El próximo día dos de noviembre se celebra el día de los difuntos. Qué poca gracia nos hace la muerte. Qué poco pensamos en ella. Cómo la ocultamos a nuestros ojos y a los de nuestros hijos, especialmente en las grandes ciudades. En realidad, es el tabú del siglo.

Ese día es costumbre visitar los cementerios, avivar el recuerdo y honrar la memoria de los seres queridos ya fallecidos. Muchas personas llevan flores para depositarlas sobre el sepulcro del ser recordado. No sería mala costumbre pasearse por el cementerio. Conozco una profesora que lleva a sus alumnos al cementerio para que estudien los textos de las lápidas. Aunque ahora con el incremento de cremaciones, las tumbas tienen menor relevancia.

Recuerdo la historia del cementerio de Kammir en el que todas las tumbas parecían contener solo cadáveres de niños dada la corta edad que reflejaban la fecha del nacimiento y la muerte de los fallecidos. La clave del misterio era que solo se reflejaba el tiempo sumado de los momentos felices de la vida del que allí estaba enterrado. La de uno sumaba tres años, la de otros cuatro o cinco. No mucho más.

Un grupo de profesores de la Universidad Autónoma de Madrid lleva más de treinta años trabajando sobre la didáctica de la muerte y han publicado varias obras sobre esta imprescindible cuestión. Solo hay preparación para la vida, pero no para la muerte propia y de los seres queridos.

Voy a aprovechar la fecha para hacer algunas reflexiones sobre los epitafios. Sabido es que un epitafio es una frase impresa o grabada en una lápida del cementerio. El epitafio es un género breve que, como todo este tipo de géneros (dedicatorias, grafitis, anuncios por palabras, greguerías, últimas palabras…). produce joyas que son fruto del ingenio y del humor. En este caso del llamado humor negro.

Hay muchos tipos de epitafios. En primer lugar están aquellos que son el fruto del pensamiento de quien está enterrado bajo la lápida. El resultado de su voluntad expresa, transmitida a un familiar o a un amigo, por escrito o de viva voz, antes de morir. Se trata de una frase que sintetiza la vida, expresa una queja, formula una petición o transmite un mensaje a quien lo lea.

En un cementerio de Georgia se puede leer en una lápida este curioso epitafio: “Te dije que estaba enfermo”. Una tardía queja que culpa al interlocutor o interlocutora de escasa atención y de ningún cuidado. De ahí la consecuencia del desenlace fatal. Manuel Alcántara, al que tantas veces invoco, me contó el caso de otra queja similar, también presente en una lápida: “Ya decía yo que ese médico no valía mucho”, epitafio atribuido al humorista Miguel Mihura.

“Desde aquí no se me ocurre ninguna fuga”, es el epitafio que figura en la tumba de Johan Sebastian Bach. Es evidente la ambivalencia de la palabra fuga, que tiene que ver con la imposibilidad de la huida y con creatividad musical.

Es célebre el epitafio que colocó Groucho Marx sobre su tumba. Como era de esperar se trata de una frase que nos hace sonreír: “Perdone que no me levante, señora”. La galantería hacia las damas se convierte aquí en una broma macabra.

Dentro de este primer grupo están aquellos epitafios que anuncian los protagonistas, todavía vivos. Muchas veces se ha planteado esta pregunta: ¿Qué epitafio te gustaría poner en la lápida de tu sepultura? He contado alguna vez, que mi amiga Patricia Henderson utiliza muchas veces en sus conversaciones la expresión “en mi opinión”. Sorprendido, algún compañero, le preguntó:

  • Patricia, ¿por qué dices tantas veces en mi opinión?

A lo que ella contestó:

  • Porque dudo mucho. Y me parece tan importante dudar que ya le he pedido a mi familia que, el día que me muera, el epitafio que se ponga sobre mi tumba diga lo siguiente: “En mi opinión aquí yace Patricia Henderson”.

“Soy escritor, pero nadie es perfecto”, dejó escrito Willy Wilder, famoso director y guionista de cine.

“Si queréis los mayores elogios, moríos”, escribió Enrique Jardiel Poncela. Es sabido que cuando alguien muere se le hacen generosos panegíricos. El ministro Alfredo Pérez Rubalcaba decía que en España éramos buenos enterradores.

“Libre al fin. Dios todopoderoso, al fin soy libre”. Eran las palabras con las que Martin Luter King. había cerrado el famoso discurso sobre la liberación de los negros. Palabras que aparecen sobre su tumba.

“No es que yo fuera superior. Es que los demás eran inferiores”, dice un poco humilde epitafio en la tumba del cineasta Orson Wells.

Citaré para cerrar este apartado algunos otros: “Al morir, échenme a los lobos. Ya estoy acostumbrado“, Diógenes de Apolonia. “Abrid esta tumba, al fondo se ve el mar”, dejó escrito Vicente Huidobro, poeta chileno. “Si no viví más es porque no me dio tiempo”, se puede leer en la tumba de Donatien Alphonse François de Sade.

Hay otro tipo de epitafios, que pretende ser una síntesis de la vida del fallecido. La idea no es de quien está allí enterrado sino de sus familiares o amigos.

Hace poco cité en este mismo espacio el epitafio que dedicó Lord Byron a su perro que había fallecido de la enfermedad de la rabia, que él también contrajo por cuidarlo: “Cerca de este lugar/ reposan los restos de un ser/ que poseyó la belleza sin la vanidad,/ la fuerza sin la insolencia,/ el valor sin la ferocidad/ y todas las virtudes del hombre sin sus vicios./ Este elogio, que constituiría una absurda lisonja/ si estuviera escrito sobre cenizas humanas,/ no es más que un justo tributo a la memoria de Boatswain, un perro/ nacido en Newfoundland, en mayo de 1803/ y muerto en Newstead Abbey, el 18 de noviembre de 1908…”. Solo cinco años de imborrable amistad.

Cuenta Mark Twain que cuando Eva murió, Adán escribió el siguiente epitafio sobre su tumba. “Donde ella estaba seguía estando el paraíso”. Hermoso elogio de su pareja. Según el texto, la expulsión del paraíso no fue un verdadero castigo para Adán. Con Eva al lado seguía teniendo toda la felicidad imaginable.

“Nunca mató a nadie que no se lo mereciera”,. aparece escrito en la tumba de un pistolero del oeste.

La ironía y el sarcasmo aparecen en este epitafio que nos despierta una sonrisa compasiva. “Buen esposo, buen padre, mal electricista casero”, aparece en una lápida de una persona que murió como consecuencia de su escasa competencia.

“Aquí yace Moliere, el rey de los actores. En estos momentos hace de muerto y la verdad es que lo hace muy bien”.

En tercer lugar, hay epitafios apócrifos que pretenden brindar una idea, un mensaje, una reflexión sobre la vida y la muerte. Se trata de un recurso literario para expresar con brevedad e ingenio un pensamiento en forma de sentencia.

“Toda la oscuridad del mundo jamás podrá apagar la luz de una velita”-

“Aquí yace mi esposa. Señor, recíbela con la misma alegría que yo te la mando”.

“¿Por qué solo descansamos en paz? ¿Por qué no vivimos también en paz?”.

“Un amigo y yo apostamos quién aguantaría más dentro del agua. Gané”.

Estoy seguro de que algunos epitafios que circulan por las redes no aparecen en ninguna tumba del mundo y son solo bromas cuyos autores pretenden expresar una idea ingeniosa.

Véase una forma de dejar constancia de la tacañería filial: “De todos tus hijos (menos de Ricardo, que no dio nada)” aparece escrito, según he leído, en una lápida del Cementerio de un pueblo de Ávila..

“Parece que se ha ido, pero no”, es el epitafio que aparece en la tumba de Mario Moreno, Cantinflas.

“Una tumba es suficiente para quien el universo no bastara”, escribieron sobre la tumba de Alejandro Magno.

He aquí una crítica macabra respecto a los planes de adelgazamiento: “Por fin me quedé en los huesos”.

“Aquí yace uno en contra de su voluntad”.

“Perdí una apuesta con la muerte y yo siempre pago”.

“Como me levante…”

“Aquí yace mi mujer, fría como siempre”. Epitafio que tiene su justa réplica en este otro: “Aquí yace mi marido, rígido como siempre”.

“Aquí se puede ser ministro de cualquier cosa, menos del movimiento”, se dice con humor de aquel ministro al que se llamaba la sonrisa del Movimiento, José Solís Ruiz.

Con esta relación de epitafios pretendo llamar la atención sobre la conveniencia de hacer frente a un hecho del que podemos estar bien seguros en estos tiempos de incertidumbre. Por lo que afecta a nosotros y a nuestros seres queridos. Pero solemos vivir como si no fuera cierto. Decía Séneca: “El mayor de los males es salir del número de los vivos antes de morir”.