Hace un par de sábados, paseando por la playa de San Juan antes de darme el ¿penúltimo? chapuzón del año en unas aguas cuya temperatura sigue en torno a los 24 grados, tres más de lo normal, me acordé de una sección diaria que manteníamos en el periódico hasta hace unos años. Bajo el epígrafe “Hace 50 años”, recordábamos tres o cuatro titulares de noticias que se habían publicado ese mismo día, pero cincuenta años antes. No había un día que no nos sorprendiéramos: la crónica del tiempo resultaba a veces calcada a la de ese día, pero con medio siglo de antigüedad.

Si nos enfrentábamos ante un día de calor extremo, por ejemplo, un día de agosto de 2000, resultaba que la misma jornada, pero en 1950, había sido exactamente igual de calurosa. Entonces, a mediados de los años 50 o, incluso, a principios de los 70 del siglo XX, palabras como cambio o crisis climática, calentamiento global y gases de efecto invernadero no salían de las conversaciones en los laboratorios en los que ya se desmenuzaba la evolución del clima.

Hoy, el cambio climático compite en las tertulias con el fútbol, las hazañas de Rafa Nadal o Carlos Alcaraz, la crónica rosa, la pandemia del covid o las atrocidades de Putin. ¿Por qué? Porque es cierto que algo pasa ahí arriba. Quien haya podido disfrutar del verano en la provincia de Alicante este año o el último puente lo puede confirmar. Desde junio hasta octubre, rara ha sido la noche en la que no tuviésemos problemas para conciliar el sueño por el bochorno. El mar se puso a casi 30 grados (24 todavía hoy) y la lluvia desapareció casi por completo con el final de la primavera. Camino de mediados de noviembre los abrigos siguen en el armario, y hemos podido disfrutar de una temporada turística de cinco meses, y eso, no nos olvidemos, es bueno e importante para la economía de la provincia, porque pese a quien le pese, desgraciadamente, aquí seguimos sin fabricar baterías y chips... de momento..

El cambio climático y sus derivadas, positivas y negativas, nos obliga a reflexionar y reaccionar, y reflejo de ello es la última iniciativa de los profesionales del sector de la construcción de la provincia, los que diseñan las viviendas, que han dicho basta y claman porque en Alicante cambie la forma de construir y organizar las ciudades. Quizá me tilden de ignorante, pero hasta que no me lo explicó hace una semana el arquitecto y profesor de la Universidad de Alicante, Carlos Pérez, no me había parado a pensar en una de las posibles soluciones: apostar por la ventilación cruzada en vez de tirar tanto del aire acondicionado, malo para la salud y peor para el bolsillo en un escenario con el precio de la electricidad por las nubes. Se lo explico porque yo mismo me he enterado hace poco. Un sistema de ventilación del hogar que consiste en frenar el aire caliente del verano impidiendo que entre en el domicilio para conseguir estancias mejor refrigeradas y confortables. Básico es contar con un buen diseño.

La bautizada ahora como crisis climática nos va a dejar sequías prolongadas, olas de calor, gotas frías que se pueden producir cualquier día del año, lluvias de polvo que lo dejan todo perdido, noches en las que resulta imposible pegar ojo porque el termómetro no baja de los 25 grados con un 70% de grado de humedad, viento, temporales de levante… que nos obligan a reaccionar ya, aunque para algunos expertos sea incluso tarde.

Estamos caminando hacia un clima menos confortable térmicamente hablando y con un desarrollo más frecuente de fenómenos atmosféricos extremos. Algo que ya está constatado con los datos meteorológicos de los últimos treinta años. De manera que el cambio climático ha dejado de ser un tema de creencias, para ser un tema de evidencias, de evidencias científicas, aunque sea hasta lógico difícil de entender y encajar. En nuestro Mediterráneo adquiere, además, rasgos propios, debido a la existencia de un mar frente a nuestras costas que en las últimas décadas se ha calentado incluso más que la propia subida de temperatura del aire. Y esto es un problema importante por los efectos que tiene en las temperaturas la presencia de un mar cálido y, sobre todo, en las precipitaciones.

Las noches tropicales se han multiplicado por cuatro desde 1980 y ya no bajamos de más de cien días con noches tropicales al año -este 2022 unas 140-. Las aguas del Mediterráneo han aumentado su temperatura superficial en 1,4º, que es el doble de lo que ha subido la temperatura del aire en el mismo período (0,7º).

Es lo que podemos llamar, según no se cansa de repetirnos el climatólogo Jorge Olcina, la “mediterraneización” del proceso global de calentamiento. Es decir, un efecto regional propio y exclusivo de la provincia de Alicante que ya ha sido catalogada por el IPCC como “hotspot” (punto caliente) y ejemplo del cambio climático a nivel mundial.

De ahí que sea inevitable ir hacia unas ciudades diseñadas para prevenir los escenarios de cambio climático. Zonas verdes, emisiones cero y movilidad sostenible, garantía de abastecimiento de agua y sistemas de drenaje sostenible, protocolos sanitarios adaptados al mayor calor de verano, ahorro de agua y ahorro de energía. Estas son algunas de las recomendaciones que se plantean para prevenir, por ejemplo, el aumento de las muertes relacionadas con el cambio climático en Europa en general y en Alicante en particular, donde este año batiremos también la cifra de muertes relacionadas con el calor, cerca de trescientas, según datos oficiales sanitarios.

El cambio climático aumentará, por ejemplo, la mortalidad atribuible a las temperaturas si no se aplican medidas severas de mitigación, según advierte un informe del Instituto de Salud Global de Barcelona, impulsado por la Fundación «La Caixa».

Según esta investigación, publicada en la prestigiosa The Lancet Planetary Health, el descenso en las muertes atribuibles a las temperaturas bajas no compensará el incremento cada vez mayor previsto en la mortalidad asociada al calor. Para 2030, el número de personas que vivirá en entornos urbanos ascenderá a 5.000 millones y para 2050 a 6.300 millones. Las ciudades y nuestros propios hogares consumen gran parte de la energía mundial y son responsables, según la ONU, del 70% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Nosotros, desde nuestras propias casas, podemos contribuir a reducir los efectos climáticos, de ahí la oportunidad de la guía que impulsan arquitectos, aparejadores, ingenieros y que, en principio, parece que contará con el apoyo de la Diputación.

Como no tenemos un planeta «B» y aunque soy de los que piensa que en los informes del panel de expertos las cifras pueden estar hasta algo sobredimensionadas en un intento de que tomemos conciencia del peligro, está claro que hay que ponerse la pilas, por mucho que sea el primero que no me crea que llegará el día en que el mar se haya tragado Tabarca o inundado la playa de Levante de Benidorm. O eso espero. No va a ocurrir ni en 50 ni en 100 años, pero tampoco podemos quedarnos de brazos cruzados.

De momento, tampoco se puede obviar que la provincia, o más bien los que elegimos cada cuatro años para administrarla, poco han hecho por trabajar en soluciones en el propio territorio como sería el aprovechamiento de las aguas residuales que hoy se van al mar y que con una depuración mínima podrían utilizarse sin problemas en la agricultura asegurando un caudal de calidad complementario. Por supuesto, no para el consumo humano.

Un asunto cuyas competencias son del Consell, que nunca ha hecho los deberes en este tema, siendo el PP el primer culpable durante sus años de gobierno, y que ahora exige soluciones al equipo de Ximo Puig, que tampoco es un neófito en labore de gobierno. Quien, por otro lado, ha seguido la misma línea, o sea, la incorrecta. Lo que sí parece ya claro es que reclamar trasvases del Ebro y del Tajo Medio, aunque técnicamente sean posibles, se ha convertido en un brindis al sol viendo por dónde van las políticas estatal y europea. No se hicieron en su momento y no se harán jamás.

Posdata: el cambio climático posibilita veranos de cinco meses, algunos de calor intensos en la provincia. Disfrutémoslos, aprovechémoslos, pero preparándonos y defendiéndonos, porque como han podido leer un poco más arriba, el calor también mata y lo va a hacer cada vez más, pese a que presumamos de ser la Florida de la Unión Europea, que debemos y podemos ser, pero con cabeza e infraestructuras.