Qué estúpido. Qué injusto. La Comunidad de Madrid, presidida por esa eminencia que se caracteriza por su humildad, por su respeto al adversario político, por su sensibilidad con los desfavorecidos, por su defensa de lo público, se nos descuelga ahora con la genialidad de atender las urgencias a través de videollamadas.

Como cualquier mente normal comprenderá, una urgencia requiere ser atendida presencialmente por un profesional de la salud. Porque un buen diagnóstico requiere ver, escuchar, oler, auscultar y tocar. No es posible que haya rigor cuando se hace la exploración a distancia.

Pero hay otro motivo importante. La consulta médica es un acto humano. A través de la pantalla no se puede percibir el calor humano. El paciente necesita que se le escuche, que se le mire a los ojos, sentirse importante para un ser humano que sabe y que le aprecia.

Cuenta Eduardo Galeano que una señora mayor que estaba ingresada en un Hospital le solicitaba al médico varias veces al día que le midiese la tensión. El médico pensaba que la anciana estaba obsesionada por la evolución de ese aspecto de su salud. Pronto descubrió que no era esa la clave de su insistencia. Lo que anciana buscaba era que un ser humano la tocase, sentir el contacto con un ser humano.

Pero ahora, en la Comunidad de Madrid pretenden descubrir el Mediterráneo y dicen (como acabo de escuchar en televisión al Viceconsejero de la Comunidad) que ese es el futuro y que esa genial idea se extenderá a todo el país y a todo el mundo. No sé si reír o llorar. No sé si este planteamiento es fruto de la ignorancia, de la avaricia o de la perversidad.

Una cosa es recibir o dar una información a través de una videollamada y otra es atender una urgencia. ¿cómo explorar el oído, la rodilla, el abdomen o la próstata a través de una pantalla? Y otra cosa: Imaginemos que se corta la llamada. Imaginemos que hay un fallo en la conexión. Imaginemos que la persona que llama no es hábil en el manejo de la tecnología.

La privatización de la sanidad en la comunidad de Madrid está siendo una descomunal desgracia para la ciudadanía. Sin embargo la política demagógica de la presidenta es que hay que bajar impuestos. No hay comunidad autónoma que dedique menos dinero a la sanidad pública que la de Madrid. Madrid que, desde que la preside esta señora, es el paraíso de la libertad. La libertad de irse a tomar unas cañas, aunque el contagio le cueste la vida a algunos ciudadanos. ¿Qué importa si la van a votar quienes han visto protegidos sus negocios y no los que han ido al otro barrio?

Dice la señora Ayuso que la huelga de médicos de Madrid es una conspiración de la izquierda (”una huelga política como la copa de un pino”) y que los médicos están politizados. En qué poca estima los tiene. Dice que la izquierda pretende reventar la sanidad madrileña. Lo que revienta la sanidad madrileña, señora Ayuso, es la falta de inversión, la privatización y la ausencia de diálogo con los profesionales.

Sea cual sea el tema por el que se le pregunte responde soltando exabruptos, calumnias y agresiones sobre el presidente del gobierno: pretende dividir a los españoles, quiere acabar con España, quiere perpetuarse en el poder, pretende meter en la cárcel a la oposición, maneja la ley a su antojo como un dictador, quiere socavar las instituciones del Estado, pretende derrocar la Monarquía.… Dice que Sánchez tiene el país hecho unos zorros. Pues ya ve, señora presidenta, quien tiene la sanidad hecha unos zorros es usted.

Señora Ayuso, piense en la sanidad, piense en los pacientes, piense en los profesionales de la salud, haga autocrítica…Deje de insultar, de fanfarronear, de agredir, de comparar, de despreciar al prójimo… No por ganar las elecciones se tiene razón. No por ganar el pulso al señor Casado es invencible.

Lo que le dice un paciente a su médico es lo siguiente:

Escúchame. Sé que no es fácil escuchar, dada la prisa con la que tienes que atenderme. Sólo dispones de unos minutos para estar conmigo. Te espera una larga lista de pacientes. Sé que no es fácil mirar y convertirte en el eco de mi angustia, porque tienes que anotar en el ordenador todo lo que te digo. Y el ordenador se convierte en tu aliado y en mi contrincante. Decía Carl Rogers: “Cuando un ser humano te escucha, estás salvado como persona”.

Compréndeme. Porque, cuando me pongo enfermo tengo angustia, miedo, dolor. No sé qué alcance tiene mi dolencia. Cualquier gesto, cualquier frase, el tono más leve de tu voz tiene para mí un gran significado. Sé que estás habituado a muchos dolores y eso puede hacerte insensible, porque tú no puedes implicarte en cada paciente como si de un familiar se tratase. Pero yo quiero que tengas en cuenta que no sólo soy una enfermedad sino la persona que la padece.

Explícame. Dime con claridad lo que me pasa y qué alcance tiene. Dímelo con palabras inteligibles. Con paciencia incluso. Un diagnóstico severo es demoledor pero si te lo comunica alguien que no tiene sensibilidad te puede destruir también psicológicamente. Si lo que me dices es muy preciso y muy riguroso, pero poco inteligible, me quedaré como estaba, pero con más angustia. No des por supuesto nada. Comprueba que me he enterado. Puede ser que no me atreva a pedir una explicación.

Conóceme. Recuerda mi nombre. Sigue mi trayectoria, ten en tu mente mi historial. Ya sé que ves a muchos, quizás a demasiados pacientes. Pero yo necesito no ser un número. Necesito no ser un extraño y, mucho menos, un incordio. Sé que las condiciones en las que trabajas no son las ideales y que el sueldo que te pagan no es justo para el difícil y arriesgado trabajo que realizas, pero no descargues en mi tu malestar laboral. Conviérteme en tu aliado, no en tu enemigo.

Ayúdame. Sé que tú puedes ayudarme a no caer enfermo, a tener mejor salud. Tú puedes orientarme, decirme lo que tengo que hacer para prevenir males futuros. Tú tarea no es sólo curarme sino ayudarme a que no caiga enfermo. Un consejo tuyo puede ser más decisivo que cien recetas. Ya sé que hay pacientes de todos los colores, pero no es bueno que actúes como si fueras daltónico.

Respétame. Llega a tiempo a la cita. No soy un objeto que no siente o un animal que no entiende. No me hagas esperar. Y si no lo puedes evitar, ofréceme una disculpa. El tiempo es importante para mí como lo es para ti. Y se diría que los relojes que estropean al entrar en los Hospitales y Centros de salud.

Anímame. Puede ser que tengas que darme un diagnóstico severo. No me despaches sin más. Ya sé que no dispones de tiempo para hacer una terapia. Pero no es igual una palabra amable que un gesto displicente. Sabes mejor que yo que la esperanza en la curación es la mitad de la salud. Yo trataré de ser un paciente respetuoso y responsable. Por la cuenta que me trae. Y porque voy a verte no para hacerte perder el tiempo sino porque confío en tu saber y en tu experiencia.

Cúrame. Lo más importante de lo que te pido es que, al fin y a la postre, acabes curándome, si estoy enfermo. Lo cual exige un diagnóstico certero. En el acierto de ese diagnóstico tengo que tener yo una buena parte. Sé lo que me pasa, aunque no conozca su nombre técnico. Sé dónde y cómo me duele, aunque desconozca la etiología. Sé cuándo empezó el dolor y qué es lo que hacía para contraerlo y para evitarlo.

Quiéreme. Me gustaría que yo te importase. Que mi dolor no te fuese indiferente, que mis miedos no te parecieran una ridiculez. Tengo necesidad de saber que lo que me pasa es algo que tiene alguna relevancia para ti, no sólo desde el punto de vista médico sino desde tu condición de persona. Quiero que me cures, pero también necesito que me quieras. Porque no hay medicina que cure lo que no cura la felicidad.

Sonríeme. ¿Qué te cuesta? Tu seriedad agrava mi problema. No siempre tendrás ganas de sonreír porque, como es lógico, tú también tienes problemas. No siempre estarás de buen humor, porque trabajas entre dolores. Pero es indispensable que cuente con tu empatía, con tu cercanía emocional. Y eso no me lo puedes dar a través de una pantalla. Una cosa más, para terminar. Quiero hacer una llamada al optimismo en el ejercicio de la sanidad. Un buen médico es el que por la mañana llega a la sala donde se encuentran los pacientes y, con tono jovial, saluda a los presentes: ¿Hola, cómo están todos? El médico pesimista llega a la misma sala y con gesto de sorpresa pregunta: Hola, cómo, ¿están todos?

Un profesional de la salud no puede responder a estas demandas desde una pantalla, con poco tiempo, con excesivos pacientes, con malas condiciones, con pésimos gestores y con un sueldo miserable.