Aturdidos todavía por los efectos de una pandemia que parece no acabar nunca, estupefactos por una guerra en Europa que nadie está en condiciones de decir cómo acabará, los alicantinos nos encontramos con la noticia de que somos la última provincia en inversión por habitante de toda España en los Presupuestos Generales del Estado que empiezan a debatirse esta semana en el parlamento y, no sólo eso, resulta que no llegamos ni a la mitad de la media de inversión por habitante.

¿Qué habremos hecho los alicantinos para merecer este castigo?

Alicante es una provincia dinámica, industrial, trabajadora, con una fortaleza turística e inmobiliaria extraordinaria, que aporta mucho más económicamente de lo que recibe.

Sin embargo, año tras año, somos relegados en inversiones necesarias para nuestro desarrollo.

La capital de la provincia, Alicante, tiene múltiples carencias. La circunvalación está colapsada, el acceso a la Universidad es un cuello de botella, la no conexión ferroviaria con el aeropuerto es incomprensible, las zancadillas del puerto de Valencia al de Alicante son clamorosas…

Hablando de Valencia. Todos hemos podido ver cómo ha florecido esta ciudad en los últimos cuarenta años. A base de multimillonarias y constantes inversiones Valencia se ha convertido en una de las ciudades europeas más atractivas para vivir. La capitalidad autonómica y la marginación sistemática de Castellón y de Alicante han contribuido de forma abrumadora a este esplendor valenciano.

Pero no sólo Valencia. Murcia ha experimentado también una mejora exponencial, y Cartagena, que no es capital autonómica, ha pasado de ser una ciudad industrial y marinera, oscura y triste a una ciudad espléndida sobre la base de una voluntad clara de convertirse en una ciudad atractiva con el inesperado recurso de poner en valor su pasado arqueológico.

Pero el parangón que más daño hace a la ciudad de Alicante es el de Málaga. Una urbe con tantas similitudes con Alicante, que no es capital autonómica pero que sin embargo, con unas ideas claras y una magnífica gestión municipal ha experimentado un desarrollo extraordinario en las últimas décadas.

Alicante, por no tener no tiene ni plan general urbano actualizado, nos regimos todavía por el de 1987, y pasan los años, los políticos, y somos incapaces de dotarnos de uno nuevo.

El PGOU es la clave de bóveda para una ciudad. Donde se pone negro sobre blanco lo que se quiere ser y hacia donde hay que ir. Mientras no nos pongamos de acuerdo ni siquiera en eso estaremos condenados a navegar en la mediocridad y en la supervivencia del día a día.

Alicante es una ciudad a la deriva, sin norte, sin destino, sin saber lo que quiere ser de mayor. Entre la indiferencia del Gobierno de España, de la Generalitat Valenciana y de los propios alicantinos.