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Enrique Benítez

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Enrique Benítez

La Universidad como quinto poder

Ignacio Ramonet fue director de Le Monde Diplomatique. EFE

Se ha publicado en agosto un volumen, liderado por la Universidad suiza de Ginebra, con las comunicaciones de los Coloquios de Glion, unos encuentros bienales que se celebran en esta pequeña localidad helvética y que abordan los retos y desafíos de las universidades públicas.

La idea de la Universidad como quinto poder es atractiva y oportuna. A los tres poderes clásicos del Estado -ejecutivo, legislativo y judicial- y al cuarto poder que se asigna a una prensa que debe vigilar con rigor y objetividad los abusos de los otros poderes (también el económico), se sumaría un quinto poder, el sistema universitario, en un momento en el que las grandes plataformas (ya saben: Amazon, Facebook, Twitter, Google) han quebrado las reglas del juego.

La idea de quinto poder ya la propuso Ignacio Ramonet hace veinte años a través de Le Monde Diplomatique, pero en referencia a un poder mediático verdadero, capaz de destapar los abusos del poder y no al servicio de los grandes intereses de sus dueños y las corporaciones. Difuminado su modelo de negocio tras la irrupción de internet, debilitada y alicaída, la prensa y los medios no parecen en disposición de ejercer la función crítica necesaria en estos tiempos de triunfo de lo digital y de aceptación casi sumisa de cualquiera de las consecuencias derivadas.

Defiende uno de los autores de este volumen colectivo que el auge de estas plataformas y el uso intensivo de algoritmos perjudican la función de las universidades como quinto poder: como guardianas de una cultura común del conocimiento y agentes de nuevos conocimientos. La desinformación, los bulos y las campañas interesadas campan a sus anchas por redes y avenidas sin contrapeso que defienda la ciencia y la verdad. El resultado es la destrucción de la cultura democrática compartida -que también se sostiene en la confianza en los estudios científicos: pensemos por ejemplo en el cambio climático-, y la polarización y la incapacidad para articular un debate serio y sereno en torno a los problemas realmente acuciantes.

En otro capítulo se propone el impulso de la llamada diplomacia del conocimiento, capaz de aprovechar todos los resultados de la investigación generada por el sistema universitario para ejercer con rigor ese posible quinto poder que puede ayudar a orientar al mundo hacia un objetivo común y compartido. España no debería permanecer ajena a este incipiente debate, ya que es la misma esencia de la democracia lo que está en juego.

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