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Una imagen de Bob Marley Archivo

Hoy me gustaría comenzar haciéndote una pregunta. A ver si sabes, y no es una adivinanza, qué es un “gesto de alegría, felicidad o placer que se hace curvando la boca hacia arriba como si fueses a reír, pero levemente, sin emitir ningún sonido”. ¡Fácil! ¿No? ..., Efectivamente, la respuesta es: la sonrisa. Quizás hayas pensado que te preguntaba por la risa. No debemos confundir una con la otra. Mientras la risa no exige una relación con la persona con la cual nos reímos (un resbalón de un desconocido que acaba con sus huesos en el suelo puede provocarnos una risa), la sonrisa sí exige relación e intención directa con la persona a quien se sonríe.

Los que ya estamos entrados en años, con un arraigo cultural y social, a mi parecer, equivocado, desde muy jóvenes nos han enseñado que la madurez, la seriedad y la responsabilidad deben de ir cogidas de la mano. Así, cuando crecemos normalmente, nos volvemos más serios, mas realistas y nos olvidamos con facilidad de soñar. Aprendemos a reprimir cualquier atisbo de sonrisa si esta no está totalmente justificada. Si queremos la magia, la dulzura, y el encanto de una sonrisa debemos retroceder unos cuantos años. Durante la infancia, incluso siendo bebés, somos capaces de mostrar nuestro mejor repertorio de sonrisas aún antes de poder percibir con claridad los objetos que nos rodean. Hay quien incluso llega a afirmar que los recién nacidos reconocen a sus madres por la sonrisa. No existe otra especie en el planeta tierra que sea capaz de sonreír. La sonrisa es una cualidad exclusiva del ser humano, las personas no aprenden a sonreír, ni lo hacen por imitación, sino que la sonrisa surge de forma espontánea en edades muy tempranas.

Cuando olvidamos sonreír, olvidamos también su importancia y su utilidad. Una ligera curva en los labios de nuestra cara alivia tensiones, mejora nuestro estado anímico, nos acerca a los demás y encima es contagiosa. Algo tan sencillo como sonreír a una persona puede hacer que ésta note que no está sola, a la vez que se siente apreciada. Pero si además recibes una sonrisa como respuesta, hace que también nos sintamos acompañados, valorados al mismo tiempo que queridos. La sonrisa es la distancia más corta entre dos personas, es un gesto de complicidad, además de ser un lenguaje universal; todo el mundo sonríe en el mismo idioma.

La semana pasada y coincidiendo con los primeros días tras el descanso vacacional de semana santa, mi instituto se anegó, se desbordó de sonrisas. La no obligatoriedad de tener que llevar mascarilla para asistir a clase, el que todos pudiésemos ver nuestros rostros al descubierto después de tanto tiempo provocaron un sinfín de cascadas de sonrisas de la que pronto se contagió todo el centro educativo. No imaginaba que los cubre-caras pudiesen retener tantas y tantas sonrisas. Fueron unos días que difícilmente olvidaré. La alegría, la complicidad y la cercanía entre todos los miembros de la comunidad educativa, nos hizo a todos, por varios días, mucho más humanos.

Pero todo pasa, desgraciadamente también lo bueno. Apenas han trascurrido diez días desde la vuelta a las aulas y las cosas están cambiando. Los rostros hasta ahora repletos de sonrisas poco a poco están canjeándose por las ya conocidas “caras de búfalo”. Caras tristes, rictus de cansancio, rostros de miedo ante la cercanía de la PAU y de las notas finales de curso y disputas sin sentido. Día a día, poco a poco, las expresiones de los rostros de todos van variando y las sonrisas se van diluyendo. Eso sí, puedo decir que buena parte de mis alumnos no van al mínimo esfuerzo, y aunque les recuerde que para sonreír basta con quince músculos del rostro y que necesitamos más de cuarenta para arrugar la frente, ellos siguen empeñados en realizar el máximo esfuerzo y siguen plegando el entrecejo. Esfuerzo en el que también se empeñan algunos de mis compañeros y compañeras.

A ver si somos capaces de no caer en el “lado oscuro” de nuestras vidas. Dediquemos nuestros esfuerzos a sonreír y sonreír un día sí y otro también, a pesar de todos los problemas, a pesar de todas las preocupaciones. Si además somos capaces de ser perseverantes seguro que nos encontramos con resultados infalibles y realmente mágicos para nosotros y para los que nos rodean. Sonriamos a nuestros amigos, a nuestros compañeros, a los vecinos, a la policía local, al panadero, a la cajera del supermercado. Vamos a dejar que nuestras sonrisas sean el motor de las emociones. Dejemos que las sonrisas organicen y sean el abono de nuestras relaciones. Seamos egoístas y sonriamos, aunque solo sea para recibir otra a cambio y no demos la oportunidad a que nadie pueda borrarnos la sonrisa de nuestro semblante. Decía Bob Marley: “Deja que tu sonrisa cambie el mundo, pero jamás dejes que el mundo cambie tu sonrisa”. Recuerda, sonríe.

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