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Antonio Balibrea

Las guerras culturales en la red

Joe Biden junto a su homólogo surcoreano, Yoon Suk-yeol. JONATHAN ERNST

Dos hijos de dictadores filipinos han ganado las elecciones en una de las democracias más antiguas de Asia. Ferdinand Marcos, apodado “Bong Bong” es hijo del dictador del mismo nombre que tiene el record Guiness de la corrupción por lo que mientras su pueblo se arruinaba, él tuvo que huir a Hawai, en 1986, con un botín que se calcula en 10.000 millones de dólares. La vicepresidenta electa es Sara Duterte-Carpio, la hija del dictador Rodrigo Duterte que acaba de abandonar la presidencia, al no poder, constitucionalmente, repetir en el cargo. Ha llevado una sangrienta guerra contra las drogas que según Amnistía Internacional ha supuesto más de 3000 asesinatos extrajudiciales, decenas de miles de caso de tortura, y bastantes más arrestos arbitrarios. Sin embargo, en las redes ha parecido como un periodo en que Filipinas respiraba paz y tenía un protagonismo internacional. A principios de este mes fueron convocados a las urnas los sesenta y siete millones de filipinos que con su voto han ratificado a los nuevos presidente y vicepresidenta, e, indirectamente, a los dictadores anteriores. La clave hay que buscarla cómo ha señalado el Word Global Index 2021 en que Filipinas lidera la clasificación mundial de uso diario de redes sociales y sus habitantes son los que más tiempo pasan conectados a través de sus teléfonos móviles con una media diaria que supera las diez horas.

Esta circunstancia fue fundamental para la victoria de Duterte sobre Marcos Jr. cuando este intentó ser vicepresidente en 2016, aprendió de ello. Seis años después, con fábricas de trolls y personas influyentes de TikTok de su lado, Marcos se ha convertido en el presidente, con la hija de Duterte de vicepresidenta. Es el triunfo de la desinformación iniciada en la campaña de 2016 y llevada a un nuevo nivel por los hiperactivos de la maquinaria de redes sociales bien financiada por Marcos Jr. Su poder y riqueza les ha permitido reescribir la historia de la familia como una historia de persecución, y reformular la dictadura como una época de relativa paz y prosperidad. El paso del tiempo, el fracaso del establecimiento político posterior a Marcos para cumplir con muchos filipinos y, por supuesto el eco de las redes sociales han creado una audiencia lista para esta ficción histórica. Aunque el caso más espectacular y reciente es el de Filipinas. Las implacables guerras culturales como la de Vox en España, con la violencia familiar” provoca una crisis política lenta. En India la agenda nacionalista del partido gobernante está erosionando una democracia que desde hace mucho tiempo se basa en el pluralismo religioso y étnico del país. El más preocupante es, junto con Brasil, la guerra cultural en los Estados Unidos de América que están tensando el sistema democrático.

El mayor creador de fake news, el ex presidente Donald Trump, utilizo las redes para vender sus falsas historias, incluso para negar la victoria de su sucesor, Joe Biden, y animar el asalto al Congreso del 6 de enero de 2020. Aunque tiene una gran influencia todavía en el partido Republicano norteamericano, está encausado en media docena de temas que junto con la comisión investigadora del 6 de enero probablemente le dificulten ser el candidato en 2024. Actualmente el político más eficaz para guerras culturales utilizando las redes es el gobernador de Florida Ron DeSantis, el posible candidato republicano. Las “guerras culturales” como ahora les llaman, son campañas de desinformación o relecturas míticas de la historia. Los republicanos han comenzado con la campaña para que una nueva sentencia de la Corte Suprema, donde tienen una mayoría de 6 a 3, deje sin efecto la sentencia de “Roe contra Wade”, así el aborto se regiría por la legislación de los Estados que declara delito en algunos sitios el aborto, incluso en casos de violación o incesto. De Santis ha prohibido en el estado de Florida la “teoría racial crítica”. Es un marco académico centrado en la idea de que el racismo en EEUU es sistémico y no solo una manifestación de prejuicios de personas individuales. La teoría sostiene que la desigualdad racial está entretejida en los sistemas legales y afecta negativamente a las personas de color en sus escuelas, consultorios médicos, sistema judicial y penal y muchas partes de la vida, ha prohibido ciertas enseñanzas o conversaciones LGBTQ. Y allí todavía no manda la ultraderecha, incluso hay intentos estatales de eliminar materiales de bibliotecas escuelas y universidades el año pasado, más de trescientos libros películas y artículos la mayoría de autores negros y latinos.

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