Cierto es que Karl Marx (1818-1883) y Margaret Thatcher (1925-2013) nunca llegaron a conocerse. Aunque en el hipotético caso de que así hubiese sido, todo haría presagiar que estas dos figuras habrían tenido grandes dificultades para llegar a cualquier acuerdo, pues cada una de ellas se sitúa en las antípodas políticas respecto de la otra. De la misma manera y durante todo el siglo XX, el enfrentamiento entre izquierda y derecha capitalizó los vaivenes políticos e ideológicos. Sin embargo, las constantes transformaciones y cambios han ido laminando ese férreo anclaje ideológico entre izquierda y derecha, haciendo que hoy ya se encuentre más que cuestionado, sencillamente, el mundo en el que esas dos ideologías nacieron, ha dejado de existir.

Tanto han cambiado las cosas que el estado del bienestar, bandera ideológica de la socialdemocracia, ha sido tomado como base sobre la que se asienta la sociedad de la Unión Europea, garantizando así los países que la integran sanidad, educación, previsión social y otros servicios públicos. Por su parte, los partidos conservadores han incorporado lo anterior en sus idearios y programas. Así las cosas, la capacidad de diferenciación de la izquierda se ha visto seriamente erosionada, pues una vez perdida esa “exclusiva”, la aplicación del estado del bienestar ya no depende de que el partido que gobierne sea de un color u otro. Tampoco las políticas económicas y fiscales se libran de esos cambios, actualmente hay entes supranacionales que las orientan y en su caso, las corrigen; dejando así cada vez menos margen de maniobra a los gobiernos. Igualmente, la transformación de la estructura social, ha creado una pluralidad de trabajadores muy difíciles de ser representados por ese tradicional dualismo izquierda-derecha.

Así las cosas, y quizás buscando tanto esa diferenciación ideológica respecto de la derecha, como mayorías de poder, el PSOE de Sánchez aporta como solución el abrazarlo todo, abriendo así un proceso de radicalización y pactos con nacionalismos y populismo; hasta el punto de que Sánchez ha dejado de ser socialdemocracia, para pasar a ser todo, absolutamente todo lo que no sea derecha. Ante esto, no es extraño que muchos votantes de izquierda, (especialmente aquellos que no compran las sandeces que les ofrecen), se sientan huérfanos de aquella socialdemocracia felipista que ya no reconocen en las siglas del PSOE. A los votantes ya no les valen aquellas campañas asusta pensionistas que auguraban el apocalipsis zombi si la izquierda perdía el poder. Hoy todos hemos tenido ocasión de comprobar que, tras la salida de la izquierda del gobierno, las prestaciones sociales han seguido pagándose, en los quirófanos de los hospitales se seguía operando y los colegios abrían sus puertas todas las mañanas. Ese discurso ya está superado. Tampoco vale ya aquello de la derecha corrupta que busca revanchas franquistas y solo defiende intereses particulares; pues mire usted, en las últimas elecciones autonómicas de Andalucía las derechas han cosechado más de dos millones de votos, es decir, 72 de los 109 diputados que tiene su parlamento autonómico; debe ser que hay una mayoría social que piensa otra cosa. Mucho me temo que todo esto Sánchez no lo pueda arreglar con campañas tan “normalizantes” como la del “Gobierno de la Gente”, invitando a su Palacio de la Moncloa a aquellos que él ha seleccionado de entre la gente que casualmente no le han presentado ni una sola de esas quejas que vocifera la derecha reaccionaria; pero él, no visita a la gente en sus barrios, y díganme si es que no hay barrios en Madrid; todo, muy natural.

El estado del bienestar ya no se vota, está instaurado y no depende del partido que gobierna, los tiempos en los que se votaba siempre al mismo partido se han acabado, el progreso ya no es cosa de ideas, sino de quien sea capaz de hacerlo realidad.