La semana que está a punto de concluir ha sido terrorífica. No me refiero a la situación política y económica de nuestro país, ni al menosprecio por parte de «Madrid» y de «Valencia» hacia la provincia de Alicante, aunque eso, y perdonen la expresión, sí que acojona. Me refiero a la moda, que recuerden que es importada, aunque se ha popularizado tanto que ya parece una arraigada tradición autóctona, de celebrar el «Halloween». ¡Cómo va a ser una tradición nuestra si no sabemos ni pronunciarlo! ¡Con lo fácil que es decir Todos los Santos o «Tots Sants»!

En cualquier caso, cabría comentar como curiosidad que originariamente Halloween era una antigua festividad celta, que se celebraba en las Islas Británicas y en el norte de Francia, conocida como «Samhain». Ese día las gentes encendían hogueras y se disfrazaban para ahuyentar a los malos espíritus. Cuando en el siglo VIII el Papa Gregorio III fijó el día 1 de noviembre como el consagrado a honrar a todos los santos y la memoria de nuestros difuntos, en los países anglosajones, al albur de la tradición celta que habían venido celebrando, se incorporaron a la fiesta cristiana algunos elementos propios que eventualmente devinieron en lo que hoy en día conocemos como Halloween.

La costumbre cruzó el Atlántico a bordo de los barcos que poblaron los EE UU, especialmente los que transportaban emigrantes irlandeses, y por arte de birlibirloque, o más bien por la influencia de Hollywood y su potente industria de entretenimiento, hizo el viaje de vuelta para quedarse entre nosotros y desterrar a los huesos de santo y a Don Juan Tenorio. Esperemos que no estemos pronto celebrando el Día de Acción de Gracias, porque una muy buena amiga mía que trabaja para una multinacional ya me ha comentado que su empresa lo va a introducir como estrategia de mercadotecnia.

Si eso llegara a producirse yo, que como les he comentado en numerosas ocasiones soy un gran amante de la cultura y las costumbres de la Antigua Roma, pasaré a celebrar la «Fiesta de las Lemuria», un ritual que tenía lugar los días 9, 11 y 13 de mayo y que, supuestamente, fue instituido por el propio Rómulo para expiar el asesinato de su hermano, durante el que el «Pater Familias» se levantaba a medianoche y tras purificar sus manos arrojaba alubias negras para que los espíritus se reunieran, al tiempo que los exorcizaba con las palabras «Haec ego mitto; his redimo meque meosque fabis» (Lanzo estas habas y con ellas me salvo a mí y a los míos).

Claro que, hablando de costumbres autóctonas, qué duda cabe que sí hay una que hunde profundamente sus raíces hasta lo más hondo de nuestro más rancio acervo patrio, esa es la de reunirnos en familia, con nuestros hijos, para jugar a la oca, al parchís o a cualquier otro juego de mesa. Me he alegrado profundamente al conocer este dato, porque yo estaba convencido de que los hijos de los españoles, especialmente a partir de su etapa preadolescente, abjuraban de la compañía paterna a favor del móvil, el ordenador o las consolas, pero no, la ministra portavoz del Gobierno, Isabel Rodríguez, ha puesto un hálito de esperanza en el corazón de muchos padres cuando el pasado día 31 de octubre afirmó, refiriéndose al líder de la oposición que (sic.) «Miren, en estos días de puente seguro que hay muchas familias jugando con sus hijos y sus hijas al parchís, o a otros juegos de mesa. Feijóo ha demostrado que con él no se puede jugar ni a un parchís, porque no respeta las reglas del juego. Y, por tanto, queda desacreditado, desde luego ante la opinión pública, pero yo entiendo que también ante una parte de su electorado».

No voy a realizar un análisis político de la frase de la ministra, más allá de comentar que el parchís es un juego inocente, en el que lo único que se matan son fichas, no como en la ruleta rusa que practicaban otros con los secuestrados; es lo que tiene resaltar aspectos de la historia que ocurrieron hace ochenta años y olvidar otros que ocurrían hace poco más de diez. Tampoco voy a realizar un análisis lingüístico de ese enunciado, porque no hay por donde cogerlo: desde comenzar apelando a los ciudadanos con un imperativo, algo muy significativo, pasando por el desdoblamiento del lenguaje completamente ajeno a la morfología del español («…sus hijos y sus hijas») o lo de jugar «a un parchís», en vez de «al parchís».

Hablando de hechos acaecidos hace ochenta años, el PSOE de Elche, empeñado en hacer un seguidismo absurdo de la política de enfrentamiento que le muestran desde la dirección federal (un error en mi humilde opinión) sigue con su plan de retirar la cruz del Paseo de Germanías. El último episodio de esa historia acaeció en el último pleno cuando, durante el debate de una moción del PP para declarar la cruz Bien de Relevancia Local, la concejal de Vox, Aurora Rodil, dijo que sus abuelos se habían reconciliado, mientras que los nietos y biznietos de los partidos de izquierda querían la guerra, punto en el que el alcalde se molestó e instó al secretario a que la intervención no constara en acta.

Mucho se ha comentado el error de Feijóo al citar la novela de George Orwell, 1984 (víd. Esperando a Godot del 20 de julio de 2018), por confundir el titulo del libro con su fecha de publicación. Pero una cosa es confundirse con una obra literaria y otra bien distinta en querer emularla. Se podrá estar de acuerdo o no con lo que diga un concejal durante un pleno (yo he sido concejal y he oído aberraciones, tanto en mi bancada como en la contraria), pero creo que la libertad de expresión está por encima de todo y que no se debe suprimir ninguna intervención de un acta.