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Juan Carlos Padilla Estrada

Las crónicas de Don Florentino

Juan Carlos Padilla Estrada

Vatican Mall

Varias persionas se refrescan en uan fuente en el Vaticano EFE

En este mes de noviembre se va a inaugurar en Roma, muy cerca de la plaza de san Pedro, Vatican Mall, un centro comercial iniciativa de empresarios italianos en cuyo logotipo figura la cúpula de San Pedro y la columnata de Bernini, aunque no es propiedad de la Iglesia. Esto ha originado cierta polémica que muchos aprovechan para sacudir al papa Francisco, más después de haber emprendido un plan de ahorro en los gastos vaticanos que ha generado un recorte del 10% del sueldo a los cardenales de la curia, estimado entre 4000 y 5000 € mensuales.

Probablemente este asunto no sea responsabilidad directa del Vaticano, cuyo ocupante actual se ha manifestado en múltiples ocasiones en contra del hiper consumo y el capitalismo desaforado. Pero ahora se ve en la necesidad de poner en alquiler una parte de las 5.000 propiedades inmobiliarias que tienen la Santa Sede, de las que solo el 20 % está en el mercado. En otras palabras: hace falta muchísimo dinero para mantener en marcha esa gigantesca maquinaria que supone la cúpula de la Iglesia Católica.

Desde fuera lo que se echa de menos realmente es la evolución de una institución esclerosada y anclada en antiguas tradiciones inasumible hoy en día, que le impiden adaptarse a la sociedad moderna. Y hablo del papel de la mujer dentro de la Iglesia, de ese celibato incomprensible que impide a aquellos que quieren seguir a su dios realizarse en el amor y que está probablemente en el trasfondo de tantos casos de sexualidad oculta y vergonzante. Hablo también de esa intolerancia con aspectos humanos tan importantes como la anticoncepción, y la homosexualidad. Y eso, en una institución como la Iglesia, es relativamente sencillo de resolver.

Porque aquí no se habla de mayorías absolutas, ni de acuerdos parlamentarios; desde el concilio Vaticano I de 1870 el Papa goza de la llamada infalibilidad: sus palabras son inspiradas por Dios y en la tierra no se le puede rebatir.

Santidad: ¿Porqué no aparece usted un día en el balcón de la basílica de San Pedro, y dicta usted una serie de normas que adapten a la Iglesia al siglo XXI?:

“«Solemne definición pontificia» Desde este mismo momento abolimos el celibato, igualamos a la mujer y al hombre en la estructura eclesial, aceptamos la anticoncepción y la relaciones sexuales entre los humanos sin fines reproductivos y aceptamos al ser humano tal como lo ha hecho nuestro creador”

Sospecho que esto no se dará, pero me parece que es la única manera de que la Iglesia Católica no vaya languideciendo lentamente hasta su desaparición, hecho que muchos, aun no creyentes, lamentaríamos profundamente. Porque, más allá de pompas y normas represivas, esta institución está fundada sobre unos principios inspirados por su creador que revolucionaron el concepto antiguo de deidad: La Humanidad pasó de considerar a su creador un Dios colérico a tener un padre magnánimo, comprensivo y capaz de perdonar. Y eso fue ─y probablemente sigue siendo─ el gran patrimonio del Cristianismo, lo que extendió esa creencia por todo el Mundo y lo que la hizo la religión predominante y más influyente de la historia de la Humanidad.

Pero es evidente que su normativa, la letra pequeña de ese contrato entre Dios y los hombres, se ha quedado anticuada. Nada irreversible, si alguien toma el mando y lo resuelve. Porque si no es así, las perspectivas son tan negras como ese infierno que muchos cuestionan.

Aunque siempre existirán humanos que se queden solo con el núcleo del mensaje, ese que ni siquiera la Iglesia puede desvirtuar, y que preconizan el amor y el perdón.

Lo que ya es mucho, en los tiempos que vivimos.  

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