Acoso escolar, un grave problema de convivencia, que por fin conmueve a la opinión pública, tantas veces silenciado, ignorado, cosa de niños. Es necesario que se produzcan suicidios o intentos como protagonizó hace unos días una niña de diez años arrojándose por una ventana de su casa.

En la escuela, niñas como ella le decían sudaca, puta colombiana, rata inmunda, le robaban los libros, los padres se dieron cuenta de la situación y denunciaron, pero para la monitora era cosa de niños, no tenía importancia y como no tenía importancia no se activaron los protocolos correspondientes. Los espectadores de la agresión participan de manera pasiva, no ayudan a la víctima, a veces lo celebran con entusiasmo. Una explicación ante este comportamiento es que ayudar a la víctima los puede convertir en la próxima víctima. La agredida y su hermano posiblemente cambien de colegio, no los agresores, que buscarán otras víctimas, orgullosos quizás de su brutalidad.

La nueva ley de educación establece que en los centros educativos haya Coordinadores del Bienestar que deberán ocuparse del acoso escolar entre otros asuntos. Los Coordinadores deberían informar al alumnado que nada puede justificar un comportamiento violento. Tarea casi imposible en un mundo tan violento, la crueldad es cosa de todos los días. Los niños y las niñas no provienen de los bonobos, son miembros de una especie donde es habitual machacar a los más débiles. Sigmund Freud, escandalizó cuando escribió que los niños y las niñas son perversos poliformos y que no se trataba de una definición peyorativa. La relación de los pequeños es muy intensa con el placer, con su placer, indignó con este diagnóstico, el placer de los bebes e inclusive en los fetos (se chupan los dedos de los pies), no se tenía en cuenta. La teta es buena y en un momento dado se la quitan sin piedad y se transforma en mala, desconcertando al lactante. Una frustración tras otra, desde que nacen niños y niñas viven de manera violenta. De ahí que conviene explicarles que es bueno reprimirse y no caer en la tentación de hacer sufrir.