Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Joaquín Rábago

Controlar el continente euroasiático

Una imagen del planeta tierra desde el espacio. HO

El objetivo último de toda superpotencia ha sido siempre controlar el continente euroasiático, que concentra en torno al 70 por ciento de la población y la productividad globales.

El mejor ejemplo lo tenemos en Estados Unidos, que ha rodeado esa gran masa continental de bases militares y pactos de mutua defensa con países tanto europeos como asiáticos.

En su propio continente, la superpotencia impuso la conocida como “doctrina Monroe”, que no permite la intervención de potencias externas en los asuntos internos de sus países.

Sería, por ejemplo, totalmente impensable que un país como México pudiera acogiese bases militares rusas o chinas en su territorio. Basta recordar la reacción de Washington con la llamada “crisis de los misiles” en plena Guerra Fría.

Al mismo tiempo, mientras existió la Unión Soviética, EEUU no permitió nunca que un partido comunista pudiera llegar al poder en un país europeo, ya fuera Portugal, Grecia o Italia: la CIA, entre otros, se encargó de que no ocurriera.

En lo que se refiere a Eurasia, el que fue consejero de seguridad nacional del presidente Jimmy Carter, Zbigniew Brzezinski, ya advirtió en su día de que EEUU debería hacer también lo imposible por impedir el surgimiento allí de una gran potencia rival como pudieran ser Rusia o China.

La cuestión que se plantea en este momento es si, acabado el viejo conflicto ideológico entre Occidente y la desaparecida Unión Soviética, el mundo seguirá siendo unipolar, como pretende Washington.

O si será bipolar, con dos bloques dirigidos respectivamente por EEUU y su gran rival económico, China, o incluso multipolar, como quieren otros países también importantes: desde la India hasta Suráfrica.

EEUU está evidentemente empeñado en que siga siendo unipolar, y para ello ha conseguido, con la ayuda involuntaria de la Rusia de Putin, reforzar sus lazos militares tanto con sus aliados europeos como con de la región de Asia y el Pacífico.

En ese empeño, los últimos Gobiernos de Washington hicieron oídos sordos a quienes advirtieron en su día al presidente demócrata Bill Clinton de que la ampliación de la OTAN ya no sólo a los países del difunto Pacto de Varsovia, sino también a otros que fueron parte de la propia URSS como Ucrania o Georgia, sería un factor de inestabilidad en Europa.

Y que reforzaría al mismo tiempo en Rusia a la oposición no democrática, haría que los rusos se unieran a su autocrático líder en el rechazo de un orden europeo dominado por la OTAN y contribuiría a estrechar los lazos de todo tipo entre Moscú y Pekín.

Con esas ideas en la cabeza, un politólogo de la escuela realista como el profesor de la Universidad de Chicago John Mearsheimer no ha dejado de responsabilizar a Washington, por desoír sistemáticamente esos consejos, de la guerra de Ucrania.

Ello le ha valido las acusaciones de una conocida halcón, la periodista norteamericana Anne Applebaum, según la cual es como si los propios rusos hubieran “comprado” el relato de Mearsheimer, que culpa a Washington y no a la “voracidad” neocolonial del Kremlin de la invasión de sus vecinos.

Pero Mearsheimer, al igual que el ex secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger, muy crítico también con la ampliación de la OTAN, no ha hecho más que aplicar su conocida teoría de que las grandes potencias protegen siempre sus “esferas de intereses”.

EEUU no lleva haciendo otra cosa, primero con la vieja doctrina Monroe -“América para los americanos”-, más tarde con la ampliación al lejano Golfo Pérsico de su esfera de intereses (doctrina Carter). Y finalmente, con su enorme presencia militar en la región de Asia Pacífico, otro potencial y peligroso foco de conflictos.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats