadas y jerarquía en las operaciones”. Aún está en el primer tema, pero no veas lo que cuesta enseñar a multiplicar sin obligar a sus pupilos a que se aprendan las tablas y, para más “inri”, en valenciano. Comienza recordando lo último de la pasada clase y, justo cuando iba a comenzar a dar nuevos contenidos, Miguel levanta la mano: “Profe, me duele el culo, ¿Me puedo poner la mochila debajo?”. Antes de poder contestar, Juan también reclama su atención: “Platón, ¿puedo ir al aseo?”. Fueron tres los minutos de explicaciones y razonamientos con Juan los que necesitó para enseñarle el porqué no podía ir al aseo; tres minutos donde el caos se apoderó del grupo y el semicírculo se transformó en un polígono irreconocible, mientras todos buscaban acomodo para sus posaderas.

Durante estos tres meses Aristóteles sigue con su metodología de los “peripatos” y deambula de aquí para allá entre el patio, cuando no está ocupado, el aparcamiento de los profesores o entre las pistas de “pilota valenciana,” siempre libres. Sus alumnos de tercero de ESO manifiestan interés esta mañana, no en vano están aprendiendo la reproducción humana. Aún así, nada más empezar a caminar ya se le han descolgado dos niños y dos niñas; “cosas del amor”. Hace una pequeña parada para esperar a los rezagados. Hace ya un par de años que no los obliga a tomar notas, cuelga directamente los contenidos en “aules” y mientras espera que los hayan repasado, él sigue con las explicaciones. Ginés levanta la mano, parecía muy interesado en ellas. - Dime, Ginés - le dice el profesor. -Aristóteles, ¿puedo ir al aseo? -. Bastaron tres minutos de explicaciones sobre la necesidad de “miccionar del alumno” y el caos se apodera del grupo. Algunos, se dedican a grito pelado y entre risas a llamar de forma vulgar a los órganos genitales externos. Otros, a escondidas han sacado los móviles. Las dos parejas que se habían retrasado ya no consigue verlas. Los cuatro alumnos, justo los que más le preocupan. Dos chicos y dos chicas que ya han repetido dos veces en cursos anteriores y a los que ha tenido que elaborar adaptaciones y reorganizar su pedagogía, para que cuando lleguen a cuarto de ESO, que llegarán sin esfuerzo alguno, al menos tengan conocimiento de algo.

El día ha sido largo para Aristóteles. Cuatro clases iguales, con la misma materia y los alumnos con las mismas ganas de ir al aseo, las mismas ganas de sacar el móvil a escondidas, las mismas caras de estar pensando en las musarañas y las mismas ganas de salir por fin al recreo. Pero todavía no ha acabado. Busca a Platón para poner la nota conjunta del ámbito, es decir, la nota de biología y la de matemáticas en una sola. Lo encuentra sentado en el mismo sitio que estaba esa mañana a primera hora. - No tiene buen aspecto, lo veo pálido- pensó. - Platón, ¿te encuentras bien? - acertó a preguntar. - Hola, Aristóteles, tendría que haberme jubilado el año pasado, que ya podía. Ahora que, a Dios pongo por testigo, que al año que viene no me pillan. Me jubilo -.

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