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Juan R. Gil

ANÁLISIS

Juan R. Gil

Una tasa contra Puig

La izquierda debe resolver si impone una decisión para la que tiene los votos en las Corts, pero que carece de apoyo social en el territorio más afectado, que es el mismo en el que se va a decantar quién preside la Generalitat dentro de diez meses

Colomer, con la patronal hotelera Hosbec, el pasado junio, con el cartel de «No a la tasa» | DAVID REVENGA

Hace muchos, muchos años, no en una galaxia lejana sino en Benidorm, un importante empresario presentó una moción en el Ayuntamiento, de cuyo pleno formaba parte como concejal y portavoz de Alianza Popular, para que a los turistas se les cobrara por el uso de las playas. La propuesta fue rechazada por el PSOE, que gobernaba el Consistorio con Manuel Catalán Chana como alcalde, y contó incluso con el voto en contra del PCE (que aún no era Esquerra Unida) y de los nacionalistas, representados en aquella corporación municipal por quien en los últimos tiempos ha presidido la patronal hotelera Hosbec, Toni Mayor.

Quiero decir que lo de la tasa turística, sean las pernoctaciones o el baño lo que se intente gravar, ni es nuevo ni es de derechas o de izquierdas. Pero sí es un asunto lo suficientemente serio como para no abordarlo, como se está haciendo con pasmosa frivolidad en València, ni como ocurrencia ni como dogma de fe. Aquel ayuntamiento de Benidorm que por primera vez debatió imponer un impuesto al turismo no estaba conformado precisamente por indocumentados, sino todo lo contrario. Los salones de quien propuso el pago por el uso del litoral, con el fin de sufragar el enorme coste que tiene para el municipio la preservación de sus playas, albergaron la primera edición del Festival de Benidorm. El alcalde era un relevante comerciante, al igual que lo era el portavoz del PCE, en cuyas filas también estaba el secretario general de CC OO. Y el edil de los nacionalistas valencianos, como ya se ha escrito, era un destacado hotelero. Un respeto, pues. Fueran del partido que fueran, profesaran la ideología que profesaran, sabían todos de lo que hablaban. ¿Lo saben hoy los diputados que pretenden aprobar en el valenciano Palacio de los Borja un impuesto que, como bien señalaba Tomás Mayoral en estas mismas páginas, no aplica ninguna zona de turismo vacacional excepto Baleares, por razones muy distintas que el director de INFORMACIÓN también explicó? Escuchando algunas declaraciones que se hacen en València, leyendo algunas de las columnas que se publican, me temo que no.

¿Qué políticas se van a ejecutar si cada cual puede hacer de su capa un sayo, según admiten los mismos que la defienden?

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Los máximos argumentos que se han esgrimido hasta aquí son de una pobreza en extremo preocupante. Uno: que otros lo hacen. No es verdad. Ningún destino comparable, y hay muchos competidores, la ha instalado. Dos: que «los de fuera» tienen que sufragar lo que nos cuesta recibirlos. Como si aquí los acogiéramos por caridad, como si no pagaran por estar, como si no dejaran tantos dividendos como para que el Turismo sea la primera industria de la Comunidad, el 14% de su PIB, más de 100.000 empleos directos sólo en Alicante. Tres: que tampoco es para tanto. Pues si no es para tanto, que me expliquen entonces a qué viene este follón que agrieta nada menos que al Consell en medio de la concatenación de las crisis más graves a las que desde la primera mitad del pasado siglo se había tenido que enfrentar ningún gobernante. Cuarto: que la tasa será municipal y voluntaria. Ah, pues entonces, si de lo que se trata es de que la ciudad de València, como la Barcelona de Colau, quiere regular un impuesto sobre el turismo, que Ribó busque la forma de hacerlo. Si la tasa tiene rango autonómico, son todas las zonas las que arriesgan aparecer en los buscadores con la alerta en rojo de que el destino puede cobrar cargos adicionales a los visitantes, a pesar de que la práctica totalidad de los municipios turísticos de la Comunidad (los gobierne quien los gobierne) ya la han rechazado. Esa es la mayor de las paradojas: las Cortes pretenden aprobar un impuesto de aplicación municipal a pesar de la negativa expresa de los ayuntamientos que tienen que cobrarlo, con la casi solitaria excepción de la capital. ¿Habrá mayor dislate? Y cinco: que la tasa lo que pretende es conseguir fondos para políticas medioambientales. ¿Pero qué políticas se van a ejecutar si cada cual puede hacer de su capa un sayo, según admiten los mismos que la defienden?

Si de lo que se trata es de que València quiere regular un impuesto sobre el turismo, que Ribó busque la forma de hacerlo

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En una situación donde los ciudadanos se enfrentan a una recesión que puede empobrecernos a todos (pero, sobre todo, a quienes menos tienen ya) hasta extremos no vistos por las generaciones que han tenido la suerte de vivir en la España democrática, con tanta y tan trascendental tarea por delante, Compromís y Podemos han decidido hacer de este asunto bandera principal (que no se olvide que llegaron a amenazar con no aprobar los últimos presupuestos si no se ponía fecha a la tasa), sin que sus dirigentes hayan sido capaces de explicar hasta ahora la razón de empeño tan mayúsculo ni tampoco de presentar un programa político que aborde los problemas reales del principal sector productivo de la Comunidad, que no son pocos ni pequeños. A falta de ideas, tasas. Y el PSPV ha intentado el juego imposible de repicar mientras se está en misa, de facilitar que la tasa corriera su tramitación parlamentaria firmándola con Compromís y Unidas Podemos, al mismo tiempo que desde el Palau se enviaba al secretario autonómico de Turismo, Francesc Colomer, a manifestarse en contra junto con la patronal. Políticamente, un esperpento.

Pero todos los juegos se acaban y este también ha llegado a su final. La izquierda debe resolver si impone una decisión para la que tiene los votos en las Corts, pero que carece de apoyo social en el territorio más afectado, que es precisamente el mismo en el que se va a decantar quién preside la Generalitat dentro de diez meses. Y el PSOE tiene que fijar de una vez su posición. Aclarar si se deja arrastrar por unos socios que a veces parecen más felices imaginándose en la calle protestando que en los despachos gestionando o sigue el instinto que desde el principio le ha estado alertando a Puig de que esta tasa, si se aprueba, quien la pagará este año no son los turistas, sino él y su partido. Dicen que no es la oposición la que gana unas elecciones, sino el Gobierno el que las pierde. Efectivamente, tacita a tacita. Así se pierden.

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